El palomar
El Chapero y Matagatos eran dos amigos que se habían conocido en la facultad de medicina y los últimos cursos habían compartido más que intereses científicos jeringuillas de heroína y todo tipo de estupefacientes. Era una época en la que las drogas no se llamaban “duras”, sino “experiencias alternativas” o “camino de conocimiento”, ni tenían el tufo marginal o lumpen de hoy en día. Toda la gente “on”, “guay” o “enrollada” de su edad las consumía como si tal cosa, cuando no como una heroicidad.1 Pero bien fuera por sus conocimientos médicos incipientes o por las primeras muertes de gente cercana que habían vivido, tomaron la determinación de dejar las más peligrosas y apoyarse mutuamente en el afán y en construir un lugar de experiencias diferentes en su Palomar.
Por entonces se había pasado del prestigio del Principal al del ático. La gente pudiente prefería vivir en áticos y sobreáticos desde los que dominar la ciudad, estar por encima y no recibir molestias de los bajos. Los principales, antiguas plantas diseñadas para la burguesía floreciente, perjudicadas por el ruido y el humo se habían degradado o convertido en oficinas. Buscaron una finca que tuviera un sótano o un cuchitril de portero para poder asumir el precio del alquiler. A los porteros les construían en ese traspase de clases un minipiso en el lugar de un cuarto trastero en la azotea o un palomar de los que se construían para que los desfavorecidos pudieran complementar sus ingresos o mejorar su alimentación con pollos, conejos o palomas. Luego los porteros que vivían en el edificio desaparecieron, sustituidos por telefonillos o conserjes contratados por horas.2
El chapero tenía el mote por sus actividades de prostitución con las que se ganaba los dineros de los estupefacientes y el Matagatos por sus experimentos sobre el efecto de las distintas drogas sobre el sistema nervioso del gato. Le parecía que hacía experimentación médica revolucionaria. Se lo tomaba muy en serio. Estudiaba sistemáticamente, el efecto de los estimulantes, los opiáceos, los tranquilizantes, los barbitúricos y los inhibidores de la serotonina. Anotaba los efectos observados rigurosamente en registros minuciosos, aunque nunca logró que los amigos lo entendieran y por eso le llamaban Matagatos.
A pesar de que el palomar les salía muy apañado de precio y sus comidas eran más que frugales, se podría decir que vivían prácticamente de los que les invitaban, traían algo para compartir o de los alquileres por horas de las camas a ocasionales amantes. Decidieron para abaratar costes compartir piso con Fran, que en ese momento tenía trabajo y podía aportar un alivio sustancioso a la economía comunal a cambio de aceptación como progre de primera.
¿Cuál era la manera de ser de cada cual?
Podríamos ejemplificarlo con la manera en la que los niños maman de la teta de la madre.
Matagatos era el seductor caprichoso que lograba con enérgica protesta o sonrisa encantadora que la madre viniera a su antojo y una vez educada no tuviera ni que pedir, que la madre ya estaba allí solícita y adivinadora. De la misma manera seducía una chica guapa cada semana. Se cansaba rápido, o tal vez ellas descubrían que era todo fachada y no quería jugar en verdad el juego del amor.
El Chapero lo había tenido mucho mas difícil, lloraba y lloraba pidiendo una teta que tardaba y la mamá decía:
-Cuando dejes de llorar mamarás!
Esta dureza fortaleció su carácter, le hijo caminar como un palo, peripuesto y controlándolo todo. Salvo el coqueteo con las drogas y sus actividades secretas de chapero, el resto de su vida siempre fue disciplinada y seria. Incluso cuando era gamberro era educado y por ejemplo si decía
-Ji ji, el gato con opiáceos esta agitado, lo decía como si dijera:
-Fíjate que curioso, hoy llueve a las 12.
A veces el Chapero parecía un frío psicópata, salvo cuando se enamoró de Teresa.
Fran por lo visto se había visto envuelto en una dinámica en que su madre, a veces venía y a veces no venía cuando tocaba. En ocasiones le hacía un caso tan agobiante que le producía nauseas de tanto que le obligaba a deglutir y en otras la charla con un vecino, la complicación con un guiso y una mancha que se resistía la volvían sorda al llanto. Por eso Fran le mordía el pezón por rabia o por castigo anticipado por si acaso. Los mordiscos parece ser que tuvieron el efecto contrario y su carácter se hizo agrio, faltón, crítico e hiriente a veces. De hecho cuando venía al principio Teresa al Palomar, la primera semana fue con el Matagatos, pero la segunda intento salir con Fran, pero recibió tantas ironías, ataques, puyas, burlas y desprecios …-se supone que eran signos de amor o intentos de seducción fallidos- se decantó por El Chapero, por considerarlo el más normal del grupo.
Matagatos no se inmutó por la nueva constelación amorosa ya que tenía sus propias estrellas y Fran comenzó a salir con Guida, Guillermina, por lo visto, que se prendó de su pelo. El pelo, la nariz, los ojos, la uña del pie. Estos detalles a modo de sinécdoque que sustituyen al todo de la persona dejan al resto del ser desconcertado, como si fuera la mayor parte de uno mismo, superflua y decorativa, así que aunque salieron unos meses no hubo forma de intensificar la calidad amatoria de Fran y Guida, al menos la real, aunque disimulaban como si su relación fuera perfecta. A veces el esfuerzo por aparentar oculta la carcoma, tapa el agujero e induce el deslucimiento de un ser dejado de lado.
