perdidos un día de lluvia

perdidos un día de lluvia

Paseamos por Gran Vía y Fernando el Católico sin saber si la lluvia nos estropearía la jornada y tendríamos que coger el tranvia precipitadametne.  Tenemos mucha suerte y podemos disfrutar tanto de callajear como del olor a tierra mojada que a muchos nos encanta.  Paramos un momento en una garita de Tuzsa para que algunos sepan de de su existencia para resolver asuntos de tarjetas en el futuro.

Llagamos hasta La Romareda. Nos admiramos de la torre del centro empresarial que se nos asemeja en este día grisaceo como un faro que ilumina la vida economica de la comunidad para que le sirva de guía.

Nos acercamos al hermoso Auditorio que algunos no conocían y espiamos los conciertos de temporada. Los más antiguos  recrean el antiguo mercadillo que había en la plaza, ahora rectilineamente modernizado al estilo urbano, y rememoran compras que hacían de gangas de ropa, calcetines, slips. El ambiente era muy festivo y entrañable (desde que lo cambiaron de lugar ya no hay vuelto, por cierto, bien sea por desconocer su actual ubicación o por pura alergia al cambio).

Para no volver por el mismo sitio cogemos camino Pedro Cerbuna pasando por la zona de la universidad admirando la bohemia de los bares y envidiando la vida alegre de los estudciantes que parece ajenos a las preocupaciones del mundo con sus indumentarias informales y comentarios escolásticos. Algunos bares que había o que habían desaparecido eran reconocidos por unos y otros.

Nos detenemos en el escaparade de la librería Antígona con titulos que nos parecen bastante evocadores (aunque nos horrorizamos al saber el precio de las maravillas).  Esta librería tiene el encando de tener los libros apilados sobre las mesas, por zonas y novedades que da gusto hojerar. Tocar tanta sabiduriía junta da una energía benéfica que debe dar tambien rozar un talismán.

Bajando por Antonio Maria Claret descubrimos un pequeño restaurante con cuya carta nos quedamos embeledados haciendonos promesas de que en caso de que alguno de nosotros adquierera una repentina forturna se apiadiara del resto de compañero y los invitara para darles magnífica felicidad con el menú de todos los mundos. Los nombres parecían promesas de paraíso.

Bajamos hasta Hernan Cortes y en el camino encontramos un lugar en el que han trabajado algunos compañeros por lo que dejamos pequeño recordatorio gráfico:

Por Corona de Aragon, encontramos también una tienda que nos deja embelesados no se sabe porqué misteriosa razón (quizá porque nos retrotrae a una época aventurea en la que nos gustaba jugar a la guerra, antes de saber que la guerra era algo horrible). Parece ser una tienda dirigida a deportistas cazadores, militares, pescadores de caña o excursionistas de sobrevivencia. Cada uno elige un detalle que le gustaría (virtualmente hablando). Unas telitas de emblemas para coser en la chaqueta, puñales, linternas especiales, brújulas, chaquetas, botas, prismáticos…

Visitamos un bar en el que trabajaba una prima de uno de los compañeros y en el que había estado ayudando el mismo. Parece mentira como de pronto un lugar abre una ventana de una habitación donde estaban guardados unos recuerdos en espera de ser recogidos.

Estamos contentos porque al final hemos podido caminar unas dos horas y media: ahora ya puede volver a llover…

 

 

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