Trámites en Tuzsa

Trámites en Tuzsa

Tuzsa estaba cambiando el modelo de tarjeta de bus, que iba a servir también para el tranvía y otros servicios municipales. A pesar de que había un mes de plazo, Remi aprovechó que tenía un rato libre y se acercó a la oficina del Caracol pensando que al ser el primer día no habría todavía aglomeraciones.

!Craso error!1

La sorpresa fue que había un par de colas a cual más larga. Remi se puso en la que le parecía más rápida -las apariencias engañan a menudo cuando uno improvisa sin basarse en datos fidedignos- pero en realidad era la más lenta porque contenía personas que se aturullaban al contestar preguntas supuestamente fáciles tales como:

-¿Cómo se llama usted? -y con los nervios decían sólo el nombre o se olvidaban del segundo apellido o había que aclarar si era con ‘g’ o con ‘j’, con ‘b’ o ‘v’ -.

-¿Su número de DNI? -algunos no se acordaban y tenían que sacar la cartera del fondo de un bolso que se resbalaba de la mano y caía al suelo o estaba en un bolsillo que costaba encontrar -.

-Su número de la Seguridad Social? -aquí algunos fallaban y se les enviaba de vuelta a casa para alegría de los restantes esperadores, que hurgaban en sus documentos para asegurarse de que no sería también su aciago destino.

El oficinista tecleaba estas informaciones en una base de dados del ordenador para confeccionar el nuevo chip ciudadano. Es muy práctico, servirá para todo lo que uno pueda imaginar en relación al ayuntamiento: renovar permisos de terraza, funerarios, vados, bicis, museos, wifi público.

Cuando hay que escribir una ristra de números se corre el riesgo -si el trabajador está cansado sobre todo- de equivocar un 7 por un 1 o un 4 por un 5, lo cual enlentece las maniobras de confección de la tarjeta, máxime si hay que observar de reojo las caras contrariadas y hostiles en busca de alguna sonrisa anónima que le conforte o persona amable con la que relajarse un rato.

La lentitud de las maniobras había causado que las colas llegasen muy lejos, subiendo las escaleras y alcanzando un trozo de calle del paseo Independencia.

-¿Qué dan aquí? -preguntaban algunos curiosos.

De pronto apareció una tercera oficinista muy pizpireta porque llegaba con energía “renovable” que dijo:

-Ustedes, los que taponan la escalera, pónganse en esta cola, por favor.

Cuando Remi vio que se estaba perpetrando una arbitrariedad, dejando pasar primero a los últimos en llegar, despreciando a los veteranos rezongó airado:

-¡Ya está bien!¡Encima de esperar tanto rato resulta que ahora los que han llegado más tarde son atendidos primero!

La protesta no fue coreada ni arrancó prosélitos con los que rebelarse y tomar medidas. En vistas de su nula capacidad carismática (“igual es por mi apariencia”, pensó) no tuvo otro remedio que resignarse (“pues me largo”, pensó). No iba a irse cuando faltaba tan poco para ser atendido, atrapado podríamos decir por el sentido del sinsentido, para hacer que el tiempo invertido al menos sirviera de algo.

Cuando le tocó el turno, tras hacerle hacer repetir todas las respuestas porque la ira reprimida le producía un hilillo de voz2 más bajito de lo que el mortal de los oficinistas pudiera oír.

Ya estaba todo apuntado, pero cuando pasó la tarjeta antigua por el validador para sumar el saldo en la nueva, sonaba un pitido de mal agüero.

-No sé que pasa que no admite su tarjeta -¿Podríamos repasar sus datos de nuevo? -dijo el oficinista, con una naturalidad entrenada en contrariedades.

Todo parecía correcto, pero no obstante la tarjeta vieja no iba, lo que comenzó a molestar al operario por resultar algo desconcertante y además no sonreía nadie en la cola para sentirse apoyado en su ingrata labor.

-¿No será que su antigua tarjeta está anulada, corrompida por el uso o es de otra persona? -se le ocurrió al oficinista, forzado a buscar alguna explicación.

