El ascenso a La Loma
Representado por Rakel Morales
En la Blanquilla nunca se pasaba hambre y nunca se aburría nadie. Tenían más de doscientas ovejas que llevaban a la pradera todos los días con Jimi, el burrito de carga y Carter, el perro pastor.
Tenían gallinas, conejos, perros de guarda, gatos, canarios y cabras, que conllevaban un trajín continuo de horquillas arrastrando paja, cubos de agua, latas de semillas, hueveras, cubos de ordeñe y paritorios1.
Diariamente había que bajar a la cuadra, subir al cobertizo y recoger vallas tiradas por el viento.
El ir y venir no significaba que estuvieran agobiados los habitantes de la Blanquilla, por cierto, de tez quemada por el sol, más bien podría decirse que estaban tan adaptados a la vida animal, a los ritmos del día y de la noche, del cielo, del frío y el calor, que vivían mecidos en una especie de devenir del tiempo en el que podían pasar siglos y generaciones sucesivas sin que se produjera una inquietud, un inconformismo, un cansancio, una rabia o una pregunta sobre el sentido de la vida.
Felipe era el mayor, tenía diecisiete años y era de aspecto aniñado, pero en cuanto se le veía mover pausado y seguro o hablaba o pensaba, parecía tener cincuenta años y ser el dueño de la granja.
Su hermano pequeño, Pedro, se suponía que era un torpe, un desastre un atontado o un inútil que nunca estaba a la altura de su hermano cuatro años mayor. No se sabe si porque ese destino o maldición de ser el menor le impedía ser mayor en capacidades o no había interés redentor –lo daban por mala raza2, rama estéril de la familia Remigio de Pueblo Llano-, no fuera que de linaje competente pidiera la mitad de la herencia en vida. Se procuraba que Pedro no desarrollara la necesidad de afirmarse, por el método expeditivo de acojonarle con cuatro gritos o humillarle con improperios. Tampoco se permitía que se volviera díscolo, prohibiéndole toda cara seria o triste que se observara: “cara palo!!” “grajo!”, “qué morritos de babosa tiene hoy Pedrito..”, le decían en esas ocasiones.
Laura y Ana se ocupaban sobre todo de la limpieza, de dar de comer a las gallinas, de limpiar la conejera y de poner alpiste en los ponederos. Estas actividades eran para ellas juegos, pero nadie diría desde fuera que estuvieran jugando porque su entusiasmo era contenido y su eficacia natural tan perfecta que parecían trabajadoras de pro en miniatura, con responsabilidades y obligaciones sistemáticas.
La madre, la señora Eloísa, oriunda de Pueblo Llano, estaba encantada con las niñas y conforme crecían les mandaba más tareas para que “jugaran” 3más a gusto.
Las tierras eran de secano y el agua se cogía de lluvia y del pozo, pero la plana tenía la fortuna de disponer diseminadas varias charcas de arcilla que conservaban el agua durante el verano, lo que permitía que los rebaños pudieran abrevar. Allí se encontraban a veces los pastores para comentar las calidades de los pastos, los pronósticos del tiempo, los partos acaecidos, las garrapatas, los entablillados de patas quebradas y las virtudes de los perros4.
En una ocasión Felipe se encontró en el abrevadero con Laurita de las Lomas, que llevaba un par de cabritillas a beber. Los de las Lomas eran pobres de remate y los “Solventes” de la región evitaban su compañía por si se les ocurriera pedirles algo o robarles algún cordero antes de marcar o por si tuvieran que compartir la comida del zurrón con ellos.
Laurita no era ladrona, ni abusona, ni gorrona… noo… Tenía aires risueños y una risa clara y sincera que siempre aprovechaba bien a quien la recibía. La sonrisa a menudo se expandía de pronto en forma de tonadillas espontáneas. Esta alegría de la pobretona contrastaba con los rasgos sesudos y secos del rostro de los concienzudos pastores de rebaños, con su seriedad abismal, su vista puesta más allá y su conteo continuo, que no era lo mismo tener dos que vigilar a doscientas.
Se sintió atraído por ella y ella fue sensible al intenso interés que suscitaba. Se juntaron para reír todos los días, hasta una ocasión en que Laurita tropezó con una piedra y se fue a caer en los brazos de Felipe, no se sabe si queriendo o sin querer.
El abrazo casual duró más de lo que requería un mero accidente, como si la fuerza irracional de la atracción fuera más fuerte que la de recuperar la compostura natural. Al mirarse cara a cara, él la besó sin poder evitar que lo improvisado se apoderara de lo deseado en secreto.
Laura le devolvió el beso, creyendo que era lo adecuado cuando alguien te besaba. Felipe la volvió a besar de nuevo pensando que ella quería continuar con los besos y de poco se les hace de noche entre arrumacos y embelesos.
El amor surgió en el secano, regado por su propio entusiasmo. Finalmente los pastores le comunicación la nueva al Padre, que amenazó con desheredar a Felipe si continuaban los festejos con la de las Lamas, los pobres esos que se podían apropiar de las riquezas aprovechándose de las flaquezas de la carne.
-¿Es verdad que os veis todos los días en la charca del rincón del Bú? –le preguntó para acabar de creer lo que parecía increíble-.
-Estamos enamorados, ¡y quiero estar con ella para toda la vida! -afirmó Felipe de una forma algo salvaje, debido a que era la primera vez que se enfrentaba a su padre y no tenía costumbre-.
-Pues si tanto quieres estar deja el zurrón y el burro y vete a las Lomas con ella, con lo puesto, porque otra cosa no te llevarás.
Felipe dejó todos los pertrechos, ató a Carter y se fue en silencio hacia las lomas, tragado al final por la oscuridad de la noche que caía.
