La casa Mágica

La casa Mágica

Representado por Inés Orrios y Alba Uson

Enrique y Silvia me invitaron a pasar unos días en su casa jardín. Estaba en una colina rodeada de árboles y arbustos silvestres. Simulaba estar en medio del bosque pero en realidad, se hallaba en las afueras de la ciudad, a tiro de piedra como quien dice, del centro y con acceso a todo aquello que una ciudad importante posee, como grandes centros comerciales, teatros, cines, espectáculos, fiestas, lugares artísticos, entrañables y originales, locales de moda, gente diversa, novedades y exposiciones artísticas, museos, restaurantes, tiendas esotéricas…1

Habían llevado a cabo un esfuerzo portentoso en comprar la tierra baldía del quinto pimiento e invirtiendo todos los ahorros de ambos, más la herencia de la abuela de Enrique, más un préstamo adicional. Muchas horas extras de los dos, tanto para ganar dinero como para desbrozar el terreno y plantar vegetación, obtenida el fin de semana en excursiones a los Pirineos con intenciones extractoras furtivas.

En el centro del terreno, al lado oeste del promontorio, había una casucha que podría haber sido refugio de pastores y ganado, en un lejano pasado y de la que se conservaban las gruesas paredes de piedra, llenas de musgo y enredaderas silvestres.

A un lado, el pozo y un pequeña ermita que aún conservaba la techumbre. Vaciada ya de cualquier uso religioso que pudiera haber tenido antaño, se veía que había sido utilizada como refugio improvisado de transeúntes, parejas sin medios, pandas de amigos con dudosas intenciones, excursionistas ocasionales o como lugar para ocultarse. Se podía observar las negrura de las distintas fogatas, repartidas por el recinto, rayones en las paredes hechos con tizones para dibujar escenas procaces y frases lascivas, corazones atravesados por flechas y siglas, fechas conmemorativas de sucesos indignos de aparecer en los manuales de historia, trozos de mapas y vestigios de juegos de tres en raya2.

A Silvia le costó mucho adecentar las paredes a base de una mezcla de trementina, bicarbonato de soda y jabón líquido. Lo mezclaba todo hasta obtener una cataplasma que aplicaba a la piedra, dejaba reposar y luego limpiaba frotando a conciencia.

Piedra a piedra y muro a muro, adecentó toda la superficie durante un par de años. Pusieron un suelo de terrazo rojo, dobles vidrios con cámara de vacío en los ventanales. La primera parte de la casa que utilizaron de cabaña fue testigo de ardientes promesas de amor eterno.

La rehabilitación de la vivienda destruida fue bastante más complicada y requirió el concurso del cuñado paleta que venía unas horas los domingos a cambio de paella y costillas al aire libre en la barbacoa improvisada que construyeron frente al pozo, algunos colegas del cuñado inclinados a coger fuerzas y motivación a base de un buen rioja, el suegro de Enrique que todavía tenía fuerzas y se encontraba aburrido como una ostra tras la jubilación, las parejas de las amigas de Silvia que para huir de las conversaciones interminables de las féminas eran capaces de echar una mano levantando vigas, arrastrando pedruscos o aprendiendo a hacer mortero para sentirse útiles y que no les acusaran de zánganos y les privaran luego de la recompensa del guerrero.

Se creó durante muchos años un ambiente festivo, una especie de cooperativa entusiasta, una misión que unía a un grupo de gentes que de lo contrario hubieran navegado, perdidos, en el anonimato de la soledad desperdigada.

Enrique pidió a su empresa de instalaciones de aire acondicionado, pasar a ser contratado como autónomo para así poder conseguir clientes por su cuenta e inflar presupuestos en cuanto se topaba con ingenuos, gentes de buena fe o ignorantes del terreno que pisaban. Esta práctica comercial que llevaba a cabo con gentes anónimas o incluso con amigos poco amigos o amigos de sus amigos que no conocía, le parecía no solo muy jugosa sino legítima y consustancial a la idea de negocio moderno.

La mayor parte del dinero iba a parar a la compra de materiales de construcción que conseguía a buen precio en un almacén en el que trabajaba un conocido, que además se las traía en furgoneta a cambio de ser invitado a los ágapes y ser presentado a las chicas que aparecían en cuanto se creaba masa crítica de quince o veinte personas.

