Se dejo llevar
Diego se dejó llevar como siempre que alguien le pedía algo e hizo un trato con su hermano para que le cediera su casa de la zona de San José en la que se instalarían con su mujer y los padres ya mayores de ella, a cambio de cederle el adosado de Diego de Cadrete, que les parecía ya estar demasiado lejos y aislado del mundo.
Cuando llegó con Laura a su nuevo hogar, los encargados de la mudanza ya estaban amontonando las cajas en el interior.
La recordaban de la última visita, ya hacía unos años. La cocina con ventana soleada, las vidrieras que daban al callejón. Les había parecido en aquella ocasión un bonito espacio, romántico y cálido. Durante las noches previas al traslado habían imaginado con fruición posibilidades decorativas.
Pero a la fantasía se oponía una realidad demasiado adversa. Dentro todo parecía desvencijado, los marcos estropeados por la humedad, las puertas no cerraban bien, algunos vecinos intentaban entrar porque tenían por costumbre pasar un ratito dentro o usar el lavabo como servicio público. Había que avisarles del cambio de la titularidad de piso, lo que provocaba las consiguientes respuestas, unas despectivas, otras abruptas y desagradables, desvelando la mala calaña del vecindario. Las calles parecían corredores de barracones mineros y las supuestas zonas de parque donde tenían que pasear los padres de Laura, terrenos desolados.
Diego pensaba que no había firmado papeles de permuta todavía y que sería mejor arrepentirse antes de que fuera imposible desdecirse de la palabra dada.
Los transportistas, que aún estaban entrando los últimos enseres, se negaron en absoluto a proceder tal como les pedía Diego. A rehacer el traslado en sentido inverso, sin garantías de pago, sin tener constancia de encontrar todavía vacío el lugar de partida, azuzados de mala manera, agotados.
Finalmente, fue tan vehemente la exigencia de Diego, tan educado por lo general y que por eso mismo no sabía estar desquiciado, que decidieron atarle a una columna hasta que acabasen y se fueran.
De pronto asomaron una especie de helicópteros que batían calles con unos rayos láser, desinfectando o persiguiendo a una banda de peligrosos ladrones. Vio las luminarias apocalípticas a través del vidrio y de pronto un hombre vestido de blanco con turbante le sacó de la columna, le ató a un palo de manos y pies y se lo llevó a un descampado en el que se había levantado un campamento, como si fuera una pantera cazada en un safari.
No era el único trasportado como una pieza de caza. Había un reguero de hindúes o lo que fueran esos misteriosos cazadores que caminaban en fila llevando sus piezas hacia el campamento.
No se sabía de donde sacaban su fuerza estos increíbles captores que llevaban a pulso a sus víctimas con una mano como si llevaran un hatillo ligero de ropa.
Diego intentaba parlamentar, razonar, rogar, exigir, lloriquear, negociar1 y prometer seguir a pie para que no se cansaran, en todos los idiomas que conocía. No obtenía ninguna respuesta, hasta que al atardecer, después de horas siendo porteado y con las manos y pies raspados por las cuerdas, su captor le dio un caritativo masaje colocando la mano en el pecho, del que salía una especie de aureola verdosa envolviendo las manos que le aliviaban hasta formar una especie de cúpula viscosa como una pompa de jabón.
Debía interpretarse esa señal como que algo misterioso estaba pasando. Diego era uno de los elegidos por alguna razón especial que escapaba al entendimiento y estaba siendo más que aprisionado, tal vez protegido contra sí mismo.
Diego pensaba con angustia qué sería de Laura, su mujer. Si habría sido dañada en el ataque, si se quedaría en la casa esperando y perdiendo la oportunidad de volver a Cadrete y reparar el absurdo traslado.
Una vez que la comitiva llegó a unos extraños hangares, los fueron depositando con un cuidado exquisito en zonas numeradas. La crueldad con la que habían sido desplazados se veía curada, neutralizada y olvidada por la delicadeza con la cual los alojaban en sus sitios, les desataban las cuerdas y les suprimían las rozaduras con un gel azul.