En el sobreático vivía una argentina casada con un maestro español. Tenían una hija de unos dieciocho años que estaba en esa edad en que rezumaba sensualidad sin conciencia de tenerla y sin saber el por qué de las miradas ni el repentino interés que le dedicaban los hombres que hasta ese momento la ignoraban completamente. Como argentina exquisita, educada en interminables lecturas eruditas y psicoanálisis inacabables, además de un gato tenía en una especie de jardín exótico una oca que deleitaba al los vecinos, aunque a los del ático les disgustaba al punto de provocar un odio y susceptibilidad enfermiza por cada golpe de tacón tanguero, manifestación sonora natural del animal o humedad atribuida al riego intensivo de flores tropicales. Los del ático intentaban expulsar a los inquilinos de arriba, por molestos, precisamente por su soberbia superioridad.
El gato era un engorro porque circulaba continuamente por las cornisas, entraba en la casa del Palomar y se apropiaba de restos de comida descuidada.
No le hacía ascos al chocolate, las salchichas, cuando las había, ni a los trozos duros de pizza que habían sobrado.
Matagatos tomó algunas medidas, no precisamente científicas, tales como inyectar con una jeringa con pimienta diluida, anestesia, insulina para ver si así escarmentaba, pero como no había manera enviaban a Serpiente, así llamaban a Fran por sus intervenciones sardónicas, irónicas e hirientes, a devolver el gato.
Este trabajito lo hacía Fran encantado porque subía a la hora en la que la hija de la argentina estaba en casa y cuando le iba a censurar la falta de cuidado con el gato, al verla de pie en sus poses de autodesconocida sensualidad se le iba la fuerza del reproche, la ira y la protesta se convertía en misteriosa amabilidad.3
-Perdona que te moleste, es que me parece que tu gato se ha escapado otra vez. Siento si he venido en mala hora.
-No no, pasa si quieres y te ofrezco un poco de Mate que estaba tomando. Ah, y muchas gracias por el favor -añadió con sonrisa angelical y diabólica al mismo tiempo.
Un día que Fran tuvo que devolver el gato pasó lo que tenía que pasar. Al acercarse a dejar el Mate en la mesa tuvo la chica el gesto de ayudarle. Se tocaron las manos. Duró el contacto un poco más. Apoyó sin querer Fran la mano en su cintura. Ella se giró entre sorprendida y excitada por el contacto como queriendo más, de eso que se pasa a lo otro y acabaron por tener una relación secreta gatuna.
La relación doble con la enamorada de su pelo y la apasionada jovencita del sobreático en vez de atormentarlo, es lo que tiene ser mordedor de teta, estimulaba y en cierto modo completaba en una unidad divisa su aspiración amorosa bífida.
Cuando se cortó el pelo, Guida se desinfló y lo dejó. Guida fue ese último día a devolver el gato y a despedirse de los argentinos, con los que había cierta relación de favores mutuos en ese momento. Al decirle que dejaba a su novio Fran, se enteró la hija, de que había sido engañada y burlada por una relación doble. También la vecinita dejó de salir con Fran, ofendida.
La bella Teresa de melena al viento e intensidad vital, eso no tiene nada que ver, rompió también con el Chapero.
-Es que yo soy un poquito travieso en los temas de sexualidad y ella era un poco sosa o esperaba que yo hiciera todo… -explicó el Chapero en un arranque inusual en el de comunicación íntima, aunque dentro de lo comedimiento que le caracterizaba, de forma que el problema se hacía problemática insustancial y la separación pequeño percance consustancial a la fuerza natural de las cosas.
Aunque Fran se fue del Palomar, se enteró de que Matagatos había estado en coma por comer unas salchichas que se había olvidado que estaban operadas y cosidas con matarratas dentro.
COMENTARIOS
#sagaFran #drogas #sexo #engaño #separación
En El Palomar se junta un grupo de estudiantes que se inician en el mundo de las drogas duras llevados por un afán de experimentación y novedad. Entran en una dinámica turbulenta y caótica reflejada por el tipo de amor en tiempos revueltos en los que las parejas duran poco y las relaciones frágiles.
La personalidad de los tres habitantes son reducidas a la forma en la que un bebé mama de la teta de su madre, uno de forma despótica y egoísta, otro con espera angustiosa y el tercero de forma ambivalente, ahora sí, ahora no. Es una forma de describir la sociología del grupo: caprichoso, implacable, ambivalente.
Un día que Fran tiene que devolver el gato que les robaba comida a los vecinos traba relación con la hija adolescente, poniendo en peligro la relación estable que tenía con Guida, pero acaba descubriéndose el desaguisado anárquico y se queda sin pareja y sin amante. Los vínculos amorosos de los otros dos amigos también resultan un desastre.
Matagatos y El Chapero estudian medicina, pero la vida que llevan no es la más favorable para seguir la profesión, que utilizan a veces para torturar gatos y experimentar con sustancias.
La intensidad en la experiencia como valor prevalente que hace parecer a los amigos del palomar un pequeña pandilla de psicópatas que maltratan animales y traicionan a sus parejas.
NOTAS TÉCNICAS
1 Preguntamos si en la experiencia de los presentes las cosas son distintas y se toman drogas por motivos diferentes.
2Indagamos ventajas y desventajas de los porteros respecto a los telefonillos.
3 El narrador simula esta situación. Dice “ya llevo yo el gato a los pesados de arriba”, enfadado y cogiendo por el cogote un gato imaginario. Hace ver que sube escaleras y murmura “ya van a ver lo que es bueno, les voy a cantar las cuarenta”. Al abrir la puerta la jovencita, cambia totalmente el enfado por amabilidad untuosa “hola, perdona que te moleste…. Etc” acariciando ahora el lomo del gato.