El desierto de los tartaros
Sergio fue a estudiar con un beca Erasmus a Bolonia, junto al afamado profesor Umberto Eco. Surgió la conversación sobre la fortaleza y el desierto a raíz de un reciente trabajo de Míssimo Ponti sobre las fuentes de inspiración de la prestigiosa obra El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati1, que tanta conmoción produjo sobre el pasar de la vida en espera de algo que nunca llega, animando a los lectores enfervorecidos a revoluciones imposibles con las que intentar socavar la insulsa mediocridad de destinos vacíos mediante sueños que sueños son.
Es verdad que la mayoría de fortalezas han sido construidas para evitar ataques como la Bestiari que narra la novela, pero decía Ponti que la que inspiró a Buzzati era seguramente la fortaleza de la meseta de Shumen destruida por los cruzados de Vladislav III en 1444. La fortaleza, por su papel en la creación de Bulgaria, era una de las más estudiadas y por ello de las que se había obtenido una ingente información.
La idea de Sergio era hacer un estudio comparativo entre el peligro mongol, el turco y la amenaza del terrorismo moderno.
Umberto Eco era muy flexible en estos asuntos y admitía que aunque la tesis no tuviera pies ni cabeza, en cambio se podría descubrir alguna cosa inaudita, como las flores más exquisitas que nacían en las vaguadas más insospechadas.
Le firmó una permuta para el centro de estudios arqueológicos de Sofía y allá se fue Paco, iluminado, para vivir una aventura, entendiendo por aventura una especie de locura legal.
Le costó un año aprender búlgaro, desempolvar el griego y sobornar a colegas descifradores de manuscritos con promesas de intercambio turístico y algunas promesas de amor. Así logro averiguar que Dino Buzzati se había estado interesando por los restos de animales encontrados en las garitas de guardia y que pertenecían al Primer Reino Búlgaro (680 – 1018) por el tipo de nudo del sogal y el material de esparto con el que estaban hechas las cuerdas, esto es, antes de la invasión Otomana, en la novela los Tártaros nunca vienen a tomar la fortaleza, por el contrario.
Los animales eran todos, por el tamaño del esqueleto, pequeños y ridículamente diminutos. Todo apuntaba a que se trataba de roedores miomorfos de la familia Muridae, ratas, alacranes, y las más diminutas. Por la luz del lazo, podrían ser saltamontes, lagartijas o incluso avispas.
Las costumbres infantiles de aquella época no revestían el grado de sofisticación como para pensar que se tratase de un juego, ni siquiera de una tortura a los animales. A los niños se les prohibían las murallas y eran llevados a recoger bayas o a entrenarse en ejercicios saludables, y que los niños torturasen gatos, ranas o lagartijas sólo se veía en estadios avanzados de organización social, a partir del s. XVI.
Los animales atados eran demasiado variados como para hacer pensar que los tuvieran a modo de rebaño de piezas para alimentar a otros animales de mayor tamaño. Era difícil imaginar un animal que comiera avispas, ratas, alacranes y saltamontes. Cabía la posibilidad de que el bicho fuese un ser humano muy hambriento2 e incapaz de proveerse de alimentos agradables al gusto. Esta posibilidad podría sugerir la idea de que algún soldado se hubiera quedado aislado de sus compañeros, o que durante un sitio se hubiera interrumpido la línea de aprovisionamiento.
Lo raro era que hubieran esos hilos que habrían sujetado las piezas en un palo pequeño como las bridas atan los caballos a los postes. Sergio no sabía que pensar al respecto y cavilaba soluciones que no parecían llevar a ninguna parte.
Lo lógico era que si se hubiera atado un alacrán, por ejemplo, habría sido para sacarle el veneno del aguijón y luego utilizarlo para untar flechas. Pero ¿qué utilidad tendrían la lagartija o la rata?. ¿Admitamos que la avispa se hubiera sujetado para tirarla luego a una habitación cerrada, como una especie de arma biológica, pero un saltamontes? La rata podría ser transmisora de peste, ¿pero entonces para qué cazar ranas?
Además, la acumulación de cadáveres y cuerdas no parecía indicar una secuencia en la cual se hubiera utilizado para una cosa -por ejemplo una comida de urgencia- y luego con el pasar del tiempo, o sea desaparecida la huella anterior, se hubiera atado una lagartija por aburrimiento y una vez fallecida la víctima, ¿no se habrían arrojado fuera los restos de la broma consumada?.
Esos animalillos habrían sido queridos anejos, atados uno detrás de otro y mantenidos vivos juntos.
No se conoce ningún ritual de la antigüedad que implique rebaños de insectos ni roedores. Así que la explicación mítico-religiosa estaría descartada.
A medida que avanzaba en sus estudios, a Sergio. se le iba afirmando una idea como aumenta el tamaño de las montañas cuando viajamos hacia ellas. Tal vez el soldado, aburrido, hastiado, …..se había tomado la molestia a modo de diversión.
O no, igual era más que una diversión.
Dino Buzzati seguramente se había hecho las mismas preguntas y había tenido las mismas dudas. Y su personaje Giovani Drogo había llegado a un punto de inflexión en el que las cosas que hacía todos los días, habían dejado de tener sentido y aún así LAS HACÍA. Igualmente absurdo es coleccionar pequeños animales que todo el mundo sabe que vivirán poco tiempo3
Su amigo Evgine Kubrat, sin embargo, le vino a perturbar la aparente solución que había encontrado y le sirvió para escribir por fin las primeras páginas del trabajo que ya le urgía entregar bajo amenaza de no renovarle la beca por tercer año consecutivo.
