El alma de las cosas
Una casa viva y una muerta son muy diferentes. Cuando nadie ha vivido en un lugar todo huele a yeso y cemento. Si ha estado desocupada durante años todo está tan ajado que huele a podrido como una flor en descomposición. En cambio los lugares vivos tienen un olor de uso. Fragancias que provienen de muebles de madera, cortinas de algodón, guisos olorosos y perfumes humanos.
Lo que es más difícil de comprender es que las casas vivas tengan alma o una energía depositada en sus paredes y recovecos, por haber escuchado palabras de amor o peleas, sentido dolor o angustia. Han sido rozadas, tocadas y recubiertas del ropaje de decoraciones o símbolos que representan anhelos y confort, como si fueran prolongaciones de nuestra piel o de nuestra identidad tal como la ropa que llevamos, nuestro peinado o nuestros gestos.1
El alma se deposita en los objetos y luego traspasa al contenedor que son las paredes.2
Remi vivía, antes de los pavorosos sucesos, en un una casa vetusta en la parte antigua del pueblo que tenía dos plantas y una buhardilla.
La parte baja había tenido desde tiempos inmemoriales usos muy variados: caballerizas, corral, panadería, tienda de ultramarinos, pescadería, frutería, tienda de ropa y de pequeños electrodomésticos3.
De pequeño a Remi le gustaba explorar la tienda cerrada con contrachapado desde hacía bastante tiempo, haciendo una especie de mapa de vestigios temporales que le permitían asirse a juegos o fantasías: Con las argollas de la pared se imaginaba en una época medieval en la que los caballeros con espadachines, el suyo era el palo de la escoba, dejaban sus caballos atados y luchaban para ver quién era el ganador – Carlos o Remin el Noble- o liberaban a una prisionera atada –Marta Montero, la vecina- .4
En el fondo de la tienda se conservaban en buen estado los huecos de los hornos de pan, en los que se podían encontrar misteriosos cadáveres o tesoros escondidos. Esta zona todavía conservaba en el muro el aspecto blanquecino que la harina incrustada y solidificada había dejado con el tiempo. En algunos sitios, cerca de las tuberías, había salitre que recogían con Carlitos para mezclarlo con carbón y azufre que ponían algunos vecinos para que los perros no se orinaran en su portal y fabricar bombas para la guerra.5
Los anaqueles y cajones de madera les servían, cuando venían las chicas, para jugar a tenderos y aprender sobre pesos, dineros y las leyes de la oferta y la demanda. A veces los productos estaban tan caros que los chicos sólo se los vendían a las chicas si les enseñaban las braguitas. Unas veces vendían pescado, otras fruta y otras ropa.6
Cuando Remi creció y los amigos se dispersaron en transcursos diferentes dejó de explorar los bajos que se convirtieron así en espacios muertos destartalados y tapiados como mausoleos.7 Al entrar en casa subía directamente al piso en el que vivían con todas las comodidades modernas y no se sabe si fruto de una infancia todavía reciente que, como las casas vivas, resucitaba unos segundos produciendo una sugestión o un fenómeno paranormal que seguramente tuviera algún tipo de explicación. Le parecía percibir alguna frase:
-¡El arenque está de oferta! -le parecía oír.
-¡Manzana reineta muy buena y barata! -escuchaba otras veces.
Eran solo unos segundos, unas impresiones, una tontería a las que no daba mayor importancia y que vivía como una pequeña manía indigna de ser contada. Una fruslería, algo íntimo como hurgarse la nariz o rascarse el trasero en privado.
Pudiera ser que el falso muro del pasillo filtrara algunos ruidos que el hueco de la tienda producía por efectos del crujir de la madera, del pasar el agua por las cañerías o el viento silbando por los hornos como por una flauta. O bien la pared amortiguaba y deformaba, reverberaba o ecualizaba el sonido de las oquedades imperfectamente cerradas.8
En cuanto Remi subía, dejaba los trastos en la cama y se ponía a hacer sus deberes. Se olvidaba por completo del breve paso por el pasillo sonoro.
