La mirada que todo lo ve

La mirada que todo lo ve

Enrique recibió una educación muy severa en el colegio. Uno de sus profesores era especialmente estricto, no el típico profesor de matemáticas o de lenguaje, sino el de religión, Hermenegildo Ramos Del Pozo.

Este profesor tenía atormentada a la clase porque les exigía a los alumnos que no debían tener un sentimiento de contritio sino de attritio y no debían temer el castigo de Dios, sino quererlo por encima de todas las cosas. El profesor lo explicó un día en clase colocando una vela en cada pupitre y diciéndoles:

-Acercad el dedo a la vela, sin quemaros pero que notéis el calor, más, acercaos más. ¿Veis? eso ha sido un segundo. Imaginaos el infierno que no sería un segundo, sino 2 segundos, 3, 1 minuto, 1 hora, dos meses, varios años con el dedo en la vela, con ese dolor eternamente, para siempre. Vosotros habéis podido parar, por suerte.

Cuando ya había convencido a todos los alumnos de lo horroroso que era el infierno con el método de la vela, les decía que el miedo era sentir temor de Dios por contritio , por contrición y debía ascender a attritio es decir por devoción, por no querer fallar a quien te quiere en vez de actuar para evitar la represalia.

Don Hermenegildo insistía que el ojo de Dios siempre lo ve todo. Les tenía amedrentados con eso. El pobre Enrique se había obsesionado con la idea de transparencia y cada vez que iba al baño y miraba antes de tirar de la cadena, se preocupaba de haber observado la caca unos segundos más de lo que debiera. El ojo que todo lo veía estaba obligado a mirar lo que estaba mirando y se le obligaría a padecer una repugnancia innecesaria. Esto es como cuando vas por la calle y ves en el suelo una caca fresca de perro. La ves pero no quieres verla. Si pararas a olerla y mirarla con detalle te daría asco. Por eso había que evitar en lo posible el asco divino proveniente de nuestros ojos.

Hay que utilizar la mirada con precaución. Si se observan con mucho esmero las injusticias e imperfecciones puedes sentir rabia o miedo. Si mirases lo que está manchado, roto …1, tendrías la sensación de que el mundo es una cosa fracturada, podrida, oscura, estropeada…2, claro que, ¿quién nos obliga a contemplar solamente lo descompuesto? En contraposición podemos preferir mirar las cosas bonitas, curiosas o interesantes. La ventaja del que aprende el arte de mirar bien, es que vive mejor, y el que mira mal, vive fatal. Así, por ejemplo, si se camina, espías a la gente y ves que están mirándote con mala cara o aires de reproche, puede ser una molestia: ¡pues no haber mirado o sólo lo justo!. En cambio, como alternativa, hay que saber mirar lo que es agradable, de lo contrario podría pasar algo interesante a tu lado, el amor de tu vida por ejemplo, y no darte cuenta porque no lo has pillado al vuelo. Si el azar ofrece una oportunidad única delante de las narices y pasa desapercibida es una cosa tan mala como mirar demasiado lo que no debes.3. Volvamos a Enrique.

Enrique no quería, pero miró unos segundos más la caca y pensó que con eso ensuciaba a Dios, porque como el ojo de Dios todo lo ve, a él lo estaría viendo mirar el váter. Entonces sintió que le estaba haciendo la vida imposible a Dios y cada vez que escupía o se rascaba la nariz pensaba que molestaba a Dios y por ello era mala persona. Tomarse la religión tan a pecho tiene sus inconvenientes, porque empiezas a pensar en si algo es pecado o no, si eres bueno o malo y esto te puede agobiar. La gente más dejada, a lo mejor han robado o matado, pero viven más relajados, sin ese tormento.4

Enrique estaba un poco acomplejado por estas cuitas, y menos mal que conoció a David que le ayudó mucho porque era todo lo contrario a él. A veces se siente atracción por lo afín, estamos más cómodos con alguien similar a nosotros y otras nos atrae lo diferente, exótico o contrario. Este último era el caso de David, un año mayor de edad cronológica pero diez años mayor en cuanto a mentalidad. Ya salía con chicas, era descarado, conseguía dinero, etc5. Dicen, no sé si será verdad, que los espabilados, descarados, balas perdidas, listillos6, los que saben manejarse en la vida triunfan y logran cosas, y en cambio, a veces, las buenas personas, nobles, generosas, atentas7, siempre están pensando “ay, esto no está bien”, “ah, esto igual lo ve el ojo de Dios”, no avanzan ni consiguen.8

En este caso se juntaron un gran tipo con mucho corazón y un caradura de mucho cuidado, creándose una relación que extrañaba a los amigos de ambos que se preguntaban qué podían hacer juntos esos dos que no pegaban ni con cola. Nadie entendía esa relación, quizá el listo necesitaba al tonto para ser más listo, o quizá el tonto necesitaba al listo para que se le pegara algo. Una relación simbiótica.

