Ivanhoe
Aunque casada con un buen partido, un capitán de artillería, la madre de Javier no tuvo que pasar penurias, pero sí padecer los gustos cuarteleros de su marido con interminables visitas a las bodegas para brindar con los amigotes y largas partidas de cartas hasta las tantas seguidas de intempestivos débitos conyugales a deshoras.
Para intentar aportar chispa a su vida devoraba los culebrones de la radio. Genoveva de Bravante, el Derecho a Nacer y leía los libros en octavos que vendía por unos modestos céntimos La Casa de las Novelas donde podía coleccionarse por entregas el Conde de Montecristo, Amadís de Gaula, los hermanos Karamazov. Cuando Javier tuvo edad para comprender la lectura también recibía a cambio de acompañarla en el paseo semanal a la Casa de las Novelas su dosis de Tarzán, Oliver Twist y las historias de Ivanhoe.1
Por influencia de estas lecturas los juegos infantiles que se desarrollaban en las tardes, especialmente en verano, consistían en batallas medievales, conquistas y arduas luchas justicieras con espadas de madera.2 A veces las batallas duraban semanas, conquistando cabañas derruidas, fuentes, caminos bordeados de higueras, promontorios yermos y peligrosas acequias con sus puentes en los que los contrincantes disputaban el paso con sus lanzas de caña o estoques confeccionadas con ramas de pino. En una de estas peleas sucedió el percance maldito. Luchaba Javier con el nuevo en el barrio, Ricardo Cadascués
-Tómate ésta, maldito malandrín, bellaco, truhán de pacotilla -le amenazaba Javier “Ivanhoe” con su puntiagudo florete-.
-Bribón, ahora te tragarás tus improperios! -le replicaba iracundo Ricardo Corazón de León-.
En estas que la estocada fue a parar al ojo de Ricardo que quedó mal herido. Fueron corriendo al ambulatorio que estaba casualmente detrás del descampado que utilizaban de campo de batalla y allí, a pesar del tremendo dolor Corazón de León dijo:
-Ha sido un percance de guerra. Me he golpeado con una rama sin querer, Doctor.
Perdió el ojo derecho, pero nadie tuvo reproches hacia Javier, que estaba muerto de miedo por la posibilidad de ir a parar a la mazmorra por el desaguisado.
No pasó nada. Al contrario. Cuando venia a buscar a Ricardo para jugar sus padres le daban una palmadita en la espalda diciendo:
-Si no llega a ser por ti Javier, no sé que hubiera podido pasar.
Javier sonreía forzadamente y oía una voz interior que le decía “Judas Iscariote!”. Javier le nombró caballero en el sotón del castillo, por su nobleza y su parche en el ojo y desde entonces parecían uña y carne.
Javier le invitaba a pipas, sidral, chupachups de fresa y más tarde entradas de cine, cocacolas, bocadillos de calamares3. Tuvo que sisar el monedero de la abuela, de su madre, de su tía, de su padre e incluso de la colecta de la iglesia en la que se ofrecía como recaudador en ocasiones. Todo para disponer de fondos para agasajar.
Como se hacía muy difícil hurtar a familiares que eran extremadamente cuidadosos con los gastos y los ahorros, pasó a vender periódicos, plomo, aluminio, botellas al chatarrero y pequeños trabajos puntuales de encargos y modestos acompañamientos de gorrilla: llevar bultos, traer bebidas, limpieza, avisos y vigilancias.4
Su verdadero mejor amigo, Eduardo, lo dejó por imposible porque nunca parecía estar disponible y cuando lo estaba le llamaba Ricardo de repente por cualquier fruslería. Le dejaba con la palabra en la boca y salía corriendo para complacerle.
Hizo muchas cosas por Ricardo, además de alegrarle la vida para compensar la falta del ojo. En una ocasión se puso un parche para hacer un examen por él suplantando su personalidad con riesgo de graves consecuencias. En otro momento se portó mal con una chica que le gustaba mucho para dejarle a su amigo Ricardo el camino libre porque también la quería. Aunque el sacrificio no sirvió para gran cosa.
Recibió una paliza por intentar parar los pies a un grupo de chulo-patines que se burlaban de él. Pidió un préstamo para que pudiera comprarse un tocadiscos que no pudo pagar y que le llevó a la lista de morosos.
Lo peor fue que tuvo que sacarse el carné de conducir y comprarse un coche de segunda mano que le costó un verano trabajando en un chiringuito, recoger uva en Francia y una peonada invernal en la construcción, para poderle acompañar por las fiestas de los pueblos en busca de aventura y ligoteo, además de recogerle para ir y volver del trabajo todos los días.
