Secretos comprometidos
En cuanto Feli y Diego se fueron a vivir juntos de forma oficial, las familias se sintieron aludidas y moralmente impelidas a intervenir.
Intentaron llevar a buen recaudo la tormentosa pasión por la senda de la razón práctica. La madre de Feli se presentó en el humilde apartamento que alquilaron bajo distintos pretextos: para mejorar el ajuar, comentar noticias familiares y una labor de avanzadilla de cara a predicar la formalización de la relación, ya que parecía un hecho consumado.
Los padres de Feli, gente adinerada, sugirieron poner a su nombre un piso cerca del Parque Grande. La oferta fue imposible de rechazar a pesar de que comportaba la reserva de una habitación para sus ocasionales visitas. Se mudaron al nuevo escenario y lo decoraron de forma moderna, para disgusto de la familia, que estaban dispuestos a regalarle muebles tradicionales de madera de esos que duran toda la vida y que imponían un vida sólida.
Por su parte los padres de Diego estaban encantados con la pareja, entusiasmados de ver encarrilado por la senda de bien común al tarambana de Diego.
A pesar de las facilidades o a causa de ellas, la feliz pareja no duró mucho. En cuatro años intensos devoraron el tiempo y acortaron quizá su fin a causa de la propia intensidad imposible de prolongar o tal vez porque habían decido casarse entre tanto para contentar a las familias y eso les distanció en vez de unirlos para siempre.
Diego se quedó también sin trabajo por caer en la melancolía y en el consumo excesivo de bebida para olvidar el fracaso, aunque el alcohol parecía más prender la angustia que apagarla.
Se fue a vivir con unos amigos que le dejaron una habitación y se encargó tras la separación de vender el piso del parque Grande porque Feli le había prometido una suculenta comisión.
El día en que fue a enseñar el piso a los compradores, éstos se decidieron rápido y dejaron una paga y señal. El precio les pareció una ganga, porque se había valorado inadecuadamente por la prisa en vender. Durante la visita había dejado abierta una ventana del patio interior para que se ventilara el olor a cerrado. Firmaron el contrato esa misma semana y se olvidó completamente de la ventana, además del piso, que le pareció después de la venta como un paraíso que no había sido tan real como había imaginado.
Desgraciadamente, antes de que se trasladaran a vivir los nuevos dueños, un día se desataron unas ráfagas de viento intensas que se arremolinaban en el patio. Las contraventanas se abrían y cerraban al punto que se acabaron rompiendo los vidrios de un golpe seco, con tan mala suerte que un trozo de vidrio al caer con fuerza sobre una tubería de gas la rasgó y produjo una fuga. La guinda de la desgracia fue que una chispa provocó una deflagración en el patio de luces y un incendio quemó varias plantas. Sólo hubo un muerto, una viejecita del segundo C, que murió asfixiada por el humo, por lo visto debió desmayarse y no pudo salir a la calle como los demás vecinos.
Diego se enteró del hecho por las noticias locales, pero como el apartamento tenía nuevo propietario creyó que ya no le incumbía. Aunque a su mente acudió la angustiosa idea de ser acusado de causante subsidiario del accidente de la ventana rota dejada abierta por descuido. También se le apareció la sospecha de que acusaban a Feli, que en realidad era la dueña, y ella pensando que lo había hecho a propósito, lo denunciaba como saboteador. Incluso le dio vueltas a la muerte de la del segundo C, por si podían demandarle por asesinato imprudente.
Durante varios meses tuvo pesadillas que se repetían en las que una ventana repiqueteaba y los vidrios estallaban por los aires rompiendo toda clase de enseres. En unas se rompían depósitos de agua, que inundaban los recintos en los que intentaban salvar la vida los arrastrados por la corriente; en otras, los cristales caían en calderas, reventándolas, y las peores eran aquellas en que los vidrios se clavaban como puñales en los ojos o las cabezas de inocentes.
