El espía alefita

El espía alefita

Representado por Luz Moreno

Se hallaba Jean Pierre Dumont ejerciendo su labor de informador de los movimientos de tropas que se estaban produciendo en las Alpujarras. Los moriscos se rebelaban hartos de injurias y recortes de derechos que los humillaban.1

Selim, emulador de las ambiciones de Solimán, había exigido que se les apoyara desde Argel con dineros, armas y caballería bereber.2

Por su parte el embajador de Francia había financiado con generosidad una red de espías para sondear el numero de tropas y progresos de la rebelión y preparar según fueran a poner en serias dificultades a Felipe II, un pacto renovado con el turco como otrora hicieron en la batalla de Prevesa.

Se había encontrado en el camino de Granada con las tropas bereberes que venían en apoyo de los rebeldes y se respiraba el entusiasmo de una reconquista de la península. Según sus cálculos iban alcanzando 25000 hombres de armas .

Una avanzadilla le había divisado caminando por los campos en la lejanía y se temía, ser objeto de alguna rafia. Por precaución aceleró el paso para buscar refugio en la serranía de Bentomiz, donde sería más fácil pasar desapercibido que en la llanura. Se sentía realmente en buena forma y eufórico por portar noticias que compensaban de sobra los ducados que había recibido por su oficio y que seguramente se verían sobrepasados en cuando fueran escuchadas las nuevas sobre los problemas internos de la corona española.

Subió los lomos de la colina con una facilidad pasmosa, saltando de roca en roca como un rebeco, impulsado por su energía juvenil, el peligro que corría y la promesa de dinero que le esperaba.

Lo que no estaba en sus planes era que la inclinación y la pendiente se tornaban cada vez más escarpadas y altas y comenzaba a tener bastantes dificultades para subir. Se temía tardar tanto en alcanzar la cima que fuera divisado y atacado.

Llegó un momento, faltaban unos pocos metros, en que la montaña se levantaba como un muro casi liso y quizá era en esa circunstancia de peligro de caída en que hubiera sido más prudente retroceder y correr el riesgo de caer preso, porque siendo francés sería rescatado por el rey en el mercado de Argel.

Pero, aunque Jean Pierre se tenía por persona sensata, hasta un sensato hace cosas insensatas en una situación en la que los nervios provocan salidas impulsivas y precipitadas. Juan Pierre se dejó llevar por el miedo y la ciega confianza en sus facultades físicas y afrontó con decisión el último tramo.

Se oían a lo lejos jinetes que aullaban espoleando sus caballos y se dio prisa en agarrarse a los resquicios de las rocas para ir subiendo el tramo. Costaba cada vez más encontrar huecos. Había que ahondar la tierra arenisca, poco de fiar como sujeción, con las manos y con enérgicas patadas. Alguna vez el agarre de trepa estaba demasiado suelto como para ejercer fuerza para auparse y se le caían cascajos inquietantes por la cornisa.3

Los últimos metros fueron los peores, porque tenía que ir muy despacio y en cambio tenía mucha prisa y ansia por llegar salvando su vida. Con un puñal tuvo que hurgar huecos de agarradera no muy seguros y dejando todo a la suerte se alzó en el último metro hasta alcanzar el borde sólido y auparse a la cima.

Los soldados estaban al pie de la colina y no se atrevieron a seguirlo viendo la clase de peligro que tenía tamaño ascenso. Se quedaron de pie pasmados, sin saber si por amedrentar o por admiración, porque en aquel tiempo todavía se admiraba al enemigo si se le veía digno. Dispararon unos trabucos y alzaron espadas a modo de saludo o amenaza, según fuera.

En los días siguientes tuvo encuentros con hombres de armas que le escucharon y le hospedaron como francés aliado y como alguno se enteró de su hazaña de escalador portentoso se ganó una fama de intrépido que le gustó exagerar con alguna que otra anécdota inexacta para adornar y dar firmeza a su fama más allá de la casualidad de una circunstancia.

Como quiera que cada pecado tiene su penitencia, las bravuconadas de Jean Pierre molestaron a Alí Mahud, oficial de Abén Aboo, que aunque no había tenido muchos lances de guerra, salvo participar en la liberación de Argel y la reposición del Emirato de Túnez sin mayor gloria, que fueron cosa relativamente fácil, se vio molesto por darse a entender que un cristiano fuera más valiente y osado que un musulmán y le propuso el reto de escapar a 10 disparos de trabuco otomano en una carrera y una trepa de un escarpado. Si se liberaba 30 dinares de oro serían su recompensa y si su muerte acaecía, bien se la merecería por infiel despreciable.

Por más que Jean Pierre quiso hacer desistir a Alí del reto y por más arrepentido que se mostró de ensalzar sus méritos y alabar para compensar las hazañas otomanas de las conquista de Rodas, Chipre y la gloriosa reconquista de la plaza de Castellnuovo por Barbarroja y la heroica defensa de Mustafa Pacha de la retirada de los soldados en el sitio de Malta, no hubo manera de hacerle desistir. No tuvo más remedio que echarse a correr para intentar salvar la vida y que si la salvase, huyese como bien pudiese sin creer en la falaz recompensa de los 30 dinares de oro por ver a Alí poco digno de fiar.