Cuando tuvo cierta edad, Remi deseó tener un espacio particular, lejos de las repentinas visitas de su madre:
-!Qué, otra vez todo tirado encima de la cama en vez de ponerlo en su sitio y los calcetines en los zapatos en vez de en la lavadora, para que huelan ellos a su antojo! .
Alguna vez había aparecido incluso con el pretexto de llamarlo a cenar o avisarle de que no gastase tanta luz cuando estaba en plena masturbación pensando fantasías sexuales varias, algunas algo truculentas como para relacionarlas con una madre.
Pidió que le dejaran la llave de la buhardilla, ahora que era mayor, para limpiarla y construirse un cuarto independiente “para estudiar mejor”, como motivo oficial aceptable.
–Haz lo que quieras. Ten la llave, pero tu verás, porque esta lleno de trastos y a lo mejor te encuentras ratas -le avisó su madre-.
Ese mismo domingo subió a explorar el desván.
Efectivamente estaba lleno de trastos: una mecedora con la rejilla del respaldo destrenzada y rota, una maquina de coser Singer, arreos de caballerizas argüellados, una plancha de hierro que funcionaba con carbón, por supuesto, oxidada, tal como lo estaban llaves, atizadores para chimeneas, herrajes sueltos. Había carretillas de madera, tablones podridos, cabeceras de cama niqueladas con los dorados oxidados, desconchadas las cerámicas blancas de los nudos. Somieres con los muelles desenganchados y la trama hundida. Antiguos artilugios teñidos de sangre ennegrecida, utilizados para diversas matanzas de animales. Juguetes rotos, caballitos de madera sin patas, cuerpos de muñecas cercenados, piezas de latón que debieron ser coches o trenes en su día y escobas de esparto, y muebles desvencijados que tal vez harían las delicias de un anticuario con vista de restaurador9.
El panorama se presentaba complicado para vaciar el lugar. Tampoco sabía Remi donde podía trasladar la basura. Si a las afueras del pueblo, quemándolas, vendiéndolas en lote a un comprador, rompiéndolas a trocitos o dejándolas poco a poco en la basura. Para el trabajo además se encontraba solo, porque el mismo se había empecinado en su particular aventura individual.10
Las vigas, por otro lado, aunque se conservaban sin termitas y en buen estado, parecían requerir un lijado y un barnizado para poder ser consideradas aptas en un habitáculo civilizado que tal vez una enamorada pudiera visitar11.
Al fondo, en el lugar en el se suponía que subían las chimeneas de la casa, escuchó un ruido sospechoso, que le pareció que podría ser alguna rata, tal como le había avisado su madre. Se acercó, decidido a ver lo que había para poder realizar el imperativo categórico de sus empeños y apuntó con la linterna.
Entonces vio el protoplasma en el rincón.
Era una especie de niebla coloide de aspecto pegajoso y de ella salían murmullos que se estiraban como chicle y parecían quejas condensadas de siglos, caballo perdido, argolla hace daño, allí sucedió todo, la fruta esta podrida, no ha llegado el pescado, no hay dinero, incluso en un momento dado la protomasa espectral adoptó forma humana al estilo del cuadro famoso de Munch “el grito” y decía en voz siseante:
-!Allí mismo murió quemada!
Efectivamente, Remi recordó de pronto una historia que le habían contado la abuela tomando el fresco en verano que vino a pasar un temporada a la casa.
-Un matrimonio de tenderos vivía entonces en la vivienda, pero la tienda que tenían no fue bien y el marido no pudo resistir la tensión y se ahorcó en el sobrado. La madre tiró adelante trabajando de sol a sol. Estaba muy unida a su hija, a la que quería con locura. Pero la niña se hizo mayor, se enamoró de un chico de la capital y se fue del pueblo. La madre no pudo aceptar la “traición” y para castigarla, desesperada se colgó en el desván de la casa. Llevaba una vela en la mano que cuando cayó al suelo encendió una hoguera en la que se quemó para suprimir su cuerpo de este mundo.