Remiró la tarjeta y vio que había una esquina algo doblada que podría causar algún tipo de problema y sin dudarlo dos veces con una tijera la recortó, arriesgándose a volverla inservible a fin de pretender con ello -a modo de sacrificio sagrado – que de esta manera el lector la aceptara.

-A ver ahora… No… Pues tampoco.. -dijo, desarmado, habiendo quemado el último cartucho para intentar hacerla funcional.

-¿Y ahora qué hacemos? -dijo Remi en plural, a ver si así se sentía el oficinista más solidario y proclive a arreglar el desaguisado.

-¡Es que es tan raro! O usted no es usted o su carné es falso.. porque sino no se explica que sea el único que ha fallado..

-Pues siento decirle que yo soy yo, mal que le pese -le dijo Remi, enfadado.

-Tendrá que ir a reclamar a las oficinas de las cocheras, a ver qué dicen, porque yo ya he hecho todo lo que estaba en mi mano para arreglar el problema.

Ni la frustración ni la derrota entraban en los planes de Remi.

-Por lo menos deme el libro de reclamaciones para que haga constar que me han hecho perder un par de horas de mi vida, que aunque usted no lo crea es mía, y ¡existe!, y encima me ha estropeado mi tarjeta que hasta ayer iba. Ya me dirá cómo voy yo ahora hasta las cocheras o a mi casa..

-Yo no le puedo dar una tarjeta nueva. Ya ha visto que lo he probado todo y no le puedo dar tampoco un duplicado de la vieja.

-¿Y entonces yo qué hago? -objetó.

-Pues coja usted un billete sencillo para la oficina central y allí les explica el problema, señor.

-Ya, pero “el señor” querría antes hacer una protesta formal, así que hágame el favor de traerme el libro de reclamaciones para que pueda expresar mi disconformidad por esta injusticia.

-No tenemos libro de reclamaciones aquí, en las cocheras le darán uno, señor.

-Pues yo no me muevo de aquí hasta que venga alguien de las cocheras a traerme el libro o una tarjeta vieja o me de una nueva o un pase gratuito, o algo…

-Tendremos que llamar a la policía porque está usted interrumpiendo la cola y hay mucha gente a la que tenemos que atender. Usted no es la única persona en el mundo -dijo, mirando al mundo de personas para que le dieran la razón.

-No seré el único pero ¡Yo existo!

-Eso se lo explicará a la policía, porque si fuera verdad que existe la máquina no habría pitado, ¡ya está bien! -exclamó mirando al público y buscando su complicidad.

Los espectadores, que al principio se sentían solidarios con las penurias de “un cualquiera” que pudiera ser ellos mismos, arrastrados por el cansancio, que ya se sabe que tiende a obnubilar las conciencias y por la sospecha de que ellos no podrían ser nunca un “ninguno” que no existiese, se inclinaron a favor del operario y exclamaron:

-¡Venga ya, qué plasta, qué pesado, qué desconsiderado (…..) !

El coraje de Remi se escurrió frente a este conchabamiento en su contra. Decidió irse y darse un compás de espera para reflexionar qué hacer.

Primero intentó mirar en una de las expendedoras de la marquesina si su antigua tarjeta recortada por el torpe oficinista -váyase a saber si aviesamente (“¿por el aspecto?”, sospechó) o por hacerle pagar su propias frustraciones- mirar si funcionaba todavía.

Lo que tienen los días nefastos, a veces la mala suerte se pega a uno como una lapa o una lepra. ¡La máquina estaba fuera de uso!.

En ese preciso momento llegó un tranvía y recordó que dentro también la podía probar y podría bajarse en la próxima parada.

Por desgracia -acumulada, por cierto, como si la mala suerte fuese más mala y abundante de la que se estuviese dispuesto a aceptar- había un par de revisores fornidos cerca de la máquina del vagón, que le espetaron:

-¿Ha validado previamente el billete antes de recargar?

-Yo sólo quería probar si funcionaba mi tarjeta ya que en el chiringuito no he podido porque estaba averiado.

-Perdone pero el chiringuito se llama marquesina y si entra en el vagón tendrá que pagar como todo el mundo.

-Pero yo solo quería comprobar.