Habiendo errado el primer disparo sabía que tenía tres minutos antes de que se volviera a cargar el arma. En cuanto calculó que era la hora de disparar hacia eses para dificultar el acierto del disparo como si de una liebre se tratara y cuando el jenízaro le intentaba alcanzar corría en línea recta otros tres minutos. Pero al llegar al escarpe no había forma de hacer requiebros y estaba a merced de la puntería del arma turca, famosa por su alcance y precisión al tener un caño más largo.4

No tenía otro remedio que ser diana fácil porque no podía subir más deprisa por ese lugar tan empinado y de pocas aristas donde cogerse. Aún así, duró hasta el noveno disparo, cuando se quedo muy quieto por unas visiones que algunos llamaban por la primera letra hebrea (Alef) y otros precognición de la vida entera antes de fallecer. Vio el camino de Touluse, el pan de centeno que le ofrecía su madre, vio su primer amor, la espada heredada de su padre. Vio cadáveres de enemigos y el santo grial y se vio a si mismo cayendo muerto de un certero disparo.

Cuando las tropas de Juan de Austria, el hermanastro del rey, llegaron con sus huestes para rechazar la rebelión y resolver el gran peligro de perder el reino, comenzaron las purgas, expulsiones y traslados de gentes a Valencia y otros lugares lejanos donde pudieran acabar, desunidos, los rebeldes. Pasaron con Alí Mahud preso por donde había fallecido Juan Pierre, y aprovechó Alí para hablarle al jefe de penados:5

-Aquí yace un espía francés al que prometí 30 dinares de oro si subía la montaña sin que una bala de un trabuco turco le alcanzara.

-Le hubieras dado la recompensa si lo consiguiera? -le pregunto el jefe de los encadenados-.

-Sí porque le di mi palabra que es de mayor honra que mi vida entera.

-Siendo un espía de una potencia que no es enemiga vuestra, tuviste vileza en burlarte de su vida aunque mucho le prometieras, pero si con lo prometido hubieras cumplido, por mas deleznable que fueras por tu virtud te salvaras, dejadme recompensaros rompiendo estas cadenas, porque ya la batalla perdiste y no podrías hacer mal a nuestro rey aunque quisieras. Dícese de alguien que te vio en un Alef matando al espía y que te contempló encadenado y desencadenado y me barrunto ser yo mismo el que lo hiciera.

Si ha visto a Alí Mahud subiendo como una cabra montesa las colinas de Sierra Morena, nadie le persigue ni le manda, él mismo lo hace porque le place. Sube por rocas que ninguna persona o animal pudiera, corre por las crestas aullando como un lobo, salta de alturas a hendiduras o nidos de águilas. Por los escarpados de granito hiende sus dagas para trepar de peña a peña y no deja de asaltar cualquier altura a la que se empeña.

Todos dicen, aunque los que lo dijeron ya murieron, que Alí Mahud fue mejor escalador que Jean Pierre Dumont, aquel espía del Rey Francés, que antes que él, subió más arriba y más rápido que nadie antes lo hiciera.


COMENTARIOS

#impulsividad #miedo #bravuconería #exageración

Jean Pierre se ve arrastrado para salvar la vida a realizar un gesto peligroso y temerario. Este gesto es visto, desde afuera, como hazaña, tal vez porque en la gesta el miedo no descuenta valía y sólo se mide lo lejos que la desesperación o la decisión le lleva al héroe.

Hay un momento en el que Jean Pierre comienza a presumir de trepador portentoso y astuto, llevado de la necesidad de aumentar un valor que la verdad escueta disminuiría. Esta bravuconería en vez de suscitar admiración como esperaba provoca el efecto contrario de ofender y humillar, lo que le lleva a Alí a proporcionarle el escarmiento por sus presunciones que le costará la vida ya que no podrá demostrar la verdad de sus méritos. El buscado admirador en vez de admirar, envidia, y es proclive a la venganza por la ofensa que cree que se le hace de su soberbia.

Cuando Alí es apresado y es interrogado sobre la cruel venganza contra las inocuas bravuconadas de taberna de Jean Pierre, castigo excesivo por pequeños fallos de trato social, como si por la grosería o la salida de tono de un día alguien nos retirara para siempre su amistad, el jefe de penados descubre que dentro de la crueldad de Alí residía un corazón noble que hubiera aceptado la derrota si Jean Pierre se hubiese salido con bien del castigo. Le libera de las cadenas sintiendo piedad por la bondad que hay dentro de la maldad.

Hay un contraste entre la falta de perdón cuando Jean Pierre reconoce sus errores y expresa sus alabanzas del otomano y la del jefe de penados por el reconocimiento de los hechos y la creencia de que Alí hubiera cumplido su palabra. Esto recuerda el sistema de valores del mundo del hampa, en el que asesinar y robar es algo lícito, pero chivarse es algo deleznable. Los diferentes grupos sociales tienen sistemas de valores propios y moverse entre mundos es como jugar a un ajedrez de moralidades implícitas.

La resolución final del cuento reflexiona sobre el dicho del hecho: el establecimiento del mito de los escaladores.


NOTAS TÉCNICAS

1El cuento requiere una contextualización previa del momento histórico.

2Se explica brevemente quién era Solimán y su imperio.

3El narrador hace amagos de estar trepando por la pared, haciendo aspavientos, haciendo ver que saca un cuchillo para hacer huecos y se apoya con el pie de una forma inestable, mirando a la espalda a los que vienen a atacarle. El dramatismo del momento y el miedo expresado en la cara quedan retratados de una forma fehaciente.

4El narrador simula una huida estática (corriendo sin moverse) haciendo requiebros de tanto en tanto, luego volviendo a escalar por la pared de modo similar a la anterior representación, En un momento se queda quieto, verbalizando a continuación como narrador la ultima visión antes de morir.

5En este punto el narrador hace de Alí con una fila de penados formados por un grupo de voluntarios de los oyentes, cogidos que apoyando la mano en el de delante dan unas vueltas por la sala, alguien les azota por el camino diciendo, “caminad, malditos”, se paran frente al escarpe y se desarrolla la escena del perdón.

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