El pobre Enrique entre el ojo divino que le tenía inspeccionado y que no acababa de sentirse él mismo porque siempre hacía lo que le decía David, no acababa de adquirir una personalidad completa. Por esto, empezó a tener complejos de sí la gente lo encontrada adecuado, torpe.9 Escrutaba los rostros de los demás por si encontraba disgusto por algo que fuera su falta. Siempre acababa por descubrir que había alguien que le miraba con malos ojos.

Por ejemplo, si alguien va a la plaza España y se pregunta ¿habrá alguien mirándome mal? seguramente terminará encontrando a alguien con semblante taciturno, porque está enfadado por algo, le duelen las muelas, es serio, llega tarde..10), y en cambio si no lo hubiera estudiado habría pasado desapercibido, como todos aquellos de los que no se observa cómo están o cómo sienten.

Como resultado, Enrique se volvió una persona muy callada, atontada, tímida, lela y recelosa .

Con el pasar del tiempo la preocupación por la mirada de Dios pasó al convencimiento de que todo el mundo sabía quién era y lo qué discurría. Si él consideraba que estaba cansado creía que los demás se enteraban y murmuraban con disgusto y le desaprobaban con muecas de desprecio mal disimuladas, como dando a entender que era un flojo quejicoso.

No es tan extraño, si yo misma, (narradora) pienso “!que cansada estoy!”, y miro a alguien y veo que tose, se gira, o mueve la silla ¿eso es una prueba de que me está leyendo el pensamiento y se ha dado cuenta? ¿no? 11

A veces ya no le gustaba ni hablar, y David le decía:

¿Oye, qué diablos te preocupa ahora?

Y él pensaba “para qué hablar si ya me lees el pensamiento”.

Enrique no sabía si le leían bien o mal los pensamientos, eso era harina de otro costal. La persona que lea los sentimientos de otro, cabe que se equivoque. 12

Hay gente que te indica la supuesta realidad de los hechos “Estás cansado”, “esto no te gusta”, “con lo bien que te cae tu tía”, “con lo que te gustan las espinacas”.. Al final concluyes: “será verdad que leen mis pensamientos y sabrán mejor que yo lo que yo siento”. De hecho entre adultos, el profesor, el médico y los expertos en general suelen dictaminar cómo es la vida y como eres inferior te crees todo, luego vas descubriendo cosas que no son verdad.

Muchas personas le hacían sentir a Enrique ‘sus’ supuestos pensamientos y sentimientos, se los imponían a su capricho o con su poderío. David, por ejemplo, resultaba muy asertivo, por no decir aplastante. Si le aseguraba taxativamente !esto es así! le parecía que así serían las cosas porque se sentía insignificante y le tenían que decir caritativamente cómo sentir adecuadamente y cómo funciona el mundo.

Tenía la sensación de que le leían la mente y creía que no debía hacer el paripé de preguntar para que los demás se hicieran los suecos. Estaba apesadumbrado, por lo que fue al psiquiatra para obtener un poco de iluminación.

El psiquiatra le aseguraba que todos éramos anónimos desconocidos para los demás y que a veces se tenían intuiciones que podía que acertasen por casualidad produciendo la impresión fugaz, que no repetida, de comprensión.

-Quisiera saber –le preguntó Enrique, algo azorado- si usted sabe, sin decírselo de palabra, lo que me ha pasado, una cosa que nunca he contado a nadie…. una cosa que tiene que ver con….

¿Con un accidente? –intenta equivocarse a propósito el psiquiatra, aseverando lo primero que se le ocurre al tuntún-.

-Vee…!! ve como si me lee el pensamiento, yo eso no se lo he dicho a nadie. Usted ha leído ya mi mente y sabrá con qué tuve yo el accidente.

-¿Con una piedra? –le contesta el psiquiatra salvando el azar con alguna aberración causal-.

-Lo ve, ve como lo lee, confiese usted y acabe con la idea de que somos opacos, impenetrables, que podemos pensar cualquier cosa, que vamos a robar, que vamos a matar a alguien y nadie se entera, ósea ¿yo puedo pensar lo que me dé la gana? usted me quiere convencer de eso y sabe perfectamente que hubo un accidente con una piedra y yo eso nunca se lo he contado a nadie…

Le dice el psiquiatra:

Lo habré intuido, pero no lo he leído, se pueden intuir cosas como que vives martirizado o que el sentirte vigilado por tantas miradas y tanta gente que lee tu pensamiento te ha afectado y te has metido para dentro y ha alterado tu personalidad: son cosas que yo intuyo no que leo de tu cerebro como si fuera un libro. No te confundas.