– ¿Quién dejó la ventana abierta? -preguntaba la voz acusatoria de un fiscal-. En ese momento se despertaba angustiado y sudado.1
Llamó un día un abogado para realizar algunas aclaraciones, pero Diego declinó la entrevista esgrimiendo que no sabía nada de nada del asunto del piso y que llevaba unos días vendido cuando ocurrieron los incidentes aciagos.2
Durante un tiempo Diego vagó perdido en un ‘no ser nada’, uno que lo ha sido todo para alguien. Iba a locales nocturnos, fiestas a las que acudía por desesperación. Prolongaba las conversaciones con cualquiera para tener calor humano u oír una voz de persona que le hablara al oído. Buscaba ocuparse en actividades frenéticas que le agotaran y le permitieran dormir por la noche abrazado a la almohada como si fuera un maniquí o una pareja artificial.
Hizo una amiga que le permitía explayarse y con la que se consolaba sexualmente, sin que pudiera dar más de sí, su corazón roto, que momentos de efusión coartada.
Se llamaba Teresa y se hizo sabedora de algunas confesiones. Algunas mentiras con las que había seducido a Feli al principio de la relación, alguna secreta infidelidad pasajera, el asunto de la ventana abierta que había producido un incendio con muchos daños materiales y una fallecida, mentiras en el trabajo para obtener días de asueto con falsas enfermedades, accidentes, indisposiciones y visitas de parientes lejanos, asuntos turbios de la economía familiar y las muchas debilidades e inseguridades que padecía bajo la fachada de aparente solvencia.
Al principio Teresa se mostraba complaciente y comprensiva con todo. Era amiga de uso y abuso, el paño de lágrimas, el ahora si ahora no, toleraba la sequedad sentimental de Diego escurrida y argüellada por la separación reciente, los lloriqueos en los momentos inoportunos (antes o después de hacer el amor, por ejemplo), la autocomplacencia en su desgracia o en su desamparo, el que pasara de una actividad frenética a no apetecerle nada, sin término medio. A todo se amoldaba Teresa, porque tampoco quería ir más allá de ese estar sin estar juntos, en esas condiciones.
Pero poco a poco se fueron calmando las aguas. Diego se comenzó a encontrar más rehecho y seguro de sí mismo. Se acabó el dinero de la comisión y se puso a trabajar. Estaba más risueño, lo que provocó un mayor interés en Teresa, ahora sí, por profundizar en la relación en estos términos más favorables.
Pero Diego, lejos de pedirle ir vivir juntos, parecía rehuirla y buscar la compañía de otras mujeres.
Entonces los papeles en la obra de teatro se repartieron de forma diferente: Teresa insegura, llorosa y exigente y Diego en una calma beatífica, una serenidad áurea que le hacía rechazarla más si cabe al verla desquiciada.
Teresa se volvió una diablesa.
A fin de quedar más días, o incluso obligar a Diego a decirle “te quiero” o “quiero hacer el amor contigo” o “quiero invitarte al cine” o “vamos a comer fuera”, empezó a utilizar la fuerza de los secretos oscuros y la culpa anidada en el fondo negro del alma aparentemente blanca.
-¿Tendrás FUEGO3 de pasión todavía, no? Le decía Feli, recalcando la palabra FUEGO como si estuviera llamando a un bombero o a un agente judicial del seguro para investigar un asunto turbio. Así conseguía que, aún a desgana, tuviera una noche romántica con ella.
-Se ve elegante ese restaurante detrás del CRISTAL, ¿No? Así lograba que Diego se estirara y la invitara a comer.
Abusaba del recurso del tonillo sin medida: Hay que darle GAS al fin de semana. Esa chica con la que sales NO SABE nada de ti. No creerás que contaría yo ALGÚN SECRETO tuyo. Ese vestido tendrá ya PROPIETARIO quizá. No querrás ir con esos amigos que NO SE ENTERAN de nada. Iras conmigo a la fiesta, no me ROMPERÁS el corazón.
La entonación era como una llave que abría la puerta en la que estaba encerrada la culpa de Diego que mordía como la cola de un alacrán y anulaba completamente con ese veneno su voluntad.
Se podría considerar que una relación impuesta a la fuerza, comprada o vendida, infectada con la manipulación o el miedo, no es una verdadera relación, es algo podrido, retorcido o falsificado. Es verdad, pero a Teresa le importaba más la cantidad que la calidad, o la sed se le acentuaba conforme el agua que bebía para saciarla contenía una sal que la exacerbaba.