Resulta que había encontrado en la traducción de un dolmen del Museo Regional de Historia de Shumen en el que estaba trabajando la inscripción: “condenados a hablar con insectos y ratas” relativo -supuestamente- a prisioneros de guerra.
Sergio sabía que su guardián no era un prisionero, excepto por la lealtad de su propio oficio, pero la idea de hablar con los animales lo cambió todo.
Seguramente -concluyó Sergio- el soldado hablaba con animales, que le contestaban, primero uno, luego otro, luego todos ellos entre sí, como si estuvieran en la feria de Pliska.
El mismo Sergio realizó una especie de experimento en una corta visita al recinto de Shemen atando un Alacrán con una cuerda y luego le dijo:
-A la derecha -y el escorpión obedeció.
-Ahora camina -y corría que se las pelaba.
-!Para! -le gritaba de golpe. El pobre bicho frenaba en seco y la cola por poco se la clavaba a sí mismo.
Como no podía ser lo que era evidente probó con una lagartija, con una avispa y una rata y fue bastante difícil de conseguir porque el lugar se había modernizado bastante gracias al turismo-.
Entusiasmado por sus descubrimientos viajó a Bolonia, con el deseo de cambiar la tesis a otra en la que los animales pudieran dictar los destinos de los hombres y al hacerle una demostración al Doctori le dijo entusiasmado:
-Ve cómo entienden el lenguaje humano y si lo comprenden, seguramente puedan encontrar el modo de comunicarse con soldados. Este hecho lo había descubierto Buzzati tal vez alentado por su amigo músico Vladiguerov que conocía el secreto4
-Pero si estos cadáveres asquerosos y malolientes que me trae no están vivos ¿cómo es posible que hablen ni entiendan nada? -Objetó Umberto Eco- No obstante, le derivaré a mi amigo Felucci que es un psiquiatra experto en fenómenos de voces paranormales y que le podría orientar su tesis mucho mejor que yo.
-Claro, claro -se limitó a añadir, decepcionado, Sergio.- no hay como ser un investigador para que los demás descubridores te cubran de ignorancia.
COMENTARIOS
#sagaPoblaciones #delirios
Sergio realiza un estudio comparativo entre los peligros mongol, turco y terrorista bajo la tutela tolerante aunque descreída de Umberto Eco, acostumbrado a toda suerte de investigaciones extrañas. Como parte del material utilizado incluye el “desierto de los tártaros” cuya temática es la vida en espera (de algo que nunca llega).
Le llama poderosamente la atención de unos pequeños animales que se encontraron en la fortaleza en la que tal vez se basa la historia literaria.
En esta narración vemos una sutil mezcla entre lo serio de las conversaciones entre eruditos y lo ridículo del rebaño de insectos por los que Sergio se preocupa. De esta forma ponemos en solfa el lenguaje de la seriedad (científico) y le damos una vuelta de tuerca o efecto de meta-lenguaje a lo serio convertido en cómico.
Sergio desarrolla obsesivamente distintas teorías a propósito de los restos animales (juego de niños, armas biológicas, alimento de otros animales..) Todas las suposiciones le resultan incoherentes menos quizá la más inverosímil de todas, la que le inspira una inscripción de un dolmen “obligados a hablar con insectos y ratas”.
Desarrolla el convencimiento de que ciertos insectos son capaces de entender el lenguaje humano y en condiciones especiales podrían cambiar el destino de los hombres.
¿Nos hablan los pájaros, los gatos, los perros, a quienes están dispuestos a oír?. La demostración ‘científica’ que pretende Sergio parece poco creíble.
Cuando le comunica este giro de su tesis a Umberto Eco, éste, con delicadeza, le sugiere la consulta de su amigo el psiquiatra Felucci.
NOTAS TÉCNICAS
Remarcamos mediante dramatización del cuento los momentos de ironía, como poner cara de sorpresa ante una tontería pero contestar como si no pasara nada o enviar al psiquiatra a alguien sin que se sienta ofendido. En otros momentos -remarcados por los índices a pie de página- introducimos la participación de los usuarios sobre la conducta fagocitaría producida por la escasez económica y la ingesta de medicaciones.
Ponemos en duda la verosimilitud de lo concreto-narrado bajo el punto de vista de la lógica , mediante preguntas de cuánto vive una rata, una avispa…Repasamos algunas relaciones mágicas con los animales, los domésticos que nos entienden, pero también pájaros, ranas, etc. que pudieran hablarnos en un delirio.
En función del tiempo explicamos la novela de D. Buzzati sobre la relación de sueños juveniles y vida rutinaria o relación entre aventura y seguridad.
1 “El desierto de los tártaros”, Dino Buzzati, Alianza Editorial.
2 Teniendo hambre se han dado casos de personas que han comido suelas de zapato, papel … Asegura el narrador, pidiendo a continuación qué han comido en caso de escasez los presentes.
3 Realizamos una pequeña encuesta sobre cuanto viven algunos animales conocidos (perro, mosquito, gato, tortuga, una avista, una rata, etc.)
4 Como Bèla Bartok o Falla, Vladiguerov aunó el folclore Búlgaro con la música clásica.