De hecho había una zona, cerca del ventanal debajo del la viga trasversal maestra, ennegrecida con los restos de algún fuego de matanza o de otra cosa peor.
Por si acaso el plasma fuera el alma de la casa, a Remi no se le ocurrió cosa peor que decirle:
-Ven, ven, ven aquí -por si tenía algún tipo de comprensión o capacidad de respuesta volitiva.
El protoplasma de pronto se puso en marcha protoplasmática y se le metió sin prisa, pero sin pausa, por la boca desencajada y abierta como ante un dentista, obligado por una fuerza intromisiva superior.
Desde entonces Remi quedó como lelo, atontado, pasmado, ido, aturullado, anonadado12 por un estupor por el que sólo producía gárgaras en vez de palabras y ensimismamiento ante cualquier invocación a la acción.
A sus padres solo les contestaba con ruidos de ultratumba, estertores como de agonía y hálitos de moribundo.13
No hubo mas remedio que llevarlo al especialista de la capital, pero por más que le ponían inyecciones y medicaciones de todo tipo no reaccionaba.
Luego fue un peregrinar de médico en médico. Cada uno les daba un diagnóstico nuevo y prometían un tratamiento definitivo, sin éxito alguno, agotando los recursos de la familia con tanto trajín de viajes, dejando los quehaceres y de jugosas minutas de los prometedores de salud.
Finalmente atinaron con el Doctor Miralbueno, que pareció que al menos logró que Remi pasara a contestar monosílabos y expresar algunas frases rudimentarias tales como “no me apetece”, “no tengo ganas de nada”, “no puedo”, “no, no, no se empeñe conmigo” “no valgo para nada”14
Pero el Doctor Miralbueno era incombustible y al ver que comenzada a hablar como humano y tenía visos de cognición trascendente, insistía una y otra vez dándole sanos consejos.
Un día, bien sea porque estaba un poco cansado de tanto pelear contra una masa inerte negativa y resistente a todo, bien sea porque estaba algo alterado por asuntos personales, también los psiquiatras pueden ser humanos desquiciados,15 le espetó con especial virulencia:
-Sal, tienes que salir, venga ya, ¡¡sal de una puta vez!!
En ese momento, efectivamente, comenzó a salir de la boca de Remi el protoplasma, que no sabía, falto de costumbre viajera, hacia donde ir, si a un rincón, hacia el techo, hacía un paragüero que había cerca de la puerta. Se detuvo frente al doctor Miralbueno, al que debió encontrar demasiado blanco por la bata, pero que tenía la boca abierta de asombro, aturdido, pasmado, estupefacto.16 Sin pensárselo dos veces se dirigió hacia la cavidad del psiquiatra y toda la masa pegajosa se fue hacia el tragadero con toda la determinación de obedecer un mandato sagrado.
Se fue introduciendo en el médico, que quedó como aplastado y derrumbado en la silla.
-Estoy curado, estoy curado, estoy curado por fin!!! -estalló Remi con alegría desbordante -. Muchas gracias, doctor, me ha salvado la vida!!! .17
Le dio abrazos y agradecimientos mientras Miralbueno se quedaba como agarrotado por tanta efusión, atenazamiento y levantamiento en volandas.
Nunca más volvió a la casa maldita. La familia se mudó para iniciar una nueva etapa de su vida, que fue la mas feliz que habían disfrutado después de tantas oscuridades.
El doctor Miralbueno en cambio dejó prematuramente su profesión, no se sabe si debido a alguna extraña enfermedad o cambio radical, pero nunca más se supo de él. Las postales de agradecimiento que le enviaban en navidad las devolvía todas el cartero.
COMENTARIOS
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Se muestra a un Remi muy imaginativo y de rica vida interior, pero con algunas dificultades para la exterior, regular la dependencia familiar, recurriendo a ardides para afirmarse y sumergirse en el aislamiento.
