La selva de Oza

La selva de Oza

Sin que seamos plenamente conscientes de que se nos esté ayudando, nuestra mente nos prepara con antelación para hacer lo que hacemos. Cuando vamos a trabajar, el cerebro amortigua cualquier dispersión de otros intereses para permitirnos llegar sonámbulos a nuestro destino, nos aparta todo lo que nos interesa en la vida para que podamos alienarnos en el trabajo que necesitamos realizar para sobrevivir y a la salida nos permite despertar a las posibilidades de la vida, aunque ya se nos ha acortado notablemente la jornada como para desarrollarlas.

Felipe estaba en una panadería de Delicias, un domingo de junio, sopesando si pedir los cruasanes o alguno de los exquisitos panes de masa madre que vendían. Hay distintas maneras de concebir una mañana de domingo, hacer footing a primera hora, pasear el perro, dormir hasta el mediodía, leer el periódico, preparar un buen desayuno, hacer limpieza general de la casa,…1 Felipe era del clan del periódico y café con leche con tostadas untadas en aceite y mermelada.

Ya estaba próximo su turno cuando a sus espaldas le increpó un chorro de voz potente, entre llamada y protesta:

-Felipe!!! ¿Pero qué haces tu aquí? -le espetó Don Hermenegildo, el encargado de su empresa-. Sonaba como si le hubiera pillado en un turno equivocado o haciendo algo indebido.

Felipe se quedó alelado y estupefacto2, por no esperar su cerebro que la liberación del trabajo tuviera de pronto apéndice de secuestro.

Don Hermenegildo interpretó el silencio y atontamiento de Felipe como una prueba de voluntaria sumisión y aprovechó la circunstancia para involucrarlo en sus planes:

-Qué bien me va a venir usted ahora que tengo que comprar los botellines de agua para los niños y la bollería. Me ayudará, imagino…

-Por supuesto, Don Hermenegildo -le respondió caninamente Felipe, adoptando pose y sonrisa sumisa.

-Ponga el material en la parte libre de la trasera del autocar que esta aparcado en la esquina mientras me hacen la factura -le mandó Don Hermenegildo, con esa voz de autoridad acostumbrada a ser obedecida sin rechistar3

Los niños ya estaban ubicados en los asientos, los monitores de la APA colocados estratégicamente para vigilar a las criaturas y las madres ya lloraban enviando las últimas voluntades hacia las ventanillas en las que asomaban las cabecitas de sus vástagos.

-Lávate los dientes cada día -decía una-.

-Come todo lo que te pongan -rogaba otra-.

Felipe se sentó un rato para coger resuello y evitar robos de los bollos que miraban golosamente los niños de las ultimas filas.

-¿Te vienes con la Sifu? -le preguntó Don Hermenegildo, sentándose en el asiento del pasillo, dejándole bloqueado en el rincón.

-Sí, sí… -le contestó Felipe, en parte por ser lo que siempre le había dicho a Don Hermenegildo, “sí, sí, lo que usted diga”, en parte por no tener que confesarle que ignoraba lo que significaba “Sifu” y aparecer más tonto de lo que Don Hermenegildo se pensaba. En todo caso confiaba en que la encerrona acabaría y el jefe, al final, desconfiando que sus bromas no fueran debidamente comprendidas, añadió.4

-En la próxima parada, si quieres me lo dices y te vuelves conmigo en el coche.

La próxima parada era dos calles más allá, demasiado pronto como para que Felipe recuperara el uso de la razón y el coche era el mercedes, demasiado coche para que un subordinado lo pudiera desgastar o manchar con su humilde presencia. Así que cuando Don Hermenegildo le dijo:

-Bueno qué, ¿te quieres venir conmigo o prefieres seguir con la Sifu?

Felipe, compungido y evitando a toda costa y ocasión, relacionarse con Don Hermenegildo, optó por contestarle:

-Con la Sifu, si no tiene usted mayor inconveniente.

-Al contrario -le replicó Don Hermenegildo complacido- ¡un voluntario más siempre es bienvenido!

