Un chalet abarrotado

Un chalet abarrotado

Héctor, escritor que se creía Henri Miller, conocía a Narciso, “el degollador” como lo llamaban
maliciosamente algunos por su costumbre de situarse a las alturas de la perfección moral y desde allí, acuchillar a los demás cuando manifestaban algún comentario políticamente incorrecto.. Ya sabéis, este pequeño gran arte que se debe cultivar de criticar a los demás con una autoridad moral rozando la perfección…

– Trabaja como un negro.

– Como un negro, como un negro… ¿esclavo tal vez? ¿Trabajando de sol a sol en una labor que ningún blanquito quiere hacer por un salario que se consideraría inferior? Muy alegre y simpático el negrito, eso sí.

– No te lo tomes así, podría haber dicho que trabaja como una mula..

– Ya, claro, mucho mejor hacer sufrir a un animal con una carga inhumana, total, ¡es un animal! Un animal que se puede reventar y moler a palos y solo come paja del bolso del bozal y que si rebuzna se le da una paliza.( poner más ejemplos de autoridades morales. Es un trabajo de chinos, mujer tenia que ser, etc)

El degollador era muy propenso a invitar a propios y ajenos al chalet que había hecho con su padre mano a mano, piedra a piedra, levantando el hórreo sobre pilotes en una esquina en la que ya había una caseta de herramientas antaño y que cruzaba la acequia horizontal con la vertical, en una especie de cruz acuosa que investía de húmeda vitalidad el lugar haciendo crecer una vegetación abundante en el bosquecillo que rodeaba la casa.

La balsa se trasformó en piscina sin que pareciera requerir permisos ni impuestos, (hablar de los terrenos urbanizables, de los permisos, de la legalidad, ilegalidad y alegalidad…) de forma que la familia en su “casucha” se permitía un lugar de asueto envidiable. (la utilización de eufemismos para no ser conscientes de la realidad o disfrazarla de manera conveniente, no la llamaban chalet ya que no era legal, pero al ser una “ casucha” nadie repararía en intentar investigarla) Como buen zahorí (preguntar que es un zahorí y si es necesario explicarlo y representar su técnica) el degollador había averiguado el lugar donde pasaba una corriente subterránea para hacer un pozo cuya agua no era potable pero al menos se podía utilizar para el resto de menesteres (( como…)preguntar usos del agua y que los participantes respondan…ducharse, retrete, cocinar, limpiar…).

A menudo, invitaba a Felipe y a la guapa Laura, porque Felipe era el hermano preferido de su mujer, por el que sentía particular devoción y admiración por cualquier cosa que hiciera. Le vitoreaba (hacer un role playing vitoreando a los compañeros), le coreaba (ver las diferencias entre vitorear y corear y corear a los compañeros). Y la mujer del degollador le decía a Felipe:

– ¿De veras cogiste la moto por la noche y la lanzaste a 180 km por hora! ¡Qué barbaridad! ¡Pareces ya un piloto de fórmula uno -le alababa si se le ocurría a Felipe comentar que había vuelto por la noche en moto- ¡Qué habilidad, ha soldado la ferralla de la bodega que se ha roto, ¡Nunca me habría podido imaginar que la pudiese arreglar!.

Laura era muy guapa y encantadora y a menudo ayudaba al Degollador, que se sentía embelesado por su deliciosa figura y vocecita agradable, para regar las plantas, analizar concienzudamente la calidad de las hojas y la calidad de la tierra y así pasar un rato y darse un descanso de halagos ajenos. Muchas veces no sabía si le entendía lo que decía o si simplemente le miraba y sonreía como muchas veces se hace.. ¿ lo habéis hecho alguna vez? A ver a ver como sería… (role playing)

Como hermanos ya aparecían en “el campo” risueñamente cuando querían y pasaban la tarde hasta que se hacía oscuro. Y al final decían “como se ha hecho de noche pues pasamos la noche”… y de un día a otro pasaron a autoinvitarse dos semanas en algunas ocasiones o más.

De tanto en tanto, Narciso y su mujer invitaban a los valencianos (Jaime, Susana y su hijo Ramiro que hacía buenas migas con la hija del Degollador) Aunque desde que murió Ramiro atropellado por un tren al cruzar un camino con la barrera bajada no habían vuelto. Porque ante una perdida tan importante como la muerte de un hijo, en muchas ocasiones sabéis que la vida se paraliza, se hace un paréntesis, se detiene (seguir con sinónimos…)

– Venid cuando queráis para pasar unos días -les insistía, cada vez que les llamaba por teléfono para interesarse cómo estaban.