-¿Por qué nos han raptado y aprisionado?- se atrevió a preguntar Diego a uno de los entes de turbante.
-¿Raptado? –se sorprendió el ente, hablando aparentemente el idioma, tal vez traducido por algún aparato que llevara incorporado en el turbante- Hemos seguido el protocolo de trasporte encontrado en el manual “Tintín en el Congo”.
-Pero si eso es un cómic, un libro de entretenimiento para niños! –objetó Diego, obligado a perdonar ofensas por la desinformación que tenían los Seres de las particularidades de la sociedad humana.
-Habéis sido salvados los animales con burbuja verdosa –replicó con una contundencia que presuponía conocimientos elementales del asunto-.
Diego no se atrevía a dialogar con las autoridades salvadoras interplanetarias y decidió averiguar por su cuenta investigando sobre los compañeros de burbuja, que se estaban reponiendo del susto comiendo una especie de galletas de espirulina.
-Hola, qué tal, me llamo Diego. ¿No te sobra alguna de estas galletas que por lo visto inoculan virtudes?
-Hola, yo me llamo Sara, y sí, puedes coger las que quieras del recipiente que se abre en la pared separando dos dedos2
-Por cierto –dijo Sara, aprovechando el trueque de camaraderías- ¿No sabrás por un casual por qué estamos aquí?
-A mí creo que me han salvado de un bombardeo, ¿y a ti?
-A mí me han extraído de un cuarteto de Béla Bartok en una prueba del conservatorio que se hacía en el Palacio de Sástago –confesó Sara- Yo pensé que había tocado muy bien. Me lo había preparado tan a conciencia que creía que entusiasmados me trasladaban a un lugar en las afueras para agasajarme y hacerme una oferta de carrera musical.
-Pero ¿cómo podías pensar eso trasladada en un palo como una pieza de caza? –objetó Diego.
-No lo sé, la verdad, a veces lo evidente se hace invisible. Somos ciegos a lo que estamos viendo. Puede ser que estuviera embelesada o que me estuvieran escurriendo pompas de jabón que alguien me puso en la ropa.
-Y la 14 ¿sabes quién es? –indagó Diego intentando huir de la confusión a través de nuevas incógnitas-.
-La 14 creo que se llama Elena y la han cogido en el Paraninfo dando una conferencia sobre la comunicación química de las plantas. Por lo visto dijo que a través de minerales en la tierra los vegetales se avisan de peligros de extinción o de conveniencia de proliferación.
-¡Qué curioso! –observó Diego, aunque lo curioso de verdad era que tuviera curiosidad en una situación de caos.
-Me parece que de tanto tratar con plantas le esta saliendo una especie de clorofila viscosa de la piel –supuso Sara-.
Observó Diego que bastantes tenían excrecencias verdes, vahos cetrinos y luz glauca, por lo que juntando los datos nació la suposición agorera de plaga a modo de explicación de porque el 23 había sido arrancado en medio de un acto heroico, la morena del 30 de un baile de exhibición del teatro Principal y el mejor cirujano del Servet haciendo una operación pionera3 se le dejó con el bisturí en la mano como cortando un melón en el cubículo 7. La matemática del 42 se había convertido toda ella en una especie de oliva verde. ¿Eran necesarias más pruebas para darse cuenta de que estaban retenidos en cuarentena debido a un contagio o guerra química que había estallado?
La 33 –la políglota- había vomitado un fluido verdemar que le hacia aparecer como un fantasma milagroso caminando sobre las aguas. No dejaba Diego de imaginar referencias disolventes de lo obvio incluso en medio del confinamiento.
La aislada del 29 era madre de cinco hijos y la pequeña de siete hermanos y el mayor tenía cuatro sobrinos, quizá por ello le salía una especie de bombilla esmeralda del bajo vientre. No se sabía por qué los nervios la volvían verborréica y explicaba las historias, las vicisitudes troncales y las subanécdotas arborescentes que se derivaban de cada familiar.4
-¿De qué estamos infectados? –se atrevió a preguntar a un Ser que iba repartiendo ristras de supuestas frutas, que en realidad debían ser antibióticos transfigurados.