Durante las horas siguientes, Felipe pudo por fin retornar del estado hipnótico a la realidad y así averiguar que la Sifu era el autobús que había fletado Don Hermenegildo consiguiendo un precio irrisorio de un cliente conocido, el conductor un “voluntario” de la logística de la empresa, los niños iban de campamentos quince días a la Selva de Oza y que la Selva de Oza era un descampado en medio de la montaña sin servicios regulares de autobuses para volver.

Los monitores daban por hecho, en parte porque no se conocían entre sí, que Felipe era uno más de ellos y le asignaron el cuidado de una cabaña de ocho niños.

Cuando procedieron a recoger las maletas y enseres lúdicos, Pepe le dijo:

-¿Y tu maleta?

Felipe se quedó con la cara pasmada, como si le estuviera picando una avispa. Sopesó si decir la verdad y aparecer como intruso indeseable, caradura, potencial pedófilo, o tonto de remate y optó por salir del paso mediante una mentira “piadosa”5:

-Ya está en la cabaña.

-!Qué rapidez, así me gusta! -le alabó Pepe.

Como se había creado una simpatía, falsa, pero cautivadora, Felipe aprovechó la circunstancia para pedirle a Pepe prestado el teléfono para llamar a su familia.

-En esto eres más blandengue que los niños, pero bueno, si no te ve nadie te lo dejo -concedió Pepe magnánimo-.

Pudo explicarle a su mujer que no podía traer las pastas ni el pan porque le había pillado Don Hermenegildo en la panadería. Le había pedido de una manera que era casi “exigido” que le ayudara como monitor de campamentos porque uno de sus voluntarios se había puesto repen-tinamente enfermo. En caso contrario tendrían que anularlo, con todos los niños llorando desilusionados. El mismo jefe hubiera ido si no fuera porque la fabrica no podía funcionar sin él.

-¿Qué querías que hiciera, sobre todo en estos momentos en que están despidiendo a veteranos?6

El primer día salió del paso haciendo ver a los niños que no era un monitor mandón, sino que respetaba sus capacidades:7

-¿Qué creéis que se hace primero de todo, el primer día de campamento? -preguntó.

-Pasar revista a la cabaña -dijo Carlitos.

-Presentarnos y elegir un nombre para el grupo -añadió Jaime.

-Organizar las tareas de cada uno -opinó Vicente.

Los propios niños le fueron guiando creyendo ser guiados con benevolencia y el único inconveniente fue la falta de ropa interior. Tuvo que lavar calzoncillos y calcetines en las duchas comunes por las noches y tenderlas con un cordón de zapato atado a modo de tendedero en la camarilla de monitor de grupo.

Tampoco resultó muy noble que digamos el hurto de una camisa y una gorra reglamentaria al monitor de guardia.

Conforme pasaban las jornadas se fue poniendo al día en estrategias para carreras de sacos, arte de pescar, recolección de materiales botánicos y observaciones de insectos varios. Se fue ganando a sus alumnos por tratarlos amistosamente como adultos en vez de como a niños alocados o repelentes. Por lo visto contra mejor sabes querer mejor te responden.

Cuando ya había pasado una semana y por una parte se había adaptado, pero por otra se sentía cada vez más acongojado por no saber qué pensaría su mujer de la repentina fuga, ni si Don Hermenegildo consideraría su voluntariado como causa justificada de ausencia laboral, si se lo descontaría de las vacaciones o si los monitores verdaderos acabarían dándose cuenta de que había un infiltrado incompetente.

Ese día Carlitos, Jaime y Vicente le pidieron, casi como coleguillas, más que como aventureros temerarios, que les dejara ir por la noche cerca del río para hacer una fogata pequeña e invitar a unas niñas a pan tostado con mermelada.

Debería haber dicho que NO, por prudencia elemental, por sensatez adulta y conciencia del peligro. Pero no quería arriesgarse a enfadarlos y que se abandonaran a la pasividad, que dejasen de explicarle cómo se hacían las cosas y ponerle en evidencia y acabó por aceptar la propuesta descabellada confiando en que fueran más sensatos que él mismo.