Bueno quizás usted que tenga razón en alguna apreciación –accedió Enrique-, pero sea como sea, algo adivina, como lo de la piedra. Tengo miedo a que alguien descubra eso que nunca he podido decir, y a lo mejor la gente lo sabe y por eso no quiere ser amiga mía, no quiere hablar conmigo, les parezco ciudadano de segunda categoría, esto explicaría muchas cosas. Yo tengo algo que siempre intento olvidar y no pensar para que nadie lo descubra y es que una vez estábamos jugando una banda de niños tirándonos piedras con 8-9 años…

-No sabes que las cosas son malas hasta que tus padres te dicen “ojo que te caes”, “cuidado que quema”, “no toques eso”, si te acercas 3 metros de la ventana “ojo Enrique, la ventana!!! 13¿por qué dice esto mi madre? igual se piensa que me voy a acercar a la venta y me voy a caer, porque soy torpe, atolondrado, atontado…14, entonces estas cosas te hacen sentir que eres poco de fiar, que debes permanecer a prudente distancia de las ventanas, no hablar, porque a saber que puedes decir, igual hieres a alguien con tus palabras. 15

Continúa Enrique:

-Se arrojaban las piedras los de un barrio a los del otro, para ver quién era el mejor, para defender el territorio, para sentirse superiores machacando a los rivales. Todo el mundo disparaba guijarros. No tenía conciencia cabal de que un pedrusco pudiera hacer daño a nadie. Entonces cogí la piedra, era muy áspera, la sopesaba con la mano y pensaba si el apretarla le hacía daño a Dios. En ese momento Nuño me gritó “tírala, ¡tírala!” y no sé porque le hice caso, no debería, ¿por qué obedecemos cuando nos ordenan algo?: te quedas bajo la prescripción como acobardado y realizas la orden sin saber porque lo has hecho. Entonces tiré la piedra, bajo mandato, no porque hubiera querido, como un autómata, como si yo fuera el que la puso en el tirachinas y Nuño el que soltó la horqueta. Mi mano es cierto, hizo el movimiento de estirar y el de soltar la presa, pero ese movimiento ¿fue voluntario o involuntario? ahí está la cosa, siempre estará la duda de si me moví por un resorte, si me empujó una voz en el cerebro, o ese mandato, como no tenía personalidad propia, atravesó sin resistencia mi voluntad, con tan mala suerte que le di a un niño en la frente y lo maté.

Enrique tragó saliva y continuó:

-Mucho revuelo.. llegó la policía haciendo preguntas, interrogando. Declaré que yo no había sido. En el fondo tenía la duda de si al hacerle caso a Nuño había sido su brazo ejecutor Las cosas no siempre hay que tomarlas al pie de la letra, no siempre son lo que parecen. Creía que en realidad yo no había tirado la piedra queriendo hacer daño a un niño inocente.

El psiquiatra anotó en su cuaderno de historiales: “A lo largo de la vida desarrolló la tremenda duda de si realmente había tenido la culpa de un accidente mortal. Frente a las heridas de la memoria, dañada por un dolor del pasado, el sujeto intenta vivir como si no hubiera sucedido. Aunque no quiere, siente, pero no sabe qué. El sujeto no lo ve la causa de su inquietud, no se fía de nada. Risperdal inicial 2mg”.16

Es posible que estas anotaciones de psiquiatra queden reflejadas por escrito, pero nadie las lea. Le dijo a Enrique:

-Tú tiraste esa piedra, fuiste un gamberro y desde entonces no has querido volverlo a ser porque te asustaste de ti mismo. Lo que tienes que hacer a partir de ahora es conciliar lo bueno y lo malo y no pretender ser una cosa o la otra porque te vas a debatir en una tragedia imposible de resolver. Tienes que entender que todo el mundo está hecho de ese lodo. No somos gente de cemento sino de barro. Yo mismo arranqué un ojo de un niño pequeño y ¡aquí me ves!. Estábamos haciendo unas tiendas de indios con las cañas de una acequia y sin darme cuenta le di en el ojo a un niño. Yo confesé y dije que no fue a propósito y esto me ayudó. En cambio, tu aseguraste que no habías sido tú e inventaste que los culpables fueron los demás,.

-Se da cuenta -dijo Enrique – que usted también me está diciendo ahora qué tengo que pensar y qué decir –objetó Enrique-, En parte es verdad que yo tiré la piedra, pero ¿cómo me hago cargo yo de la oscuridad de ser un asesino?

Si tenías 9 años no eres un asesino –le contesta el Psiquiatra-, eso fue un accidente, estás exento de responsabilidad penal.

Le aconsejó que a partir de ese momento fuera por la calle sin observar si le miraban o no, que estuviera lo más distraído que pudiera. Aunque intuyera que había personas escrutando, debía decirse -tantas veces como fuera necesario para que le saliera automático, “¿qué más da?, ¡si no les hago caso no caigo en su provocación!. Mejor estaría yendo a su aire. Ande yo caliente y ríase la gente.