Se retrata al personaje en un mundo de cachivaches, de objetos partenecientes a otros habitantes de la casa con los que jugó imaginariamente de pequeño, pero que en la adolescencia comienzan a presentar síntomas ‘fantasmales’.
Comienza a oír voces y al principio no les da mayor importancia pero al final padece una invasión “protoplasmática” que le hace entrar en un estado catatónico.
Tarda mucho en remontar por más que se busca la ayuda de distintos médicos, pero al final empieza a reaccionar con algunas palabras escuetas, de una forma muy limitada y empobrecida.
El doctor Miralbueno muestra un exceso de energía en sacarle del estado de bloqueo, cosa que al final logra, le saca el ente gelatinoso que le posee. Se deja en el aire si ha pagado con el sacrificio de su propia salud la curación de Remi.
Se crea una situación insólita en la que la enfermedad se pasa del paciente al psiquiatra, como del Quijote a Sancho Panza18. El efecto cómico está en línea con las bromas que versan sobre que los especialistas en salud mental están locos (se les pega la locura con contacto con los enfermos o la profesión que han elegido es para curarse ellos mismos). En el cuento estas maledicencias se concretan y en cierto modo, al igual que el humor nos distancia de los males, el oyente se alivia de la democratización de la enfermedad.
El mundo mágico infantil, los fantasmas y las hipótesis causales disparatadas favorecen la versión de la enfermedad como posesión. El bloqueo como contaminación de un ser que impide el natural funcionamiento de la persona “abducida”.
Los oyentes ven al invasor migrar desde el desván a Remi y desde éste al Dr. Miralbueno. Se enferma y se cura en ese movimiento que es azaroso, fatídico y caprichoso al mismo tiempo.
El cuento actúa como paradoja, recurso al absurdo para que el que enferma se reconozca como enfermo y rehuya de las causas sobrenaturales y salvaciones milagrosas, cambio de región o un amor incondicional, por ejemplo.
NOTAS TÉCNICAS
1 Se realiza una encuesta participativa sobre las casas vivas y muertas.
2 Se pregunta en este punto que si un vecino tiene sida, se hace una herida en la mano y se apoya en la pared, ¿podría contagiarme si al otro lado de la pared apoyo la mano a la misma altura que lo hace mi vecino?
3Algunos participantes añaden otros usos que conocen de este tipo de locales (la lechería, mercería..)
4El narrador menciona los nombres de compañeros de juegos en un aparte jocoso buscando la complicidad de los oyentes.
5Algún participante se anima a añadir anécdotas de su propia cosecha sobre juegos infantiles de esta índole.
6Momento picante. ¿A que juegos de niños y niñas nos hemos entregado en la edad de la inocencia infantil no tan inocente?
7Mención a la perdida de los amigos de infancia del barrio.
8Cambio de registro del narrador que pasa del tono con el que cuenta la historia a otro en el que simulara ser un oyente ‘sensato’ que busca explicaciones racionales a supuestos fenómenos paranormales.
9Los participantes añaden cosas que podrían encontrarse en el desván.
10Mención a su aislamiento personal.
11Coletilla con cambio de registro similar al anterior.
12Los participantes de la actividad ya conocen esta reacción y su lista de sinónimo que espontáneamente completan como una coletilla consabida o estribillo conocido.
13El narrador hace preguntas varias como si fuera la familia de Remi a cualquier oyente del público que imita las gárgaras de Remi. Por ejemplo, le pregunta el narrador a uno “¿tienes hambre?” y el contesta con un sonido gutural “ggghh”.
14En esta ocasión el narrador les hace preguntas a varios personas del público, por ejemplo “¿tienes hambre?” y el aludido hace de Remi diciendo “poca”.
15¿Qué problemas personales podría tener un psiquiatra que le hicieran estar irritable, borde o poco acertado?
16Bis de la lista semántica consabida de estar estupefacto.
17Un par de actores escenifican la alegría desbordada.
18Ver estas referencias en el cuento Aurigon Tytäre (ref. 370)