Desgraciadamente, a pesar del buen tiempo que había reinado, esa noche, como suele suceder en lugares de alta montaña, los nubarrones llegaron de pronto y se puso a diluviar a cántaros, con truenos y rayos espectaculares.

El corazón de Felipe se encogió como una avellana silvestre pensando en qué les podría estar pasando a sus pobres pupilos abandonados a la noche, con relámpagos pavorosos, barros resbaladizos y barranqueras que de pronto cobraban trepidante caudal.

El monitor de guardia vino con su impermeable amarillo de marino en tormenta a interesarse por los niños de la cabaña y no tuvo más remedio que confesarle que faltaban tres.

-¿Dónde pueden estar? -preguntó angustiado el ‘marino’-.

-No tengo ni idea -mintió, Felipe- ¿No falta nadie más? -preguntó con la esperanza de que la falta implicara a otras cabañas.

-No, sólo tus tres niños.

Felipe se sintió en parte aliviado de que las niñas no hubieran acudido a la cita, pero en parte apuntado como sospechoso de irresponsabilidad del suceso.

-Menos mal que habíamos hablado justamente hoy de que no se cobijaran debajo de un árbol en caso de tormenta con rayos, ni que caminaran en la noche para no correr peores riesgos. Así que mañana los encontraremos por aquí cerca abrazados en medio del camino. -siguió mintiendo Felipe, que no había mencionado este tema para nada y que se lo inventaba para evitar parecer descuidado-.

-Coge tu linterna y vamos al menos a buscar por los alrededores, a ver si es verdad que tienes razón y están parados por aquí cerca.

Felipe primero, hizo ver como que buscaba y no encontraba, pero su compañero quiso ayudar, corrió la cortina y se encontró con el tendedero de ropa interior y los estantes vacíos.

Los niños volvieron a primera hora tan campantes y al ser reprendidos arguyeron que Felipe les había dado permiso y todo el desaguisado salió a la luz.

Intentaron averiguar si Felipe se había sobrepasado sexualmente con ellos o si les había sometido a terribles riesgos de perder la vida. Aunque el delito parecía más locura que otra cosa, llamaron a la guardia civil para que tomara cartas en el asunto. Los gendarmes llamaron a la familia para informar y averiguar extremos confusos y al mecenas de la fábrica, Don Hermenegildo, que había financiado el campamento para establecer la naturaleza del contrato del falso monitor.

Hasta en la prensa salió un comentario sensacionalista “falso monitor abandona en plena tormenta a unos niños en el bosque” que obligó a tomar represalias drásticas a Don Hermenegildo para no verse implicado en el asunto.

La mujer de Felipe decía a su mejor amiga:

-Nunca pude imaginar que Felipe fuera tan mentiroso y llevara una doble vida con total descaro, !parecía tan buena persona! Y mira cómo me salió, rana, mentiroso, falso y encima perdió el trabajo y nos ha dejado en la estacada.

-¿Y no lo has vuelvo a ver desde entonces? -preguntó incrédula su amiga.

-Se lo ha tragado la tierra.


COMENTARIOS

#sagaFelipe #mentira #responsabilidad #evitación

Felipe se ve sorprendido por su jefe un domingo comprando pan. La costumbre de mandar el jefe con el subordinado implica a Felipe en actividades de logística en una excursión de niños.

Sentado en un extremo, para vigilar que los niños no roben bollos, el monitor le bromea sobre si seguirá con la Sifu. Felipe no comprende la broma, y cuando Don Hermenegildo le propone -se supone que con guasa algo siniestra- si bajarse y acompañarlo con su Mercedes o proseguir la excursión. Elige seguir el viaje en autobús para evitar a su Jefe.

Vemos cómo las emociones de temor y vergüenza pueden ser malas consejeras y conducirnos a mentir como sistema de evitar situaciones molestas (preguntas incómodas de sus compañeros sobre su falta de equipaje o sus habilidades como monitor).