Silvia, que era enfermera, siempre que podía doblaba jornada supliendo bajas en un hospital privado en el que conocía a la supervisora.

La pasión tiene tanta ímpetu que no agota la fuerza y a pesar que los jornadas kilométricas que hacían para ganar dinero, los fines de semana eran si cabe, todavía más agotadores, pero ellos lo vivían como diversión y no como un trabajo. Reían, se entusiasmaban, socializaban e incluso tenían siempre ganas de hacer el amor por la noche para coronar la gloriosa jornada.

La pasión hacía que al llegar el lunes no sólo tuvieran energías y determinación, sino que ardieran en deseos de que llegara de nuevo el “palizón” del fin de semana, como lo llamaban con un tono como el de esos masoquistas que se les cae la baba diciendo “azótame!”.

La casa llegó a tener nueve habitaciones, cinco baños completos, un pasadizo de enredaderas hasta la ermita en la que habían practicado una entrada en uno de los ventanales, higueras, melocotoneros, ciruelos, un huerto particular, un pozo funcional, solárium, piscina gótica acristalada, mirador de estrellas, césped inglés, arboleda de circunvalación, en fin, un paraíso.

Siempre había invitados que participaron de una manera u otra en la construcción, bien como paletas, como proveedores de alimentos o materiales decorativos, como acompañantes, entretenedores o instaladores de diversos oficios. La casa, además de casa, era una especie variopinta de comunidad en la que siempre había compañía variada de la que disfrutar.

Algún roce, torpeza o agravio también se había producido. Pero la vida no sería vida sin algo que la pusiera en vilo e impidiera que el aburrimiento de la felicidad empañase y estropease la felicidad.

Esos días estaban alojados la cuñada de Silvia, su marido, sus dos niños, un par de compañeros de Enrique con los que estaban montando una nave en Tardienta y un par de amigas de Silvia. Se había organizado una barbacoa con lo que cada uno había traído. En el café Silvia y Enrique comenzaron a discutir, por lo visto a causa de una extraña proposición que le hizo Enrique.3

-¿Qué pensarías si me ofrecieran algo grande en Tardienta, un negocio importante?

-¡Ya estamos! ¿Qué es importante para tí? Tu furgoneta, tu súper ordenador, tu súper cámara?

-No sé porque me echas en cara lo que me ha hecho feliz, como si tus tratamientos faciales, peluquería y vestidos informales que cuestan un ojo de la cara, ah, y los muebles de cerezo tan monos que te empeñaste en comprar para el comedor, que todavía estamos pagando..

-Eso es ruin y miserable, ¡cómo si no te hubieran encantado!

Estaban elevando la voz y la cosa parecía irse cayendo en el precipicio del reproche, en el pozo sin fondo de los rencores en los que cada cosa que habían hecho o condescendido por amor, cada error perdonado o falta enmendada de pronto se trasformara en heridas, injusticias y abusos.

Como estaba ahí en medio y en realidad, como el resto de los visitantes de la “comuna”, los adoraba, no tuve más remedio que intervenir para intentar apaciguar los ánimos y evitar que la cosa acabara como el rosario de la aurora4.

-Me parece que tendrías que enfocar la situación u oportunidad de cambio con tranquilidad, estudiando los pros y los contras, dibujando primero, como si fuera una bonita película, cómo podría ser una nueva vida en Tardienta, qué dinero ganaríais, como podría ser vuestra vida con esos recursos, cómo viviríais, cómo os podrías sentir y luego, pensáis qué cosas echaríais en falta, qué os perderíais.

-Tienes que pensar qué coche elegante tendrías, qué viajes, qué facilidades, qué súper casa -terció una amiga de Silvia, apuntándose a la actividad pacificadora- o a qué obra te opusiste aceptando muchas cosas a regañadientes o convencida por embudo… que alguna conversación hemos tenido al respecto.

-Todos queremos una casa y trabajamos duro para conseguirla, pero es para ser feliz y uno puede serlo en cualquier sitio que le vaya bien -añadió la cuñada-.

