El colaborador a ultranza
Javier provenía de una familia muy sencilla. Su padre trabajaba de portero en una finca regia y para conseguir algún extra llevaba las tierras de los Lera, que no eran muchas hectáreas, por lo que le dejaban aún tiempo para ir a jugar a cartas con la peña del casino y sacarse un sobresueldo con el que llevar adelante a sus cuatro hijos. Su madre era una beata que anidaba en la iglesia de los Jesuitas en cuanto las labores hogareñas se lo permitían, auxiliando al Hermano, que ayudaba al Padre en toda la intendencia de la rectoría.
Javier había pasado casi todas las tardes de su infancia en El Corralón, el patio interior que formaban todas las casas, haciendo cabañas, jugando al Guá, torturando gatos a los que colgaban latas con cuerdas o daban venenos para experimentar. Las pandas de niños golfeaban por los sótanos de las casas, investigando trasteros y patios tapiados, recogían diarios, cartones, plomo, latas y envases de vidrio para conseguir bebedizos de cidral, cucuruchos de pipas y tabaco para fumar a escondidas.1
Como premio a los desvelos en los altares de cuaresma, de asistencia a rosarios y arreglos de vestuarios de monaguillos, casullas y remiendo de sotanas, el Hermano le ofreció la posibilidad de utilizar toda su influencia para que aceptaran a Javier en un internado de Jesuitas, becado. Sólo tendría que hacer algunos trabajos y servicios a cambio, tal como había hecho él mismo. No era obligatoria la vocación religiosa, pero la educación estaba asegurada y la providencia diría la última palabra.
A los nueve años le llevaron al internado en un Citroen “Dos Caballos” recién estrenado. Su padre estaba eufórico por el destino que se le ofrecía a su hijo, pero Javier se mostraba acongojado por quedarse sin familia de un tajo, aunque no se le ocurrió protestar ni llorar, tal vez pensando que era lo normal romper con todo, ser apartado de la vida en nombre de una vida mejor.
El Padre Prefecto le enseñó el cubículo de la esquina de las camarillas en las que dormían los alumnos y le indicó que su labor sería la de ventilar la sala por las mañanas, escobar y fregar el suelo, rápidamente, para que le diera tiempo a bajar a ayudar a los Hermanos en la cocina a servir el desayuno a los compañeros. Luego asistiría a las clases como uno más, aunque sería el ayudante del profesor para ordenar el aula, limpiarla, estar al tanto de las tizas y los borradores, la limpieza de pizarras y los recados. A la hora del recreo del mediodía, debería ayudar a poner las mesas, servir la comida y luego la limpieza de platos y cacerolas. Por las tardes arreglo de patios, una colaboración extra , que era en parte formación agropecuaria en la granja y las cuadras. Por la noche, en las camarillas avisar de posibles indisposiciones o anomalías en los cuartos, especialmente si habían reuniones a horas indebidas.
En las clases se sentaba en un taburete, con su guardapolvo añil, raído por el uso y allí escuchaba, vigilaba, estaba atento a la lección y a las necesidades del profesor, escribía sus apuntes y anotaba los nombres de los niños que parloteaban, se peleaban o se chivaban las respuestas.
-Tu destino es ser la roca, “sobre esta roca levantaré mi Iglesia, dice el Evangelio”, y aunque ser fámulo te parezca muy humilde, en cambio eres el sostén de todo. Haces que la Misión sea posible -le adoctrinaba en ocasiones el Prefecto, dedicando unos minutos a la labor de iluminarle a pesar de estar siempre tan ocupado-. Las virtudes que has de ejercitar serán:2
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La humildad, el complacerte en servir y obedecer, fortificando el carácter.
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El silencio, el no participar de la algarabía y la charlatanería de los alumnos fruto de no tener otras obligaciones, a parte de las morales, de estudiar y prepararte para tu destino de conductor de la sociedad.
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La distancia. Mantenerte como a dos o tres metros de ellos.
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La discreción. Oír pero no escuchar lo que no es de tu incumbencia.
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La diligencia en la ayuda. Si un profesor o un alumno necesita algo, verlo inmediatamente, incluso adivinarlo para darle una respuesta solícita, pero que a poder ser, pase desapercibida, que no busque el agradecimiento sino la satisfacción del Servicio.