-El tranvía no es para comprobar sino para viajar -le respondió con aires de circunstancias.

-Ya me gustaría viajar a mí, si Tuzsa me dejara operar.

-Nadie le impide recargar o comprar antes de usar.

Como los revisores no parecían entrar en razón con las alegaciones que daba Remi sobre lo sucedido y contra más hablaba más sospechaban y las explicaciones les parecían surrealistas, rocambolescas, inverosímiles3, le conminaron de malas maneras a bajarse en la parada. Tres paradas perdidas le habían costado a Remi la conversación inútil.

Como no podía volver a casa en autobús ni a las cocheras, optó por el menor de los males, volver a casa dando un paseo para tranquilizarse.

Al día siguiente se levantó temprano para ir a las cocheras e intentar recuperar la tarjeta y su dignidad perdida. Justamente ese día habían cambiado la hora y se dio cuenta de que no podría llegar puntual al trabajo y no era cuestión de molestar a los compañeros y enfurecer al encargado que con desalmada facilidad abroncaba a cualquiera que cometiera un fallo con terribles amenazas de despido, matando moscas a cañonazos, como suele decirse.

Al próximo día tampoco pudo ser, debido a un asunto urgente en Montemayor. Luego surgieron otros compromisos ineludibles y cuando realmente hubo ocasión de reemprender la campaña justiciera, sus ínfulas vengativas se encontraban bajo mínimos, de modo que al sopesar inconvenientes y ventajas, la balanza se inclinaba peligrosamente hacia la apatía.

Un día, cuando la razón de la sinrazón volvió a hacerse patente acumuló fuerzas y se dirigió hacia las cocheras para resolver el asunto.

-Ésta es la tarjeta antigua tijereteada – le dijo al operario de la ventanilla de clientes enseñando el cadáver.

-¿Pero cómo sabemos que no la ha cortado usted mismo y ahora tiene la picardía de reclamarla? A nosotros no nos han indicado nada al respecto.

-La tarjeta pitaba y no se validaba, por lo que no se podía cambiar por la nueva. Eso lo pueden comprobar ustedes mismos y esa prueba demostraría el resto.

-Permítame ver y déjeme que sea escéptico hasta comprobar los extremos de su aseveraciones, que me parecen muy raras.

-Pues si a usted le parecen raras a mi diabólicas -añadió Remi.

-No hace falta que entre usted en consideraciones saturnales, vamos a ver qué dice el ordenador, ¿me puede indicar su NIF? ¿Su nombre completo?… Ya vamos viendo que el ordenador admite los datos y la operación puede hacerse perfectamente..

-Pues hágala -interrumpió Remi-, aunque sea tarde y me hayan mareado al menos tendré mi tarjeta nueva.

-Lo siento mucho pero para eso su tarjeta anterior tendría que ser válida, para ponerle el mismo dinero acumulado en la anterior, pero como está destrozada no puede ser.

-Pues hágame una nueva vieja con una recarga de 7€ que tenía.

-¡Y qué más! Gratis no le puedo dar nada. No sea rácano y cómprese directamente una nueva, total por 7€ no va a hacer un drama.

-A lo mejor para usted siete euros no son nada y por eso le encantaría regalármelos, pero para mi son moralmente mucho. Ya le he dicho que me rompieron ustedes con una tijera la tarjeta y en el Caracol me dijeron que aquí me lo arreglarían.

-Aquí no arreglamos tarjetas rotas. No puede ser que usted fuera al único al que le sucediera. Si no iba bien la máquina no iría bien para nadie. Y permítame que le diga que en Tuzsa no tenemos tijeras ni cortamos tarjetas viejas cuando fallan, así que nada de nada.

-¿Algo al menos reconocerá de verdad?, por ejemplo que no me hubiera molestado tanto si no tuviera razón y hubiera sucedido todo tal como se lo he explicado

-Tener o no tener razón es algo que se cree si tiene visos verosímiles y en su caso parece que las apariencias apuntan a que viene a sacar gratis una tarjeta.

-¡Ese comentario me parece insultante! -protestó Remi.

-No se ofende quien quiere sino quien puede.