-Tardienta puede significar un lugar tranquilo, paz, para disfrutar del tiempo libre en vez de estar constantemente construyendo o decorando una casa. Edificar para el futuro es para tener un porvenir en el que pararse. Se supone que al final caminamos para llegar a alguna parte -les digo, adoptando un tono sesudo-. Pensad que un día os haréis mayores y entonces el jolgorio que hay aquí siempre, os agotaría y os tiranizaría estando tan pendientes de los demás como anfitriones.

-¿Pero qué haremos con la casa? -objetó Silvia, de una manera que parecía decir, “¿cómo se puede vivir sin corazón?”.

-No lo sé, -dijo Enrique, de una manera muy conciliadora y amable -. Sabes de sobra que la adoro y me gustaría conservarla para venir siempre que pudiéramos. En cada rincón, suelo o techo o pedacito de muro está la huella de mi mano que ha construido un caparazón, un exoesqueleto, un mundo hecho a medida, un universo personalizado, un microclima, una naturaleza propia. Se me encoge el corazón sólo de pensar que en Tardienta tendríamos un chalet moderno de lujo sin enredaderas, ni ermita, ni pozo.

-Hay chalés muy bonitos -añadió Silvia, ilusionada de golpe ante la idea de que un chalé de lujo como los que había visto alguna vez en un programa de televisión, tenían también un aspecto magnífico que podrían incluso ofuscar el brillo de su propia casa. Recordó haber envidiado las mansiones de ciertos arquitectos y millonarios…

-Lo ves… -dijo Enrique- se puede pensar que podemos tener otra clase de vida, aunque la que hemos tenido hasta ahora haya sido buena. Me han ofrecido ser socio de una empresa de construcción muy importante, que nos puede dar mucho, mucho dinero. Y por eso me atrae la idea de mejorar aunque tenga dudas y mucho miedo, por no saber si irá bien o cómo nos puede afectar a nosotros.

-Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes -insisto- para que continúen en una vía de conciliación y acuerdo.

Hablaron entre ellos del lastre que impedía levantar vuelo, de cosas que por inercia hacían sin estar muy convencidos. Tal vez se estuvieran refiriendo a gorrones que con frecuencia les visitaban, cogían cosas de la nevera con confianza excesiva y no reparaban ni limpiaban lo suficiente (espero no ser yo), a verse forzados por educación a aceptar a unos y otros, a la falta de privacidad, a la sociabilidad, al colesterol que les están incrementando las continuas barbacoas, al hartazgo de fiestas y conversaciones hasta la madrugada, a cómo han disminuido con el tiempo sus relaciones sexuales, a los mosquitos y los problemas de la piscina gótica, al chupadero de dinero que es la casa, a las termitas que aparecieron en los dinteles por culpa de haberse olvidado del tratamiento químico de la madera, a los ruidos que a menudo hacía la techumbre de la ermita que utilizaban de dormitorio y a la dificultad de hacer siestas cuando venían niños a jugar en la alameda que estaba a la derecha. Insistió mucho Enrique en que cuando tienes una buena casa con alma, la casa te ata y obliga a estar en ella. Dejas de ir a otros sitios, viajas menos, te empobreces en cierto modo y lo bueno deja de ser tan bueno.5

A veces ocurre que vas a un sitio esperando encontrar un remanso de cosa sólida y continua y en cambio lo que encuentras es un instante fugitivo, cuando no asistes a un final.

Acabaron vendiendo La Comuna. La compró un inversionista que la destrozó toda para hacer bloques de pisos, todo para poder adquirir la parte de un socio de CONSTRANS y poderse comprar un superchalet millonario, que les llevó a hipotecarse para poder acabarlo de pagar.

Durante unos años ganaron dinero a raudales. Parecía que se adaptaban perfectamente a una vida de nuevos ricos, vida SELECTIVA de amigos de pro, en vez de gorrones y familiares abusicas de ocasión, contactos con gente interesante, vuelta al mundo en avión o yate, cochazos, en fin, entretenidos.

Pero el boom de la construcción fue como un regalo envenenado, porque luego comenzaron las dificultades con la crisis de las subprime, tuvieron que reducir el negocio y finalmente lo cerraron abrumados por las deudas. Mal vendieron el chalé para pagar la hipoteca e impagos a proveedores y no tuvieron otro remedio que irse a la capital a buscar trabajo de suplencias de enfermería y de instalador ayudante en una empresa de Servicio Técnico de un conocido que tuvo a bien recogerlo por piedad.

