El vudú de la casa

El vudú de la casa

Los objetos pueden llegar a representar nuestra alma como una cruz a una divinidad. No se trata de la suerte que pueda traer un amuleto, una moneda romana, un diente de oso, una pata de conejo, un escapulario o un trozo de la sábana mortuoria con la que fue envuelto un santo, sino una especie de vudú en el que la mano torcida del muñeco rompe la de la persona representada.

Así fue como Fernando resultó agraciado, sentenciado o consistido en un exo cuerpo, consistente en un esqueleto de casa abandonada en una vaguada arbolada.

Interrumpida su construcción por la crisis económica todo estaba a medio hacer y por lo tanto estaba como indefinido y libre de significación. Cómo se ultimaba la azotea, que se hacía con los bajos, cómo se disponían las estancias para predeterminar una vivienda moderna, por dónde se iba a mirar por la ventana, por donde saldrían los humos o la duda de si el muro sería muro para dentro o para fuera, por confort o por seguridad.

En la entrada de lo que debería ser la puerta estaba el sumidero cubierto por unas tablas podridas que había que saltar por si cedían y se caía uno en pleno charco de purines,

Fernando comenzó limpiando la acometida de aguas. Puso una cañería nueva, tendió un par de vigas resistentes y encima ladrillos alargados encofrados en un marco de hierro para que se pudiera levantar en caso de avería. Una vez cubierto el sumidero y seguro para pisar, se pudo acceder por las escaleras y entrar en la casa, por ahora vacía. Sin saber qué estancia futura se pisaba o por qué pasillo venidero se cruzaba. Si, especulando, concibiera lo que podría ser cada parte de la planta vacía y mezclara esa imagen con la actual, podría experimentar desagrado. Se sentiría como quien dice con el ideal ensuciado por contagio.

La barandilla de la terraza que rodeaba la casa ocupó la atención de Fernando los meses siguientes porque siendo un perímetro externo seguía siendo casa, una casa fuera de casa sin salir de casa. Era previsible que muchos días soleados podría sentarse en un banco de madera o en un balancín de teca para tomar el aire y complacerse con una vida natural protegida, rodeada de madreselvas, enredaderas o parras. También era deseable, para alguien como Fernando, para quien la apetencia era voluble y adaptada al mundo, disfrutar de la lluvia, un viento amenazante, rayos y truenos de una tormenta, la nieve, el granizo, la primavera, el otoño o cualquier otra situación meteorológica intermedia. Hasta la noche cerrada podría ser contemplada aunque la luna no rielara.

En vez de muros exteriores, Fernando instaló tres grandes marcos para ventanas corredoras de climalit,1 que permitieran la sensación de estar y no estar, porque con la mirada dirigida al exterior parece que no te encuentres dentro del recinto y la luz del exterior crea la ilusión de no haber pared. En cambio, el sistema de transparencia sería compatible con el confort, porque el calor se conserva o el fresco en verano por la incomunicación más firme, producida por los gruesos cristales y una cámara de vacío en medio.

Con el techo se esmeró recordando lugares cutres en los que había vivido perseguido por las goteras cuando llovía. Las goteras profanarían el techo, se colarían en la intimidad del dormitorio o la cocina rompiendo totalmente la sensación de seguridad y crearían la impotencia de estar fuera de control. No quedaba otro remedio que poner palanganas, cacerolas, ollas, orinales, latas según el tamaño o persistencia de la gota.2

Fernando se esmeró en levantar una techumbre sin escatimar una capa de aislante con brea impermeabilizante, tejas nuevas bien puestas y aseguradas y debajo un doble techo de madera noble. Intentó evitar lo malo que viniera de arriba y te machacase la cabeza, la humedad, el frio, el calor, el ruido, o alimañas que reptasen rasgando el techo como una siniestra guitarra.

En la pared sin ventanal ideó un sistema de doble muro. Primero se inclinó por uno sólo, sin pintar siquiera, con los materiales nobles a la vista, tal vez barnizados., pero pensó que se cansaría o se agobiaría de ver lo que se suponía que te protegía convertido en lo que te atrapaba como una cárcel. Además solo con el ladrillo se oía la carretera.3 Puso unos listones de madera verticales, entre los huecos fibra de vidrio y encima listones gruesos rojos que simulaban baldosas sujetas por guías de embellecimiento de acero inoxidable mate.

Como Fernando tenía la suerte de hacerlo todo por si mismo, invirtiendo todos los ahorros, eso sí, dejó unos huecos estratégicos para poner en ellos neones cubiertos de plástico traslúcido blanco para crear un sistema de luces suaves indirectas.