COMENTARIOS

#sagaRemi #trámites #paciencia #asertiva #burocracia #ira

Remi se ve envuelto en la zozobra diaria de los trámites. En esta ocasión se enfrenta al cambio de tarjeta de autobús. Hay dos colas y se abre una tercera, pero se apuntan a esta los últimos en llegar. Remi expresa de modo indirecto la injusticia tratando de convocar a otros damnificados para que su fuerza arregle el entuerto poro no tiene éxito. No se ve con el carisma de ser “ciudadano de primera”.

Tiene problemas con su tarjeta, que no puede ser validada y a la que el operario recorta un trozo con la tijera para intentar hacerla funcionar. Como no hay manera le pide que renuncie al cambio. Remi se resiste numantinamente a dar el asunto por perdido, y arrastrado por la ira solicita reparación, tarjeta nueva, libro de reclamaciones.. y ninguna solución le es concedida, por lo que acaba tan frustrado como empeño puso en el asunto.

Las personas en la cola no se solidarizan, llevadas del cansancio de su espera y su temor a que les pudiera pasar lo mismo. Es preferible considerar que los problemas excepcionales sean una cosa que sólo les sucede a ‘otros’, tal vez seres inferiores.

Cuando pasan los días su motivación para reclaman disminuye notablemente, por una razón u otra no encuentra el momento (postergación) aunque al final ‘renueva’ la motivación justiciera, tal vez buscando una lista de agravios y conminaciones para volver a levantar el poder de la ira y se determina a acudir, sin mucho éxito, a las cocheras.

El cuento muestra un cierto grado de violencia que ejerce el mundo civilizado sobre las personas. Las reglas, los formularios, los requisitos, los intereses de los burócratas tejen nuestras vidas con redes invisibles que nos atrapan a cada paso. Es muy fácil caer en las trampas. A menudo vivimos en ‘estres’ sorteando las dificultades que surgen en el camino, nos pasamos un considerable tiempo perdidos en trámites de los que puede pender nuestra suerte por una fecha, una coma o una firma.

La narración elude a quien es una pieza particularmente débil en la cadena por su estado emocional, su enfermedad, status o situación personal y que fácilmente comete errores de procedimiento, de entendimiento, da respuestas emocionales inadecuadas, se impacienta o renuncia airado y queda por ello rápidamente fuera del sistema.

El cuento presenta situaciones, sentimientos, reacciones de los personajes con las cuales fácilmente se identifica el oyente (a menudo lo confirma espontáneamente diciendo “esto me pasa a mí”). ‘Verse’ desde afuera ayuda a tomar conciencia de lo que sucede, por qué sucede, qué lenguaje lo describe y comunica, mas algunas claves de cambio.


NOTAS TÉCNICAS

La mayor parte del relato de hoy está basado en diálogos por lo que éstos son el peso pesado de la historia y son representados por voluntarios, mientras que la intervención de la narradora es menor y su función es contextualizar e introducir cambios físicos y temporales.

Mediante la interpretación de los diálogos del protagonista con los trabajadores de la empresa de bus y las intervenciones de otros ciudadanos, se consigue una identificación con la situación del protagonista, de otras experiencias vividas por los participantes en situaciones similares, como elegir fila, dudar si abandonar, impacientarse o tener algún altercado.

Se hace hincapié en ideas como el engaño de las apariencias, el sentido del sinsentido, la solidaridad precaria, la inseguridad propia y sus consecuencias, el peligro de la apatía y la ofensa selectiva.

Al terminar la narración se aclara el significado de la frase final.

Se utiliza también la historia dentro de la historia mediante el relato de Craso para amplificar la expresión “craso error”.

NOTAS

1 Se utiliza esta expresión en referencia al general romano Craso que subestimó las fuerzas rebeldes de Espartaco enfrentándo escasas tropas pensando que al tratarse de esclavos sería cosa fácil.

2 “Mal puede tener la voz tranquila quien tiene el corazón temblando” dijo el poeta y dramaturgo Félix Lope de Vega y Carpio.

3 Preguntamos cómo pueden llamarse de otra manera a las explicaciones ‘rocambolescas’ (“traídas por los pelos”…)

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