-Ejercítate en estas virtudes y tal vez un día podrás ser como el Hermano Casimiro, que hace esos quesos tan buenos o el hermano Mateo que pronto se irá a Bombay de Misionero. Serás una roca sólida y firme en la que apoyarse y edificar.
Así pasaron unos años creciendo en fortaleza, silenciosa colaboración y abnegado servicio.
El camino tuvo sus dificultades, quién esté libre de pecado que tire la primera piedra. Alguna vez hablaba con los compañeros y dejaba de ser invisible por instantes o se mostraba poco humilde como un día en que le pidió al profesor de matemáticas, el Padre Marcelo, si le podría dejar una silla en vez del taburete, porque le dolía la espalda.3
-Tus huevos! -le espetó, ofendido- .. fritos, huevos fritos me comería quiero decir.. -añadió al oírse su propia soez imprecación- así que resignación y sacrificio, que son gratos a Dios.
Javier se levantó como una flecha y salió de la clase corriendo. El Padre Marcelo no le detuvo, pillado por sorpresa. Pensó : “se va a llorar, mejor no incomodarle y avergonzarle, ya se le pasará”.
Pero Javier les pidió a Los Hermanos cocineros dos huevos fritos para el Padre Marcelo, que los necesitaba con urgencia.
-¿Estás seguro Javi? Es muy raro. Igual te has confundido y te han pedido otra cosa, por ejemplo dos tizas nuevas y lo has comprendido mal.
-Que sí, que sí -objetó con convencimiento canino Javier- Estoy seguro y me lo ha dicho muy contundente, como si se fuera a desmayar o algo.
Estaba el profesor explicando la tangente de alfa cuando apareció con el plato en la clase, provocando una carcajada hilarante entre los compañeros, vergüenza supina en su cara, y la expresión desconcertada del Padre Marcelo, acostumbrado a la racionalidad exacta de las cosas.
Ni siquiera le regañó, tan evidente le pareció que Javier se hubiera tomado al pie de la letra el comentario que le había hecho, incapaz de comprender la doblez, la malicia y ni siquiera el humor: debía ser una fase de su obediencia ciega, inconveniente tal vez, pero necesaria.
Un colaborador nato tiene ese punto de adelanto, de prisa en complacer, solícito, corre el riesgo de equivocarse en agasajar y suscitar disgusto prefiriendo eso al error de omisión, que a sus ojos significa falta de merecimiento y valor.
Quizá ese episodio le hizo ser más roca, más silencioso, distante y prudente para no caer en faltas que provocaran más humillaciones públicas y quizá al estar más atento descubrió que algunas noches el Padre Marcelo visitaba la camarilla de Landa, el chico que parecía chica por su carita tan lampiña, la predilección por los pantaloncitos cortos ajustados y sus modales tan suaves y delicados.
Los niños a veces -esa era una maldad que ni siguiera anotaba en su agenda de chivato- le llamaban El Maricón, por su manía de acariciarle el pelo sedoso y tocarle las piernas bajo pretexto de protegerlo o proporcionarle pupilaje especial.
Parecía un insulto muy fuerte, pero había que comprender que TODOS los profesores tenían motes crueles, como el Mantas, El Grano, El Chute, el profesor de francés, fran-chute, incluso al Prefecto lo llamaban “el perfecto de subjuntivo”. Y no digamos los compañeros entre sí, que se hablaban, se bromeaban y en esa camaradería se dirigían los peores insultos como si fueran halagos o signos de distinción, en este caso de la clase secreta de los educados a la fuerza).
No obstante era su deber ser diligente y obediente, consciente de su Misión y le trasmitió el hecho nocturno al Prefecto. Ese día se armó un revuelo de idas y venidas por los pasillos, hubo cónclave urgente en la sala de juntas a la que tuvo que quitar el polvo, orear y encerar los muebles de madera para la ocasión.
Se destinó al Padre Marcelo a un país remoto, se expulsó a Landa arguyendo que no se adaptaba al perfil de alumno del colegio y se llamó al padre de Javier para que lo retirara del colegio inmediatamente por un cambio de criterios del funcionamiento interno de la venerable institución.
Su padre, acostumbrado a no ser paternal, no le riñó ni se mostró decepcionado tal como se había imaginado Javier. Se limitó a decirle:
-Aprovecharemos el viaje para coger caracoles en el camino que el Restaurante Rufaza me las pagará muy bien.
La frenética actividad de buscar caracoles diluyó las preocupaciones, evaporó las tragedias y proporcionó un confortable silencio con el que vivir hacia dentro el vacío de no vivir.
