FGS: FIN GASTOS SEGURO
En una mañana soleada de junio, Remi fue a dar una vuelta por el rastro de la plaza de toros pensando encontrar un cassette interesante en buen estado o algún libro de segunda mano. Decidió ir temprano para evitar aglomeraciones, aunque no era la mejor hora para regatear porque los vendedores tenían todavía esperanzas de vender el género a buen precio.
Estuvo paseando por las paradas de objetos antiguos, en las que preguntó precios para una herradura de la buena suerte, pasó por la de herramientas; lámparas en las que sólo faltaba pasar el cordón del cable; colecciones de cromos, tebeos; plumas y plumillas; gemelos; tornillos y repuestos de ferretería; cabezas, pies y manos de muñecas para reparar; radios antiguas…1
Le llamó la atención un puesto de piezas de plomo, soldaditos y repuestos para mundillos en juegos de niñas. Preguntó por unas miniaturas de candelabros judíos de siete brazos que compró a precio muy asequible.
Estuvo hojeando embelesado antiguas postales fotográficas de Zaragoza, imaginando cómo sería vivir en la época en la que el paseo de Independencia era un paseo ajardinado con terrazas de bares, las calles con tranvías y la gente con sombrero.
Le llamó la atención un fajo de billetes de autobús y tranvía que al hojearlo por curiosidad para averiguar los céntimos que costaban antes comparado con los tiempos actuales, descubrió sorprendido que todos, que eran más de lo que parecía a primera vista porque eran de un papel biblia, todos ellos tenían numeración capicúa. Por lo visto alguien se había ocupado durante años en coleccionarlos. Remi se imaginó al susodicho buscador de suerte investigando cuando estaba cerca de tocar un capicúa y apostarse al lado del revisor para calcular el momento oportuno de la cola para conseguir el capicúa en cuestión. En toda esa vida en la búsqueda de la buena suerte le habría sido muy difícil conseguir tantos números capicúas y tal vez no habría bastado con sus propios esfuerzos y quizá habría conseguido un tropel de colaboradores en el trabajo o en el barrio para que trabajaran para él consiguiendo billetes capicúas para aumentar su colección.
Es difícil ponerse en la mente de un coleccionista, que recoge chapas, vitolas, sellos o posavasos2 poniéndose metas más difíciles y complicadas como los deportistas de élite que buscan constantemente superar marcas.
Toda esa vida de un coleccionista sistemático y apasionado se había evaporado y había quedado el cadáver del taco de billetes con una liza. Remi pensó: “qué fácil sería para mí tener toda la suerte sin ningún esfuerzo comprando el fajo de capicúas”. Parecía que su suerte se inauguraba allí mismo. El vendedor no se habría dado cuenta de la naturaleza de la colección y se la vendió por nada.
Para guardar el tesorillo estuvo hurgando cachivaches en pos de algún recipiente adecuado, alguna caja nacarada de rapé, funda de gafas de alpaca, cofre de anillos o relicario acristalado…3
Sólo le convenció un joyero de mármol, digno contenedor de la suerte que se imaginaba llegando a raudales, con amores de película, dinero y un tipo de vida gloriosa.
Los años pasaron, aunque más llenos de errores y desastres que de otra cosa. Tuvo un par de novias que perdió por inmadurez, beber y consumir drogas. En los trabajos que tenía no progresó por los líos con el encargado, por llegar tarde los lunes o por irse con el sueldo de juerga a la playa.
Le traicionaron unos cuantos amigos por egoísmo o porque en realidad eran más bien compañeros de circunstancias, por no decir de juerga, que desaparecían en cuanto se mudaba de trabajo o de barrio. Sus hermanos se casaron y parecían extraterrestres que no querían saber nada de él reposados en un planeta lejano. Los padres murieron prematuramente y sin ellos desaparecieron los encuentros navideños y se quedó sólo como la una.
A pesar de que su vida era un caos, de vez en cuando miraba su cofrecillo de capicúas y pensaba: “quizá yo mismo he espantado la suerte cuando venía, pero yo no la quería oír, ni ver, ni recoger, pero a partir de ahora la cosa cambiará”.
El momento de comienzo se dilataba para otro día, para otra semana o para primeros de año.
Así transcurrió el tiempo y la vida se pasaba en remanso mediocre y en uno de los múltiples traslados dejó olvidado el taco de billetes y ya nunca más pudo recuperarlo por más que intentó indagar.