A los padres les pedían venir para las fiestas del pueblo los vascos (Lucia y su marido, el bebedor que les vaciaba media bodega con el pretexto de sopesar el estado de las fermentaciones, y sus dos vástagos criados en entorno de peleas y bregados en gamberradas).

Los únicos realmente invitados ese Agosto caluroso eran Héctor, Elena y Pablito.

Héctor era el amigo escritor con el que se daban hachazos morales hasta altas horas de la madrugada sobre las convenciones morales e inmorales de la sociedad, entre las que preferían las de las parejas como prisión de sentimientos y libertad en la cárcel dorada del amor.

Últimamente insistía en llevar a cabo un intercambio de parejas para experimentar y salir del aburrimiento. A este nuevo H. Miller, su adorable mujer hacía de sostén económico y apoyo estratégico para sus experimentos libertinos.

Ese día se juntaron de pronto los vascos, que insistieron en acampar en la hierba fuera de casa, los de Valencia que finalmente decidieron darse un respiro, Héctor el terrible, y las familias anfitrionas: los padres del Degollador que aparecieron como Pedro por su casa, nunca mejor dicho, y que no parecían ni asombrados ni preocupados por el barullo, realizando sus rituales como si nada, el Degollador con su mujer y su hija, que traían todo lo necesario para agasajar al batallón de comensales como es debido, y en el último momento también se sumaron Felipito y la bella Laura.

Juntaron todas las mesas que encontraron, tablones sobre taburetes y libros hasta que pudieron acomodar a los doce. Doce mundos que no eran apóstoles unidos en una misma fe, sino desconocidos que encuentran en una boda sin saber de qué hablar. El que más se adaptaba era el marido de Lucia que interpelaba a todos como si los hubiera conocido de toda la vida. Pero el resto comenzó a cruzar conversaciones, y tal vez fuera por el jaleo, por el vino añejo que se descorchó para la ocasión, o por maldición babélica.

– Así que tu eres la mujer del degollador con la tendremos intercambio de fluidos, no me había dicho que eras tan guapa -le soltaba Héctor a Laurita la bella, que se ponía roja como un tomate y sonreía por una supuesta broma que no entendía.

– No fue en el intercambio de railes, el accidente fue con la bajada de la barrera, que como acababa de bajar debió pensar que le daba tiempo de cruzar al pobre.

– Ser pobre no debería ser una vergüenza para nadie, porque encima de ser el eslabón más débil no va a disculparse por la debilidad del lugar en el que el sistema económico o histórico te ha situado sin haberlo pedido ni siendo responsable de ello -acuchilló feroz el Degollador.

– El sistema de refrigeración de la bodega lo hizo Felipe, que es muy apañado, y está hecho sólo con corrientes naturales en las que circula aire fresco por unos pequeño ventanucos – aprovechó para terciar la mujer del Degollador.

– Apañados estaríamos si no pudiéramos disfrutar de estas chuletitas -aseguraron los Padres, pensando que alguien les censuraba las cantidades que se ponían en los platos.

–Si, hay que acabarlas todas, pues, acabémoslas pues -aseguraba Lucía-.

– Todos a una Fuenteovejuna -corearon los gamberrillos de las tiendas de campaña-

–Más que fuente es un pozo -corrigió Felipe.

– Eso de hundirse en el pozo es porque a veces nos ponemos unas reglas de vida absurdas –terció Elena, disparada por un relámpago interior-, decimos por ejemplo si me sonríe sería el ser mas feliz del mundo; se deduce que si no sonriera sería entonces el ser más desgraciado, ya veis uno se monta de forma de acabar siempre mal aún en el nombre de los sueños más sublimes.

Durante un buen rato el girigay de las conversaciones se lio y se cruzó y se retorció de tal modo
que salía una maraña de voces como oráculos incompresibles de un mundo perdido del que nadie conociera el idioma y fue hasta tal punto confuso que todos a la vez callaron impresionados por su propio caos.

Nadie rompió el silencio, hasta que finalmente la Abuela dijo:

– ¿Alguien querrá café?

Fueron levantando una mano, luego de un tiempo, como a cámara lenta, otra, otra, hasta quedarse todos con la mano levantada que era imposible ya contarlas.

——–

PARA LA ESCENA FINAL PREPARA A TODOS COLOCADOS EN LA FILA DE MESAS
SIMULANDO QUE SON DISTINTAS FAMILIAS Y ENTRE SI CRUZAN FRASES QUE SON
REINTERPRETADAS EN OTRO SENTIDO.

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