Su madre en cambio lloraba del disgusto y hacía recriminaciones de pecador totalmente erráticas y caprichosas al desconocer el pecado que las podría justificar. Con frecuencia se lamentaba de la decepción inmerecida proporcionada al Hermano que tantos desvelos había tenido y oraciones rezado por la familia.
Javier descubrió que se había quedado sin el mundo de partida y sin el mundo de retorno, como un emigrante extranjero en el lugar de acogida y extraño en el de origen, que todos actuaban como si lo aceptable fuera esa dureza de la distancia, estar en un no-lugar y cuyo único consuelo, fruto de su educación pétrea, era colaborar para tener un afecto que no era verdaderamente afecto.
COMENTARIOS
#sagaJavier #malentendido #literal #obediencia
Javier, de origen humilde, recibe una beca gracias a los favores de su madre beata en la iglesia de los jesuitas. En el colegio hace de ‘fámulo’ para ganarse su derecho a la educación.
El cuento pone de manifiesto las virtudes del buen obediente, aunque la obediencia ciega conlleva su riesgo porque la falta de malicia, la aceptación ciega y literal de los deseos-órdenes de las autoridades provoca situaciones ridículas en las que, por el recurso del humor, quedan puestos en cuestión tanto el que manda como el que obedece.
NOTAS TÉCNICAS (ficha)
Se prepara una ficha de comprensión y opinión. Se le entrega a cada oyente y se procede a hacer un resumen del cuento, pero al llegar a la pregunta del cuestionario se detiene y se pregunta para que el participante escriba, por ejemplo:
“El prefecto le predicaba a Javier virtudes, escribir por favor cuales si y cuales no de la lista del cuestionario:
-Tenian que obedecer con placer?
-Podían participar del jolgorio de los alumnos?
-Era mejor estar a 1metro, 2metros 3metros de los demás alumnos.
-La discreción es: a) taparse los oídos. b) oírlo todo para apuntarlo. c) oír sin escuchar.
-¿La diligencia consiste en acudir a una urgencia?
Según el tiempo que se disponga se pueden preparar las preguntas necesarias para elaborar la comprensión.
Una pregunta de opinión puede ser:
¿Cual es el problema de obedecer al pie de la letra?
Una vez resumido el cuento y completado el cuestionario se vuelve a confeccionar de nuevo el resumen con las respuestas, consensuadas, de los oyentes. En las preguntas de opinión se abre un ‘abanico’ de versiones sobre el asunto a tratar.
NOTAS AL PIE
1 ¿Recuerda alguno de los presentes actividades de infancia orientadas a conseguir un dinero para caprichos? – pregunta el narrador, para iluminar este aspecto de la narración e implicar más a los oyentes.
2 Ilustramos las virtudes del Hermano Perfecto mediante las escenas correspondientes. Un grupo de amigos habla, uno pide un vaso de agua, el sirviente sigue sus gesticulaciones con un vaso para atinar a dárselo en cuanto vea una oportunidad (humildad). Los niños comentan un asunto de fútbol, mientras Javier permanece callado, retirado en un segundo plano en silencio. Un par de voluntarios evolucionan por la sala y el personaje Javier les sigue a dos metros en sus vericuetos (distancia). Un grupo de voluntarios hablan de chismes indiscretos mientras Javier se tapa los oídos detrás de ellos (discreción). Los oyentes le piden cosas indirectamente a Javier-Narrador: “necesitaría un rotulador”, “me vendría bien leer un libro”, por ejemplo, y Javier lo trae a la velocidad del rayo..
3 A fin de que quede más clara esta escena clave la representamos en el medio de la sala. Javier está sentado en el taburete y gesticula dando a entender que le duele la espalda mientras el profesor (un voluntario, explica en la pizarra el teorema de Pitágoras. Javier levanta la mano, el profesor no le ve, insiste, hasta que al final le hace la petición de silla. El profesor contesta primero impulsivamente con “tus huevos” pero se da cuenta de que esta en público y rectifica sobre la marcha para disimular. Javier sale disparado como en el ejercicio anterior de ‘diligencia’. En otro rincón de la sala ‘habla’ con cocina para pedir sus huevos fritos, que trae en un plato a la sala mientras sigue éste explicando la lección. Todo el grupo del público ‘ríe’ de la la situación (inducido por una risa contagiosa del narrador).