El suelo, que era una capa de cemento liso, lo forró de corcho especial para suelos, con varias capas de barniz para que resistiera la limpieza. Le gustaba la sensación de pisar blando, caliente y sigiloso.

La casa iba cogiendo un aire cada vez más confortable, con la estructura tan cuidada y acertada que le parecía que una posible vida en ella, debía tener no sólo sentido, sino traer felicidad.

Poco a poco fue poniendo muebles. Sin prisas, para relamerse en la perfección que se instala sólo con la lentitud con la que aparece. Con prisas no se disfruta de las cosas y no se elige la decoración adecuadamente. Ahora un sofá, una mesita para el rincón, una sartenes de cerámica, unos paños de cuadritos grises, un somier de láminas ajustables al peso, unas sillas de cerezo, una mesa de vidrio extensible, una alfombra de patchwork de tonos verdosos. Tardó año y medio en poder estar la casa preparada para ser dignamente habitada y en ese tiempo Fernando encontró un amor digno de la inauguración.4

S ara no halló a su gusto el color rojo de las paredes. Le excitaban mucho a la vista y le producía dolor de cabeza. No le gustaban las bañeras y hubo que pedir un préstamo adicional para poner una ducha con paneles de vidrio ahumado y gresite en las paredes. El armario le pareció ridículamente pequeño para el vestuario que una pareja acumula con gustos estéticos variados y regalos de blusas, jerséis, chaquetas, faldas, pantalones…

La parra le producía alergia y hubo que cortarla, dividiendo el corazón de Fernando mientras la motosierra vomitaba serrín.

Las imperfecciones que detectaba la habitante perfecta eran al principio soportables porque la fuerza y las virtudes del amor eran mayores, pero creaban un secreto rencor, una adustez inevitable, cierta sequedad o acortamiento del entusiasmo. Sara no pudo soportar ‘no sabía lo qué era pero que sabía que no era bueno’, tal como lo solía expresar y un día le dijo que el amor se había acabado y le dejó sin parra, con un armario que tapaba un neón, sin bañera para disfrutar baño de sales y con la cocina llena de agujeros de alacenas estilosas de cerezo que habían desaparecido con la separación.

La casa extrañamente se convirtió en una concha de caracol en la que se hubiera replegado disgustado su habitante. Fernando la vendió. El dinero pagó las deudas pendientes y hubo que resarcir a Sara por los arreglos que se había empeñado en hacer y que había pagado ella. Con lo que quedaba, se financió un viaje demasiado oneroso con el que intentó calmar la angustia que sentía, sin conseguirlo e intentó afrontar la falta de ingresos del trabajo que perdió por no estar concentrado.

La casa la vio furtivamente un día de paso. Estaba muy cambiada. Los nuevos dueños habían quitado las enredaderas. Se veían los ventanales tapados con persianas gigantes que bajaban por encima de la barandilla formando una cueva de recelosos de la mirada. Habían pintado los marcos de un verde intenso y encima de cada escalón había un enanito clonado.

Se le encogió el alma. No sólo porque sin amor ya se había empequeñecido, sino pensando en la inutilidad de la pasión de crear un pequeño mundo aislado dentro de un mundo mayor que lo aplasta.


COMENTARIOS

#sagaCasas #pareja #gustos #separación #cambio

Paso del cuento literario a un texto de utilidad didáctica.

La casa vacía, un exo cuerpo, que se construye es un símbolo del proceso de individuación. Fernando trabaja duro para ‘rellenar’ su casa de una forma elegante y moderna, con ventanales, una pared roja. Una vez conseguido este objetivo de estar ‘bien amueblado’ se prepara para la experiencia de pareja, que entraña compaginar la decoración de la casa con los gustos de Sara, tiene que serrar la parra, poner armarios para ropa, etc.. Conforme cede y renuncia a sus ideales en nombre del amor, acumula poco a poco una tristeza interior que disimula, pero que desenamora a Sara.

Tras la separación viene una derrota y una deriva que representan por un lado el vacío y el agotamiento de haber conseguido nuestros deseos y la necesidad de cambio que nos provocan distintas etapas de la vida


NOTAS TÉCNICAS

1 ¿Qué otras clases de ventanas conocéis? Pregunta el narrador (de madera con persianas, de vidrio esmerilado, ..)

2 El narrador indaga si en el grupo hay alguien que haya tenido experiencia con goteras y cómo lo solucionó.

3 En el grupo hay expertos en el mundo de la construcción y aprovechamos para aclarar los tabiques distintos que se hacen para exterior o división interior y los problemas de aislamiento sonoro, en los que se puede escuchar al vecino. Comentan anécdotas al respecto.

4 Introducimos en este punto un pequeño juego de mencionar muebles o elementos de decoración que no se hayan mencionado o dicho los compañeros precedentes.

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