Premio Leonor Lorente

Premio Leonor Lorente

IDENTIDAD

Escrito por: Blas Hernández

Era la tapadera perfecta; ¿Quién iba a sospechar de la joven y simpática dependienta? No había nada que temer; estaba entrenada para eso, ni más ni menos. Jamás la podrían descubrir, y aunque así fuera tenía varias rutas de escape. Hasta el momento todo estaba saliendo según lo planeado; su verdadera identidad seguía siendo un secreto. Nadie tenía el puzzle entero; ni Dédalo podría haber construido un laberinto tan intrincado.

Para sus jefes sólo era Elena, ni siquiera les importaba su apellido. Estaba segura de que nunca habían comprobado la documentación; ¿Qué más les daba mientras no faltara al trabajo y atendiera a los clientes con educación? Nada les importaba qué hiciera Elena cuando terminaba su jornada de trabajo; ¿En qué les repercutía a ellos?

-Toma Elena -dijo el señor Chan, con perfecto acento de Shanghái, tendiéndole un sobre -este mes te hemos descontado lo que lompiste. -el señor Chan no esperó respuesta; Elena supo que había llegado el momento.

-Señor Chan -dijo cuando este se iba -mañana no podré venir.

-¿Y pol qué?

-Tengo que ir al médico -contestó sucintamente. Chan la miró con desconfianza -cosas de mujeres -concluyó Elena.

El señor Chan volvió a la oficina mascullando en chino lo que sin duda eran una retahíla de insultos. Elena esperó paciente a que llegara la hora; cuando dieron las dos de la tarde y apareció el relevo, se marchó sin decir nada. Se encaminó a la parada del autobús, ni siquiera pasó por casa, debía ir a la ciudad; asuntos urgentes no admitían más demora.

Llegó a la ciudad sobre las tres; en un barrio junto al río se vio con Mohamed, sin duda un pseudónimo, un árabe huido de la guerra para el que ella sólo era Lina, otro pseudónimo, otra joven supuestamente huida del este. Lina le enseñó el billete y Mohamed lo comprendió a la primera; no eran necesarias las palabras.

-Ten cuidado con la policía -dijo tan sólo Mohamed -están vigilando todo el barrio.

Lina lo sabía, los había visto merodeando, ni siquiera se preocupaban en disimular. Vio una patrulla bajando por la calle, sin duda venían a por ella, lo intuía. Se desvió por una de las callejas y serpenteó para salir al otro extremo del barrio, pero cuando salía del desfiladero allí estaban. Esta vez no los pudo evitar. Le pidieron la documentación; ella estaba serena, ni un sólo músculo delataba la tensión.

-¿Llevas algo? -preguntó uno de los policías mientras echaba un vistazo al bolso.

-No -contestó escuetamente.

-¿Te han detenido alguna vez? -preguntó el otro mientras hablaba por la radio -Illeana Romanov…

-No -dijo ella convencida de que no la descubrirían.

-…Blanco… -oyó por la radio -Está bien -le devolvía el policía la documentación -puedes irte.

Sospechaba que la estaban dejando aparentemente libre. Ahora tendría que despistarlos, estaba convencida de que la seguirían, no la dejarían en paz. Cruzó por el parque, ahí era fácil verlos, dispondría de margen para deshacerse de cualquier evidencia. Sus amigos, los que ella consideraba sus únicos amigos en esta ciudad, estarían junto al río, bajo el puente de hierro. Pero tampoco ellos conocían su verdadera identidad, al igual que ella no conocía la suya. Sabía que bajo la apariencia de vagabundos se escondía la última chispa de la resistencia.

-¡Alina! -exclamó el más veterano -Qué gusto volver a verte.

-Hola amigos -dijo ella sonriendo por primera vez en todo el día -os echaba de menos.

Se estaban poniendo al corriente, cuando por el camino que recorría toda la orilla del río, apareció un coche patrulla que se aproximaba muy despacio. Alina, disimuladamente, metió la mano por debajo de su pantalón.

-Es culpa mía; llevan siguiéndome toda la tarde.

Esta vez la policía los registró a conciencia; pero tampoco encontraron nada, ni jamás lo encontrarían. A pesar de todo disolverían la reunión; no era conveniente llamar la atención. En cuanto la patrulla siguió su camino, Alina, se marchó rápidamente en otra dirección.

Le quedaba la prueba más difícil. Pero no estaba preocupada, la habían preparado para engañar al polígrafo ¿Por qué no iba a engañar a un simple hombre por muy doctor que fuera? Se sentó en la sala de espera, el hospital por las tardes estaba tranquilo, aun así había gente esperando. Se tapó el rostro con sus largos cabellos y subió un poco el volumen de los cascos.

-Eliana -oyó por encima de la música de Dub Garden, se levantó y entró en la consulta -¿Qué tal te encuentras? -preguntó el doctor repasando el expediente.

-Bien -respondió Eliana con entereza.

-¿Has tenido más ideas delirantes? -el doctor la observaba tenuemente por encima de las gafas.

-No, que yo sepa -dijo guardándose para ella lo que sabía.

Al salir otra vez a la calle la temprana noche invernal caía sobre la ciudad. Eliana miró el teléfono, era hora de llamar. Buscó en los contactos y pasó el dedo por la pantalla.

-¿Si? -escucho a través del aparato.

-Soy Lena -dijo ella esperando haberlo dicho todo.

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