De mal en peor
Representado por Luz Moreno
Había emprendido un largo viaje hacia Madrid pero tuve la mala ocurrencia de abaratar el precio del billete con un Regional Express, con múltiples recogidas de toda clase de personas en los apeaderos.
El vagón estaba atiborrado y algunos preferían permanecer de pie, que buscar asientos numerados a lo largo de los treinta vagones. Peleaban con no se sabe quién que tenía ocupado su lugar y le enviaban a la otra punta bajo pretexto de viajar juntos con un pariente o un conocido.
Cerca de la puerta del pasillo de los vagones había un grupo de jovencitas regordetas que suscitaban toda clase de piropos, acercamientos soeces y manoseos por parte de unos soldados, aunque ellas parecían hábiles en rechazar después de haberlos celebrado con placer y risas.
Remi estaba muy arrepentido de haber elegido ese tren con tanto trajín, risotadas, procacidades y conversaciones fatuas. Cuando paró en Mas Palomas, le pareció que se trataba de un pueblo importante, por la prestancia de la estación y la gente que pululaba en el andén, así que llevado de un imprudente ataque tomó la repentina decisión de bajar. Sabía que muchas veces había pecado de impulsivo y ello le había conllevado inconvenientes desagradables. A pesar de ello descendió con la idea de coger el primer tren de alta velocidad que pasara, al menos hasta la primera capital de provincia y desde allí retomar el viaje en condiciones. Ya no le parecía tan importante ahorrar dinero, ni incluso perderlo tontamente.
En el andén observó que en realidad, el movimiento era más de paso desde las instalaciones interiores al lado del pueblo al que se accedía a través de un puente de peatones sobre las vías.
Se dirigió hacia una especie de ventanilla que parecía un tragaluz y como vio detrás a un hombre de uniforme, le hizo señas para que le atendiera y poder preguntarle donde estaban las taquillas y los horarios de trenes.
El operario no entendía bien y a regañadientes se acercó al ventanuco.1
-¿Me podría indicar dónde están los horarios y las taquillas de trenes? -le digo en voz alta para que le oyera a través del vidrio.
Como no había manera de hacerse oír, el operario entreabrió un poco la claraboya y preguntó:
-Qué diablos quiere?
-Saber, por favor, dónde están las taquillas…
-Será tonto! Para eso me hace llamar. Es que hay gente para todo… -y se reía con desprecio y de forma bastante ofensiva con un compañero que había acudido para cotillear lo que pasaba. Debía suceder pocas veces por el interés que ponía en el acontecimiento.
Remi, resignado y ofendido para sus adentros, aunque le entraron ganas de dar un mamporro con la mochila a los operarios del interior si se reían otra vez de él, se dirigió a la puerta de entrada y una vez dentro del hangar de la estación vio un movimiento de gentes, bares, tiendas pequeñas que prometían pronta resolución de sus asuntos de trasporte. Pero no divisaba por ninguna parte ni horario ni taquillas ni señales orientativas acordes a la organización moderna. Pensó hacer manifiesto al taquillero de Renfe, en cuanto lo encontrara, el inconveniente de carecer de señales de cara a un foráneo que buscara un horario o comprar un billete.
Intuyó por la forma de la glorieta de madera que estaba al doblar una esquina, que podría ser el garito de ventas o de atención al cliente.
No encontró papeles informativos tampoco, por lo que desconcertado, pensando que no podía, por lógica, ser esa construcción el despacho de billetes, se atrevió a preguntar a un vendedor de helados, que al estar sirviendo a unos niños delante de sus mamás no tenía otro remedio que contestar con buena educación.
-Dónde están los que despachan billetes y dan información?
-Creo que se han ido con el último tren, -contestó cortante el heladero-
-¿Y no sabrá por un casual cuando pasa el próximo tren? -se atrevió a preguntar aprovechando la obligación de paciencia que tenía el heladero delante el público-.
-Esta tarde ya no creo que vengan los de la Renfe -colaboró una señora-
-Hasta mañana nada de nada. Mañana igual el empleado se pasa un momento para tomar un café y revisar algún papel.
Divisó a través de la vidriera de la pared opuesta de la heladería que en realidad lo que había detrás eran unos puestos de mercado ambulante, que el ajetreo no era cotidiano, sino excepcional y que mirando bien a su alrededor el pueblo parecía tan pequeño que quizá lo extraño fuera que hubiera parado accidentalmente el tren en ese lugar perdido.