-No es eso, estás equivocado. No hay infestación ni contaminación, es mucho peor. Es el fin de los habitantes terráqueos y estamos salvando lo más verde de la especie.
-¿Qué quiere decir que somos verdes, ¿no se referirá a las excrecencias, pastizales, empastes viscosos, pústulas glutinosas, pompas gelatinosas, verdes pringosos y exudaciones pegajosas?
-Quizá no sepas que hay personas con una cualidad especial y trascendente que hace avanzar al mundo con sus patitas hierbales o sujetar con sus raíces impregnadas–contestó el Ente-. Si tienes un grupo de verdes puedes hacer un mundo renovado cruzando los genes, aunando voluntades y utilizando las especificidades asimétricas.
-Entiendo que un médico, una bailarina, una artista, una lista, una risueña y una amena puedan hacer un mundo, pero Yo, pobre de mí, ¿cómo puede ser que sea verde sin ser nada?
-Por qué para que exista algo tiene que haber una nada de la que partir, en la que caminar y en la que acabar.
-¿Cómo el Bosón de Higgs?
-Eso es: “Higgs a bolsa verde”.5
El grupo verde de reunidos por supuesto azar, tenía una cadena de Necesidad que los unía.
COMENTARIOS
#saraPoblaciones #suposición #infestación #contagio
Diego hace una permuta de casas con su hermano cediéndole su chalet de Cadrete a cambio de la casa de San José, que recordaba como un lugar romántico y tranquilo en el cual vivirían mejor el matrimonio y los padres de ella. El inconveniente es que la casa y el barrio no eran los mismos que había visto hace tiempo y comete un error de cálculo.
El error de Diego, como muchos errores humanos, es irreversible. Los transportistas se niegan a empaquetar de nuevo los enseres y lo atan a una columna. Consecuencia de ello es que queda infestado de un mal, una degradación verdosa.
Unos seres misteriosos están recogiendo gentes que tengan la señal verdosa y los reúnen en un hangar. Les comunican el hecho insólito de que la realidad es la inversa a la que ellos creen: por su contagio son elegidos para ser salvados, y el resto de la humanidad perecerá (¿tal vez por ser normales?).
Los seres no parecen todo lo juiciosos que cabría esperar por su inteligencia atribuida, ya que se dice de ellos que vienen de otro mundo y su proceder se ha basado en un cómic de “Tintin en el Congo”.
La operación de inversión es la que hace, como en los paréntesis aritméticos, a los malos buenos y a los buenos malos.
Se hace alusión al grupo de importantes verdes, metáfora del grupo de oyentes, cuya masa viene dada por el Boson de Higgs, esto es, una necesidad que les une por debajo del azar que les reunió.
NOTAS TÉCNICAS
1 Pedimos colaboración sobre qué intentos más podía hacer el protagonista colgado de un palo (“quejarse”, “maldecir”, “amenazar”…)
2 Ampliación: Parece mentira lo que se puede hacer con los dedos, pulsar teclas, mover barras de scroll, hacer círculos y uves en un Smartphone para activar fotos y linterna, aumentar, disminuir, y no digamos ese gesto feo y popular que se hace con un dedo que se eleva hacia arriba, o el dedo gordo para dar mensajes tipo romano.
3 Ampliación: Aunque los mejores cirujanos luego resulten ser tan abundantes que recuerdan las cabezas de san Pedro, las falanges de Santa Águeda o los metros y metros de supuestas sábanas del sudario de Cristo que se conservan en los sótanos del vaticano ocultando el trafico vergonzoso de reliquias.
4 ¿Alguien se atreve a adivinar de dónde fue extraída la persona
5 Tras una pausa, el narrador dice: Que traducido significa “somos un grupo verde”.