Durante la estancia en la Selva de Oza Felipe explora diversas formas de aproximarse a los niños (dejando que tomen la iniciativa, tratándoles como adultos, con excesiva condescendencia). En unas ocasiones se los gana, en otras le ganan a él.

Conforme se involucra en el campamento la traición a su realidad (día festivo, encargo del pan de su mujer, irse sin avisar) se hace más enorme y monstruosa. Se ve obligado a engañar a su mujer sobre la naturaleza de lo sucedido, manipulándola con la posibilidad de despido y exponiendo una situación crítica repentina (enfermos, niños que podrían quedarse colgados, favores debidos). Se genera así una ruptura de confianza entre ellos.

El protagonista se deja arrastrar a las situaciones más inverosímiles por su dificultad para afirmar lo que siente o piensa. En ocasiones sus subterfugios le ayudan a salir del paso, pero acaba sucediendo que no puede controlarlo todo, como la tormenta imprevista que aisló a los niños y sus mentiras acumuladas que se vuelven en su contra al ser descubierto (despido, denuncias, separación de su mujer).

Llama la atención en el cuento que un ‘pequeño’ defecto, mentir, evitar las situaciones, produzca tan ‘grandes consecuencias’, mientras que tal vez fallos peores (ser egoístas, crueles, desalmados) no parecen ser tan duramente sancionados ni tener tan graves consecuencias.


NOTAS TÉCNICAS

Para complementar aspectos del cuento representamos algunos tonos de voz que pueden influir en que nos dejemos arrastrar hipnotizados o anestesiados por la impresión sonora.

Planteamos algunas situaciones en las que comparamos la versión con mentira socorrida y otra en la que vamos con la verdad por delante. Sopesamos pros y contras.

1 Aprovechamos la ocasión para que algunos de los presentes nos amenicen con lo que toman ellos de desayuno los domingos y sus actividades preferidas.

2 Ristra de quedarse “estupefacto”

3Realizamos diversas pruebas de mando para establecer exactamente la voz autoritaria, cada usuario le manda al narrador un cosa para entrenarse y ejemplificar “pon el lápiz sobre la mesa”, “abre la puerta”…

4 Dramatizamos unas escenas complementarias para aclarar el ‘magnetismo’ de la voz de Don Hermenegildo (ver notas técnicas adicionales al final del cuento)

5Sería mas honrado, valiente y noble decir siempre la verdad, por ejemplo, “siento decirte que me he confundido y no me he dado cuenta de que mi jefe me estaba sugiriendo irme con él y en vez de eso he seguido, para no molestarlo y por la vergüenza que paso en su compañía y he supuesto que el autobús tenía por destino un pueblo del que podría volver por mis propios medios y me he liado yo sólo”. Todas estas explicaciones son muy correctas, pero largas y uno no sabe si serán suficientes o las sabrá explicar o si causarán el efecto contrario de disgustar como cuando confiesas a un padre severo que te has equivocado

6No es que no tuviera confianza en su mujer o que tuviera mal genio, sino que decirle la verdad, por ejemplo, “me he dejado llevar por una vergüenza ridícula y no he sabido reaccionar y por culpa de mi tontería me veo en Oza sin posibilidades de volver por ahora, a no ser que confesara y obligara al conductor a llevarme de vuelta a mí sólo en un autobús” La verdad es que Hermenegildo prefirió una mentira, aunque en esa mentira apareciera no obstante como cobarde.

7 Aquí el engaño está en la motivación que se esgrime, la real es que sabe menos que los boy scouts lo que hay que hacer pero para no delatarse como monitor de pacotilla los engaña; la motivación falsa es ‘no ser autoritario’, que le permite aparecer no sólo como competente sino como estimulador de su autonomía y capacidades.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Si continuas utilizando este sitio aceptas el uso de cookies. más información

Los ajustes de cookies de esta web están configurados para "permitir cookies" y así ofrecerte la mejor experiencia de navegación posible. Si sigues utilizando esta web sin cambiar tus ajustes de cookies o haces clic en "Aceptar" estarás dando tu consentimiento a esto.

Cerrar