Remi adquirió un coche de segunda mano a buen precio en una oferta de ocasión. Lo usaba para acudir cada día al trabajo en Cuarte. Había cambiado, mientras tanto el sistema de matrículas al actual de números y letras, así que durante un tiempo miraba los coches que tenía delante o a los que estaban aparcados a su lado buscando si algún número tenía rima pareada (2233 5115…) o letras en forma capicúa (CMC RSR..) Era muy improbable encontrar una, pero es lo que tienen los milagros, que son escasos pero maravillosos. Si encontraba una matrícula especial parecía que su suerte tenía todavía un hilo de esperanza de cumplirse, valía que fuera más tarde que nunca.
En una de sus pesquisas, un día que aparcó en batería en el Paseo de las Damas, no vio un pareado ni trío de letras capicúas, sino un Fin Gastos Seguro. FGS eran las siglas de su propio coche que las había bautizado con letras para acordarse de memoria. Por ejemplo, si tienes una matricula CRP podrías acordarte llamándola Casimiro Rompe Puertas4…
Por alguna razón, si es que puede llamarse así el estado sonámbulo, aturdido, atascado y confuso 5… con el que su vida se arrastraba hacia ninguna parte, se había fijado en el detalle de que el coche anónimo tenía sus mismas letras. Le dio un pálpito de que esa matrícula significaba algo, que le había llamado la atención por algún motivo insondable y de profundo significado.
La anotó en un papel y fue a un cibercafé a investigar si la matrícula había recibido algún tipo de multa, aparecía en un requerimiento o si podía averiguar de alguna manera el nombre y dirección del dueño. Remi pensó “Antes obligaban a poner un papelito colgado del retrovisor en el que figuraban los datos del propietario y era todo mucho más sencillo”.
La averiguación no fue nada fácil y tuvo que sondear contactos y subramificaciones de conocidos de los contactos o gastar horas hablando con sus vecinos y aledaños hasta encontrar a alguien que pudiera ayudar a proporcionarle la información.
Cuando la tuvo en sus manos no salía de su asombro, sus ojos escapaban de las órbitas, los ojos le hacían chirivitas…. !Vivía en el mismo piso en que que estuvo de inquilino una temporada, seguramente allí perdió el cofrecillo de capicúas!
Eso no podía ser de ninguna manera una coincidencia, así que Remi tuvo que dejarle mensajes bajo la escobilla del coche “Sé que tienes los billetes” “Me has robado la suerte, devuélvemela” “Devuélveme lo que no es tuyo”..
En respuesta a sus intentos de arreglarlo por las buenas o por las malas si hiciera falta, sólo encontró desdén y represalias por amenazarle. Un día halló su coche rayado con una llave, de punta a punta. Otro encontró un escupitajo en su puerta, que interpretó como señal inequívoca de que Ernesto sabía donde vivía también.
Al pasar por el bar notaba que los parroquianos se callaban cuando caminaba mirándole con torva mirada como diciendo: iremos a por ti si pretendes recuperar la suerte que dejaste! Otras veces se reían “mira el imbécil, ese pretencioso, la que le espera”.
El acoso para amedrentarle se fue extendiendo como una mafia maligna. Le colocaban cagadas de perro para que las pisara (“toma suerte, cabrón”) le tosían o carraspean a su paso (“tú, sí, el pringao”) y algunos atrevidos, aparentemente charlando con colegas, le insultaban “tonto del culo”, “inútil”. “fracasado”.
Remi se volvía y les retaba con la mirada apretando los puños a punto de darles una lección, pero se arrepentía en el último momento para no meterse en líos legales, daba una patada al suelo y se iba furioso.
Se armó de valor o bien la rabia se le había acumulado hasta el si bemol y se dirigió a la casa de Ernesto Echegaray Ramírez para arreglar las cosas de una vez:
-Devuélveme mi cofre de la suerte de una puta vez!! -le espetó en cuando abrió la puerta, para que supiera a las claras a qué atenerse.
-Perdone, ¿De qué me está hablando? -le replicó atónito Ernesto.
-No se haga el longuis, el despistado6…
-Le juro que no tengo la más remota idea de qué me está pidiendo -dijo Ernesto, en voz conciliadora para aplacar los ánimos del reclamador beligerante.