-No tendríamos que habernos ido de La Comuna, se lamentaban alguna vez que estaban deprimidos por la poca sustancia, la poca pasión y el pobre futuro con que sus trabajos les mantenían a puro nivel de supervivencia.

-Siempre tendremos el recuerdo -solía añadir Enrique-.

-Pero el recuerdo, cuando es melancolía, es más bien dolor -añadía la enfermera-. Mejor no pensemos en eso.

Creo que decidieron tener un hijo para alimentar su inveterado afán de tener afán, a pesar de que cuando los traté solían ser muy reacios al tema, llenos de dudas timoratas sobre lanzar una criatura al caos y al infierno de una sociedad despiadada, caótica, pervertida, cruel y malvada6.

Los miembros de la comuna, sin paraíso en el que pernoctar, han ido dando tumbos, huérfanos de sociabilidad, enclaustrados en sus satánicas soledades y a mucho molestarse, de vez en cuando se van al río a comer tortilla de patatas y lomo ya que ahora está prohibida la barbacoa en casi todas partes o a la playa para achicharrarse de sol, modorra y olvido.


COMENTARIOS

#sagaCasas #entusiasmo #pasión #ambición #crisis

La rehabilitación de una casa convoca a un grupo de personas a formar una comunidad de fin de semana. Todos se contagian del afán constructor, alegres de formar parte de un proyecto que aunque no es propio, les arrastra por el contagio de pasión colectiva.

El esfuerzo titánico de construcción es como una droga que hace que los trabajos parezcan diversión, el cansancio agradable y las enormes inversiones minucias. La fuerza de un sueño anestesia el dolor y convoca todas las energías.

Surge una oportunidad de cambio que se cuela en la vida de la comuna como un virus letal. Los protagonistas deciden pros y contras. Se necesita un reparto tentador para inclinar la balanza al iniciar una nueva vida. Haciendo más seductoras las ventajas y viendo por fin las desventajas de la comuna, con gorrones, cansancio y falta de privacidad.

La ambición de chalés de lujo (status social) y riquezas (socios de un gran empresa) decide a la pareja a vivir en Tardienta. Comienza una nueva escala de ascensión que vuelve la aventura de la casa agua pasada, es como una huida hacia delante ante los límites del deseo tal vez debida al hecho de que se realizan y por ello terminan.

De resultas de la crisis de la construcción el nuevo camino se convierte en una tumba por las deudas que les aplastan. Tras el fracaso, la nostalgia ataca de nuevo, los bonitos recuerdos y las decisiones que tomaron de abandonar la casa, pero sólo cabe como solución la resignación.

Las fuerzas constructivas que crean vínculos significativos se ven amenazadas por pulsiones que nos aíslan, atomizan y en cierto modo nos degeneran.

Los espectadores del cuento asisten al espectáculo en el que lo que tejen las ilusiones lo deshacen las ambiciones.


NOTAS TÉCNICAS

1 Aprovechamos para hacer constar entre todos el tipo de cosas interesantes que se pueden encontrar en una ciudad (a diferencia de un pueblo pequeño).

2 Preguntamos si a alguien de los presentes se le ocurre algún tipo de escrito o dibujo que recuerde haber encontrado en una casa abandonado o en un lavabo público.

3 Esta discusión la representamos entre tres. En la representación salen a relucir algunos reproches improvisados, pura intuición o proyección de los actores. Luego se van añadiendo voluntarios para volver el debate lo más rico y participativo posible.

4 Según se cuenta, en un pueblo gaditano (unos dicen Medina Sidonia, otros Espera), durante el rosario que se rezaba justo antes de la salida del sol (de ahí llamarlo de la aurora), dos cofradías enemistadas coincidieron por un paso estrecho; la tensión por ver quién pasaba primero desencadenó en una fuerte trifulca habiendo como resultado varios heridos. Tal fue la pelea que incluso se llega a mantener que se emplearon los faroles de sendas procesiones para propinar los golpes y que el cura que dirigía una de ellas falleció en el altercado.

5 Esta lista de temas, en vez de narrados puede seguirse en el grupo de amigos que discuten la conveniencia o no de ir a Tardienta.

6 Corroboramos entre todos las pegas que desaniman a tener un hijo en nuestra época.

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