En un instante pasa todo. Lo blanco se vuelve negro, el antes después y un enfado se convierte en maldición.
Felipe se quedó a vivir en las Lomas, donde le recogieron encantados como hijo putativo. Al ser tan apañado no resultó ninguna carga, como otros parientes zánganos que les habían visitado. Incluso se pudo levantar la paupérrima economía haciendo pequeños quesitos de cabra, cazando conejos y limpiando sus pieles, criando canarios y ampliando las cuevas.
Conforme pasó el tiempo, la Blanquilla fue a menos, sin heredero, sin pastores de casa y con los hijos desperdigados. De uno de ellos, no podían pensar siquiera donde se estaría por lo doloroso del recuerdo del actor y lo desagradable del escenario en el que se encontraba.
Pedro se fue a trabajar a una fábrica de Mataró. La hija mayor se casó con el hijo de La Sirga y la menor, que se suponía que les iba a cuidar, se fue con un viajante tarambana que le prometió el oro y el moro. No tuvieron más remedio que abandonar las tierras y vender el ganado para comprarse una casucha en las afueras del pueblo. Decían los pastores que Eloísa murió de una cosa mala (¿?)5
Las Lomas en cambio, con la astucia de Felipe y Laura, se trasformó en centro ecológico y de cuidado de aves rapaces. Edificaron un hotel que fueron ampliando en la medida que tenía éxito. Lo tenía por la alegría y encanto con el que Laura lo llevaba por no mencionar los famosos guisos de liebre, pastelitos hojaldrados de verdura y la nueva cocina de fusión que había aprendido en un cursillo en Tudela. Felipe había construido unas cuevas, talladas en la tierra, que había habilitado con toda suerte de comodidades. Tenían mucho éxito entre los modernos que querían ser por unos días trogloditas primitivos sin sufrir por ello ningún inconveniente.
Ocasionalmente, cuando los negocios habían salido bien y la alegría por lo conseguido le producía una especie de sentimiento de vacío por no se sabe qué, iba a relajarse dando un paseo hasta la charca del Bú. Luego se asomaba en un alto del camino y miraba la Blanquilla con los techos derrumbados, los hierbajos en los patios, con las mejores piedras de los muros arrancadas, sucia, descolorida y rota.
En esos momentos se daba cuenta de que vivía solo con media alma como si, en cierto modo, para vivir hubiera que saber morir.
COMENTARIOS
#sagaFelipe #rechazo #rebelión #cambio #adaptación
Pedro es el más pequeño de una familia que tiene una casa grande y muchas ovejas, pero lo tratan con humillaciones, tanto corrigiendo cualquier intento de afirmación mediante chillidos e insultos, como cualquier señal de afectamiento o tristeza con burlas y desprecios.
Felipe es el mayor y como tal le inculcan la responsabilidad desde edad muy temprana. Destinado a ser el heredero de la casa, su destino se ve alterado por la aparición de Laura en el abrevadero. Aunque sus padres no quieren que salga con ella, por considerarla de origen humilde, él la sigue viendo. Enamorados deciden irse juntos a las cuevas de las lomas, donde reside la familia de Laura.
Desde ese punto se crea una división entre tradición y modernidad. La masía viene a menos y en cambio en las lomas hay una febril actividad turística muy provechosa, en la que se modernizan cuevas para turistas y comidas sofisticadas.
Felipe vuelve de paseo, pasados los años, a la charca Bú y contempla la antigua casa solariega derruida. Ha tenido que morir su antigua alma familiar para poder disfrutar de una nueva vida.
La narración representa el triunfo sobre el duelo desgarrado de un rechazo. Asistimos a los logros devenidos por el esfuerzo y la imaginación creativa, en vez de los basados en la tradición del linaje. Felipe ha sabido renunciar por amor a las ventajas de la herencia y ha aceptado vivir una vida muy humilde durante mucho tiempo. Gracias a adaptarse a las corrientes culturales y sociales de los nuevos tiempos transforma la cueva en casa rural y la alimentación cinegética en atractivo menú para atraer visitantes dispuestos a disfrutar de una experiencia aventurera original.
El oyente se ve animado a romper de igual modo con el lastre de su pasado y estimulado a explorar nuevos caminos.
El relato presenta el esquema de rebelión, de cambio y de reacción, ofrecidos de una forma indirecta a través de la identificación con una historia, sugerida como posibilidad que se comprende y puede que se adquiera en la medida que convenza.
NOTAS TÉCNICAS
1 Sugerimos al público que aporte cosas que se puedan encontrar en una casa de labranza (“arreos”, “azadas” …)
2 Mendel, entre 1856 y 1863 cultivó y estudió al menos 28.000 plantas de guisante analizando con detalle siete pares de características de la semilla y la planta. Gracias a sus numerosos experimentos logró el enunciado de dos principios que más tarde serían conocidos como leyes de la herencia. Sus observaciones le llevaron también a acuñar dos términos que siguen empleándose en la genética de nuestros días: dominante y recesivo. La importancia de sus hallazgos no fue apreciada por otros biólogos de su época, y fueron despreciados por espacio de 35 años..
3 El narrador señala con un tonillo irónico “jugaban” para indicar que debe tomarse en sentido figurado. Para asegurarse pregunta al público si se entiende la clase de juego al que su madre les invitaba y cómo lo llamarían (“abuso”, “aprendizaje” …)
4 ¿De qué otros temas podían hablar los pastores en la charca? -pregunta el narrador.
5 El narrador pregunta: ¿De qué cosa mala creéis que pudo morirse la señora Eloísa? (“de pena”, “de corazón” ..)