Tendrían 23 años cuando Ricardo, después de una fiesta en la que habían tomado bastantes cubatas para consolarse él de un disgusto amoroso y Javier obligado a solidadizarse, le pidió que le llevara a las tantas de la madrugada a Huesca porque tenía un familiar enfermo que tenía que ver sin falta.
Lloviznaba, apenas había circulación, Javier estaba agotado de escuchar penas, de ir de aquí para allí, de beber más de lo habitual y conducir en la monotonía de la noche. Se durmió y el coche salió por la cuneta dando vueltas.
Cuando estaba con la cabeza boca abajo, volando, Javier tuvo un vislumbre geométrico en el ángulo izquierdo desde el que se podían ver algunas escenas placenteras celebrando la Navidad, yendo de excursión al campo, riendo o cantando, y en el ángulo derecho penosos favores a Ricardo en todas las categorías de tiendas, un flash por cada una, novias perdidas, amigos decepcionados, riesgos inútiles, agobios sin sentido. El ángulo grave devoraba al pequeño y se formaba como la imagen del pico de un ave sacando la lengua al destino.
Por suerte no pasó nada, excepto que Ricardo se rompió un brazo. Cuando llegó la policía de trafico y preguntó:
-¿Quién es el conductor?
-Yo! -dijo rápidamente Ricardo levantando en una mueca de dolor su brazo herido-.
Intentaba salvarle de un problema legal movido por algún supuesto agradecimiento, amistad repentina o conciencia de responsabilidad subsidiaria.
Pero Javier, trasformado por el vislumbre geométrico reacciono y salió al quite:
-Borre el apunte señor, mi amigo me quiere bien aunque la cosa esté mal. Déjeme decirle que la verdad es que conducía yo. He bebido unas copas esta noche y me he dormido al volante, así que asumo mi error. Él estaba dormido en el asiento.
No le gustó mucho que le impidiera hacer las cosas a su modo. Después de este incidente dejaron de tratarse, Ricardo ya dejó de pedirle cosas o en realidad tampoco existían verdaderos lazos aparte del abuso por interés y la deuda del ojo.
Un día Javier le vio entrar en el Gran Hotel. Venía en un elegante coche deportivo rojo, acompañado de una mujer despampanante. Se miraron de refilón como reconociéndose de una forma secreta que no trascendía a lo oficial. A modo de supuesto saludo se levantó el parche del ojo enseñando un globo azul que emitió un rayo celeste y rápidamente lo volvió a tapar. Fue un guiño que le produjo a Javier un efluvio repentino de culpa sin sensación de delito.
COMENTARIOS
#sagaJavier #manipulación #ambivalencia #culpa
Un problema de relación, dependencia, relación asimétrica, obligaciones morales o de favores, es llevado al extremo, dibujado en su forma esperpéntica, para que sea desvelada su rigidez extrema, el laberinto que teje, los subterfugios con los que perdura en el tiempo. La desmesura y el error son llevados a sus últimas consecuencias.
Javier provoca un accidente por el que pierde un ojo Ricardo. Ni el primero confiesa, ni el segundo delata. Pero de una forma silenciosa se ha creado una deuda que sólo se puede pagar con favores continuos, que llevan a modificar la conducta de Javier hasta el absurdo, robar para poderle agasajar, hacer un esfuerzo titánico para conseguir un coche para llevar a Ricardo de fiesta, renunciar a su novia. Los intereses de la deuda nunca cesan.
Cuando tienen un accidente en la carretera, Ricardo intenta repetir la jugada: proteger a Javier para volverlo a colocar en una posición de deudor de nuevo. Javier finalmente se niega a esta operación por una visión que ha tenido cuando creía que iba a morir de que no compensaba purgar su culpa y su deuda con Ricardo si el precio era dejar de tener vida propia.
Parece ser que Ricardo, sin su vasallaje, se las arreglaba perfectamente y consiguió éxito social a su manera, aun así, al enseñarle a Javier el ojo azul que se implantó, que refulge como un rayo, no deja de sentir la vieja culpa a pesar de que ya no cree haber cometido delito.
NOTAS TÉCNICAS
1Lecturas infantiles que se recuerdan, cuentos, cómics o series que han influido en esas edades.
2Para entrar en ambiente el público que quiere añade los juegos que realizaba en la infancia.
3Participan varios bajo la consigna ¿A qué le has invitado a un amigo?
4Los presentes comentan sus trabajos infantiles para conseguir dinero.