-Lo sé todo, así que no disimule. Sé que está casado con Catalina Nabascués, una mujer bellísima que tiene un cargo importante de la DGA, que su declaración de la renta refleja ingresos de más de 120000 € , que tiene un mercedes matrícula 3456 FGS, un Fin Gastos Seguro, que tiene dos hijos que lleva al colegio Montemolín, que es directivo en AGRANSA S.A, que su vida es un éxito gracias a los números antiguos capicúas que encontró en el piso cuando vino y que desgraciadamente dejé por olvido, aunque yo mismo recuerdo haber preguntado a su señora que negó rotundamente haberlos encontrado.
No había manera de que Ernesto entrase en razón, lo insultó como bichejo despreciable y le cerró la puerta en las narices. Remi la aporreó, le dió de puntapiés, pulsó el timbre hasta fundirlo, se desgañitó, echó a cajas destempladas a los vecinos que acudían a apaciguarlo, hasta que vino la policía a detenerlo.
-Ese FGS me robó la suerte, comisario! Intentaba explicarle al policía que le tomaba los datos. Pero conforme más le explicaba cómo le acosaban la panda de desalmados de Ernesto Echegaray, aprovechado el suplente de su casa, que seguramente había comprado sus voluntades con cientos de billetes capicúas para que tuvieran suerte a cambio de hacerle el favor de amedrentarle, que le habían rayado el coche, escupido en su puerta y puesto cagarrutas de perro en el camino, el policía parecía escucharle menos cada vez y dejaba de escribir el parte de denuncia.
-Ya hemos tomado nota de todo, no se preocupe que haremos los atestados pertinentes y aclararemos el asunto. Ahora le aconsejo que vaya al psiquiatra de urgencias a que le den un tranquilizante para que pueda apaciguarse su crisis de nervios, luego dese una ducha tibia y descanse. Mañana será otro día y podremos actuar con tranquilidad…
La voz amable y cordial del funcionario le calmó y medio sonámbulo acudió a urgencias tal como le habían recomendado.
-¿Qué le sucede a usted? -le preguntó amablemente el psiquiatra.
– He ido a casa de Ernesto Echegaray a reclamarle un objeto muy valioso que me dejé en el piso que él ocupó después, pero no quiere reconocer que se lo quedó aunque ya había ido a reclamarlo cuando se mudaron y su mujer me negó haberlo encontrado..
-¿Pero no puede ser que lo tiraran a la basura sin darse cuenta al entrar en el piso, como hacemos todos cuando alquilamos un piso que antes ha estado ocupado?
-Doctor, yo no sabía que él vivía allí, lo supe porque su coche es un Fin Gastos Seguro, lo que me llevó a buscar sus datos y así descubrí que vivía donde ya había vivido.
-Alto ahí ¿Fin Gastos Seguro? -preguntó extrañado el psiquiatra.
-FGS, es como acaba mi matrícula, y también la suya, por eso sospeché.
-¿Y no pudo ser una coincidencia? -objetó el psiquiatra.
-De ninguna manera. De hecho él supo que le investigaba y comenzó a darme señales para que abandonara mis pretensiones, como rayarme el coche, escupirme en la puerta y otras maldades por el estilo. Pero yo no me eché atrás y no pienso rendirme.
-¿Y no pudiera ser que la raya del coche la hiciera un gamberro, la caca fuera casual, el escupitajo producto de algún adolescente gamberro? ¿Por qué iba él a querer amenazarle?
-Por haberse quedado con un cofrecillo en el que guardaba números capicúas de alguien del siglo pasado que se había pasado la vida acumulándolos para tener buena suerte y yo los encontré en el mercadillo de la plaza de toros.
-¿Y le daban a usted buena suerte estos billetes antiguos?
-No, porque yo era muy joven le confesó Remi y me dejé llevar de malas influencias, bebía más de la cuenta, me drogaba y echaba a perder las oportunidades de éxito que llamaban a mi puerta una detrás de otra sin que les cogiera la mano que me tendían.
-¿Pero no cree usted que la suerte nos la ganamos con nuestro afán, perseverancia y dedicación?
-Doctor, creo que de nada sirven esas cosas si la oportunidad no llega a su puerta, por ejemplo, usted ha nacido en el Congo, o en un barrio pobre, necesita una oportunidad, que viene como vienen raramente los números capicúas o riman las matrículas de coche, y una vez que el milagro sucede, la motivación viene por sí sola y con su ánimo arrollador una novia guapa, un buen trabajo y amigos.