Y Diego se acostumbró a vivir con la Diablesa, refunfuñando en su interior, pero disimulando con una sonrisa impecable en el exterior. Se dejó dominar, se conformó, se dejó llevar a donde no quería ir, por su propio pie y arrastrado al mismo tiempo.
-Siento que no soy yo mismo, como si fuera una cascara vacía, un títere, como si no existiera, le decía Diego al psiquiatra.
-Eso es porque lo que hace no lo hace al cien por cien. No está usted en el ajo, sino ausente, mirándose desde afuera como si fuera otra persona la que actuara. Lo que necesita es ACEPTAR LOS HECHOS COMO SON – le dijo en un tono que recordaba FUEGO, GAS, VIDRIO ROTO-.
Diego hizo caso y acabó aceptando a Teresa, como se aceptan lo hechos consumados, sin rechistar, queriéndola un poco, por qué no, y eso hizo que ella le hablara mejor y que le amedrentara menos, lo que le permitió naufragar del todo.
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Una pareja de enamorados sufre la presión familiar para que formalicen su relación. Son sobornados con una cesión de un apartamento bien situado. Se les facilitan los muebles, y finalmente se casan. No obstante la relación sucumbe en este proceso y Diego cae en una fase de desesperación por el fracaso sentimental.
Diego recibe una comisión por la venta del piso de Feli, pero el día que lo enseña a los futuros dueños se deja una ventana abierta que al batirse con el viento causa corte en la cañería de gas y una posterior explosión que induce un incendio en el que muere una persona y se queman varias plantas.
Un abogado le pregunta por lo sucedido, pero él elude dar detalles. Tiene pesadillas y mala conciencia por sentirse culpable de lo sucedido y temor por las consecuencias.
Vive de la comisión durante un tiempo, porque ha perdido el trabajo, y ahí conoce a Teresa, con la que intenta tener una relación sin estar preparado para ello. Teresa tiene mucha paciencia y tolera muchos desplantes. Diego le cuenta secretos íntimos (su responsabilidad en el incendio, comportamientos laborales irregulares, infidelidades que tuvo, fallos en su relación con Feli). Ella atiende a sus lloriqueos y acepta sus debilidades.
Cuando empieza a estabilizarse y se ha acabado el dinero extra empieza a trabajar de nuevo. Diego recupera su personalidad, pero deja de tener interés en Teresa como si perteneciera a un periodo oscuro que quisiera olvidar.
Es entonces cuando Teresa se vuelve una diablesa, insinuando mediante tonillos de voz ciertas palabras claves que pertenecen a los secretos recibidos. Si no le hace caso podrían ser desvelados.
Diego va cediendo a los chantajes y poco a poco va aceptando a Teresa a regañadientes, obligado por el temor a que se desvelen sus debilidades, hasta convertirla en la nueva pareja. Esta nueva relación es un resignarse a vivir cómodamente claudicando de sus sueños de pasión.
Las palabras claves que dominan a Diego como si fueran mandatos delirantes. Son palabras íceberg, cuya parte visible es una pero los supuestos bajo el agua contienen todo el peso implícito. Son remarcadas por el actor de una forma especial, llamativa, tal como si estuviéramos escuchando una voz ajena.
Remi acepta a la persona que quiere rechazar, se amolda, se conforma a una vida limitada. En la narración se puede contemplar como una venganza por sus abusos de Teresa, por una pérdida en una lucha contra ella, por una derrota ante la voluntad ajena (Teresa, el psiquiatra), al igual que perdió la relación anterior con Feli por someterse a los convencionalismos y presiones familiares.
NOTAS TÉCNICAS
1 El narrador ha de pronunciar la frase de forma que impacte emocionalmente en los presentes gracias a tono grave y acusatorio de la voz.
2 Aprovechamos para practicar el arte de decir “no” o “dar largas” mediante la representación de esta escena en la que el narrador llama a uno cualquiera de los presentes que intenta hacerse el despistado. Luego llama a algunos más con otro tipo de motivaciones (telefónicas, seguros) para que ejerciten el saberse negar.
3 Las palabras marcadas en mayúsculas, que evocan el incendio de la casa de Feli, el narrador pronuncia de una forma especial, explosiva e irónica, para que quede claro que refieren a otro registro de significado aludido. Es importante para la claridad de la historia que una vez elegido el tono sea el mismo para todas las ocasiones de palabra en mayúsculas.