COMENTARIOS

#sagaEnrique #delirios #psiquiatra #persecución

Prolegómenos de Enrique, que tendrá posteriormente síntomas referenciales, creencias en la lectura del pensamiento, miradas hostiles y acabará recibiendo tratamiento de su psiquiatra.

Arranca la historia desde la attritio, el esfuerzo de calidad amatoria que le exigen de pequeño que deriva en obsesión por su imperfección, le hará mirar en vano a Dios aspectos desagradables.

Se hace amigo de David, más avezado en las cosas de la vida, esperando mejorar con su influencia estimulante, pero en cambio sólo logra perpetuar una sensación de inferioridad frente al superior que está siempre un peldaño por encima. Se dibuja una contraposición entre la figura del escrupuloso frente al caradura, sus glorias y desventajas.

Se desarrolla el problema con la mirada y el saber mirar. La educación estética y hedonista nos inclina a fijarnos en la belleza y en las cosas que nos producen fruición, por el contrario el ejercicio del malestar prefiere mirar lo injusto, roto, podrido e imperfecto que, aunque fuera en nombre de la autenticidad, lo que induce es desasosiego.

Vemos en acción al pensamiento paranoide sobre la mirada que produce angustia e ira: me miran con reprobación, saben de mis defectos y me desprecian, me insultan con gestos y muecas. A este pensamiento se le oponen ciertos atenuadores, los que leen se pueden equivocar, los que miran mal puede ser debido a una causa desconocida: el dolor de muelas, son serios…

En las sesiones con el psiquiatra se intenta acotar la idea paranoide sin entrar en confrontación con la realidad de lo vivido por Enrique. Se le recomienda “protegerse de la provocación”, “salvar su humor no viendo “lo que molesta”. Además se adentra en secretos de la memoria que puedan influir en su sensación de “perseguido”, un supuesto asesinato que es reinterpretado como accidente.

Enrique prefiere culpar a otro en vez de reconocer su temeridad, su dejarse ir por el grupo de amigos o su etapa gamberra. El psiquiatra se pone como ejemplo, yo también arranqué un ojo a un amigo sin querer, para convencerle de asumir su error y perdonarse por tener entonces sólo 9 años.

No obstante Enrique integra al psiquiatra en su mundo persecutorio y cree que le está induciendo ideas como otros adultos en el pasado le dictaban lo que estaba pensando o quería o no quería presuponiendo que lo sabían mejor que él mismo.

La sensación que nos deja al final es que es imposible una ayuda consensuada, y debe limitarse a una influencia tangencial y a una siembra de sensatez en un mundo perceptivo insensato, aceptando la desconfianza como algo inevitable.


NOTAS TÉCNICAS

1Buscamos acompañamiento de conceptos de degradación

2Coralario de consecuencias en la que participan los oyentes.

3Circunloquio con argumentos de pacotilla no exentos de resultados cómicos pero que iluminan el problema de mirar de forma que nos expone a consecuencias desagradables en vez de protegernos y mimarnos para no sufrir.

4Los argumentos llevados al extremo, aún a sabiendas que son exagerados e irreales, tienen la virtud de iluminar un problema bajo el punto de vista – distanciado – de la sorna y la fina ironía.

5Enumeramos atributos del avispado visto por los oyentes.

6Traemos un conjunto de nombres para triunfadores que recordemos.

7Completamos ahora el conjunto de los ‘grandes tipos’.

8Tomado de la diferencia entre el ‘triunfador’ y el ‘gran tipo’ de Scott Fitzgerald, en “El gran Gatsby”.

9Momento coral para calificar al imperfecto.

10Contribuimos entre todos a especular por qué pone mala cara un desconocido.

11 Provocación para ver si alguien se siente aludido y reniega de la solución expuesta. Además el narrador se socializa siendo uno más en cuanto al problema a tratar.

12 Se ha entregado el párrafo a dos personas con alguna dificultad de lectura para que se equivoquen en alguna palabra.

13Este fragmento el narrador lo dramatiza con contundencia para introducir un grado emotivo de exposición.

14Bis respecto a la enumeración de sentimientos similares a una anterior vez, realiza de modo rápido como una practica consabida.

15Interrupción de registro, como si se estuvieran contando dos cosas a la vez.

16Se hace una pausa del diálogo. El psiquiatra comienza a escribir en una libreta. Remi hace amagos de leer con disimulo. El psiquiatra pone su mano a modo de pared para impedir la lectura de su notas profesionales, pero a continuación nos enteramos de lo que escribe porque el mismo psiquiatra habla en voz alta mientras realiza la anotación.

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