-Bueno Remi, puede ser así, pero mientras tanto le daré una medicación para que con ánimos serenados pueda estar más receptivo a las oportunidades y seguirlas con eficacia hasta el éxito.
Cuando Remi iba a salir ya del despacho el psiquiatra añadió:
-Ah, y a partir de ahora le aconsejo que mire la numeración de la caja de medicamentos, debajo del código de barras encontrará un número que alguna vez será capicúa, sea paciente…
COMENTARIOS
#sagaRemi #suerte #mérito #motivación #suspicacia #paranoia
Remi encuentra en un mercadillo los restos de un antiguo coleccionista de billetes capicúa. Los adquiere por si él consigue tener ‘buena suerte’, pero las drogas y algunas dificultades de personalidad hacen que pase delante de sus ojos y no la vea o no sabe cogerla. En el caos de su vida pierde el cofrecillo de capicúas.
Un día conduciendo en coche observa que un vehículo que tiene delante posee la misma terminación de tres letras que el suyo, cosa que le intriga creyendo que debe tener un significado.
Cuando averigua la dirección del dueño del coche, obteniendo la información tras arduas pesquisas, le exige que le devuelva el cofrecillo de billetes. A partir de ese momento entra en guerra con la persona que cree usurpadora, pero que le parece compinchado con un ejército de aliados que intentan frenarle con amenazas.
El psiquiatra intenta sacarle del confrontamiento y del afán de perseguir la suerte en vez de esmerarse por mérito propio. Remi no está convencido del sistema de ideales que le propone por estar convencido que es la fortuna la que abre las puertas de la motivación, y no al revés. Al psiquiatra sólo le queda el consejo de que, ya que va a buscar la suerte, al menos lo haga leyendo la numeración de serie de los medicamentos.
Los oyentes son llevados en este cuento a sopesar la buena y la mala suerte como principios regidores de la vida, en oposición del esfuerzo y acierto de nuestros actos. Por la primera regla esperamos milagros y por la segunda intentamos hacer las cosas lo mejor posible.
Los delirios de persecución se centran en una recuperación de su cofrecillo de capicúas y en el poder de sus enemigos para impedírselo. Contra más intenta defenderse más le persiguen, envalentonados por su temor más que por su capacidad de respuesta. El psiquiatra le ayuda a calmar su angustia y le anima a abandonar la ‘guerra’ con Ernesto y sus secuaces dando más importancia a tener éxito por su cuenta y tomando una medicación si es necesario para tener la serenidad adecuada para conseguirlo.
NOTAS TÉCNICAS
La narración se apoya en una gran participación de los que escuchan a través de sus propias experiencias, como vendedores y compradores en el desaparecido mercadillo, como usuarios del antiguo tranvía, como coleccionistas sobre todo de niños…
Se dramatizan situaciones (venta y regateo en el mercadillo, aporreo de la puerta de Ernesto), los diálogos a través de actores coterapeutas que hacen de los personajes principales (Remi, policía, Ernesto y doctora), se verbalizan los pensamientos del protagonista acerca de la suerte y las oportunidades…
Se utilizan como facilitadores imágenes (antiguo billete capicúa del tranvía de Zaragoza, matrícula FGS) y objetos (cofrecillo)
Se elaboran junto con los participantes listas semánticas (objetos del mercadillo, cosas para coleccionar, adjetivos…)
NOTAS
1 Solicitamos colaboración de los oyentes para proseguir la retahíla de objetos que se pueden encontrar en un mercadillo callejero.
2 Hacemos la seña consabida al grupo, habituado a este tipo de solicitudes, para que nos aumenten el número de objetos aptos para coleccionar.
3 De nuevo insistimos en el juego de colaboración semántica aportando nombres de recipientes posibles para contener el fajo de capicúas (“un azucarero de vidrio”, “una caja de minerales”…)
4 Jugamos un rato a practicar el arte mnémico con triadas de letras. Proponemos algunas algo difíciles: CWP (“Contra Water Pelos”)… MRA, STV…
5 Pedimos sugerencias adecuadas para una vida ‘atascada’ (“paralizada” ..)
6 Solicitamos colaboración para calificar el ‘hacerse el despistado’ (“dar callada por respuesta”, “el distraído”, “el inocente” …)