Dos historias

Dos historias

Hoy trabajamos con dos microrrelatos que narran las historias ficticias (o no) de mujeres víctimas de violencia de género, Ana y Lola. Leemos los fragmentos de cada una y el grupo de participantes elige, mediante votación, una de ellas. Después, divididos en tres grupos, trabajamos una continuación de cada historia (con o sin final cerrado) y una serie de ideas o conceptos importantes que se tratan en la historia.

En este caso se habla de los sentimientos y situaciones que llevan a la indefensión de estas mujeres; las estrategias del maltratador para reducirlas; qué situaciones o hechos actúan como detonantes para el cambio…

Cada grupo recoge sus ideas y las expone al resto junto con el final o continuación del relato, eligiéndose de nuevo por votación uno de los propuestos.

En este sesión es elegido el microrrelato «Lola» y este final elaborado por uno de los grupos:

«Tras la denuncia en comisaría se inicia un protocolo de protección y atención y Lola entra en una casa de acogida. Se siente segura y comprendida por otras mujeres que han pasado por lo mismo. Pese a haber denunciado a su pareja ésta le sigue acosando por lo que aumenta la presión hacia él, que termina suicidándose por lo que Lola al fin queda libre para siempre».

Ana

En la calle llueve, es de noche y hace frío; y a nadie le importa una mierda. Anita, se fuma un cigarrillo y llora apoyada en un portal. «Si tan sólo hubiese cogido una chaqueta», piensa con la primera calada. En la segunda se arrepiente de haber dado un portazo al salir. A la tercera, ya empieza a odiarse. «Se acabó». Anita tiembla y fuma una calada que vale por dos. Entonces tose y el pecho le duele. Al cabo de un par de fumadas más, con la undécima calada deja de llorar. Anita tira el cigarro y se sujeta la muñeca esguinzada. A trompicones y sin nadie a quien le importe una mierda por primera vez Ana se va.

Lola

Lola se peinaba por las mañanas, tomaba dos cafés largos y una aspirina, y comenzaba su rutina. Vivía en un apartamento con la misma persona desde hacía seis años. Seis años casi iguales. Al coger el autobús, con «Insurrección» sonando en sus oídos, se acordó de la última vez que fue a ver cantar a Manolo García. Por aquel entonces él todavía tocaba con «El último de la fila», y muy a su pesar descubrió que algo parecía pellizcarle el alma al sorprenderse recordando a una mujer tan distinta a la que ahora veía reflejada en la ventanilla. Una mujer libre, risueña, soñadora. Una futura enfermera con ganas de viajar, de aprender y de vivir. Se arrepintió de haberse frotado la cara para secar la lágrima rebelde que había escapado de la cárcel de sus ojos, pues ahora la manga del jersey blanco se había teñido del color marrón, estaba manchada de maquillaje. Y su mejilla se descubría amoratada. Lola trabajaba en la planta de UVI del Hospital de La Princesa, pero ese martes en lugar de tomar la ruta habitual, hinchó bien los pulmones antes de girar a la izquierda en la calle de Juan Bravo. Agitada, bajó las escaleras de la comisaría, denuncia en mano, mientras tecleaba el número de su hermana. En una mañana húmeda, huía de Madrid, lejos de su vida monstruosa. De ese hombre monstruoso. Algo mágico habría dictaminado el estribillo: «Me siento hoy como un halcón, llamado a las filas de la insurrección».

*Microrrelatos extraídos del blog San Javier contra la violencia de género http://sanjaviercontralaviolenciadegenero.blogspot.com/

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