Preguntó por si había autobuses de línea. Solo los martes y jueves -le dijeron-. O taxis para ir a la localidad importante de la comarca o si alguien le podía llevar en autostop aunque fuera pagando la gasolina. Nadie parecía saber cómo salir del pueblo o tal vez preguntaba a personas que nunca habían sentido la necesidad de trasladarse, al menos con medios públicos de trasporte.
Comparados a los lugareños, los ocupantes del Regional Express parecían mucho más agradables. Por lo menos se reían, compartían salchichón, manzanas y patatas fritas. En cambio los lugareños le hacían tal tipo de vacío, le trataban con tal sardónica indiferencia que no sabía siquiera si quedarse a dormir en una pensión, si es que había alguna. Para averiguar algo, si no lo había podido resolver con tantos a los que había preguntado en la estación, menos aún cabía esperar de los que vivían al otro lado del puente.
Sopesó la idea de pernoctar en un pajar, cosa que le produjo escalofríos pensando en las ratas que le habían mordido una vez que durmió en el campo en una aventura juvenil.
Dada la situación casi lo mejor era correr suerte en la carretera, haciendo autostop hasta una ciudad de verdad, con servicios y posibilidades de trasporte. A estas alturas el error de bajarse del tren comenzaba a descender por la pendiente de penurias que acataba con resignación. Todo por su tacañería, por la impulsividad de bajarse sin más, por su incapacidad de dirigirse a aldeanos o por algo oscuro que los demás debían ver que llevaba a que nadie le ayudase.
Igual que se alejaba la posibilidad de llegar a Madrid en el día, así desaparecía el pueblo andando por la carretera.
Por lo visto, el tráfico del mercado se producía en dirección norte, lo que reafirmaba aún más la idea de que en tiempos fuera un mercado importante de animales y paso de trashumancia. Tal vez hubiera dejado ruinas de lo que fue que le confundieran sobre la realidad decrépita en la que el tiempo todo lo consume.
La carretera era algo estrecha y parecía imposible que dos coches pudieran pasar sin pisar la cuneta, por lo que caminaba mirando atrás y adelante ansioso por divisar algún trasporte que le pudiera llevar a un destino civilizado, pero al mismo tiempo temeroso de que la ayuda le aplastara.
Pasaban las horas sin que el runrún de algún motor detuviera el suave pasaje del atardecer y Remi se temía lo peor, quedarse tirado en medio de la nada. Ni siquiera había tenido la precaución de hacerse con uno de esos bocadillos de chistorra cuyo olor impregnaba la estación. El cúmulo de errores parecía cada vez más negro.
Cuando ya estaba tan cansado que hasta había dejado de mirar, de golpe apareció un camión en la lontananza moviéndose haciendo eses, como bailando de alegría. Lo que hace la desesperación. Se puso en medio de la carretera, levantados los brazos, esperando como quien dice, vivir transportado o morir. El camionero parecía haberlo visto y paró a punto de llevárselo por delante.
-Pero qué haces ahí, hijo puta, eres un aparecido o qué, que casi te pillo. Sube y tómate un chupito..2
Obviamente estaba bebido. Pero era el único que había pasado y le pareció que en zona salvaje ciertas cosas se podrían contemplar como un mal menor dentro de un caos.
Se subió a la máquina infernal que parecía saltar y removerse como un azucarillo en un café. La carretera había perdido el asfalto hacía rato y parecía dirigirse hacía alguna granja a recoger o dejar animales. Lo que tenía de bueno era que se podía detener la carrera hacia el infierno y de malo que se quedaba sin medio de alcanzar un destino.
El camión finalmente cumplió con la fatalidad que estaba anunciada y en una curva se volcó arrastrando el trailer por la loma, chillando cada vez que golpeaba el suelo, con las voces de los cerdos que llevaba de carga.
Remi, espantado, no sabía que hacer. Sacó al conductor ebrio de la cabina por si explotaba y también abrió las jaulas dejando que salieran despavoridas las crías.
Finalmente intentó llamar a la guardia civil.3
-Hemos tenido un accidente con un camión lleno de animales -les dijo con voz trémula.
-Dónde se encuentran?
-No sé, en medio del campo en una pista forestal..
-Me podría indicar en qué kilómetro y la localidad más cercana?..
La verdad es que no lo sé. Tendría que caminar en medio de la noche para buscar algún mojón o indicador, pero no tengo linterna. Además, el conductor podría estar grave o muerto.
-Muerto tu padre… hostia que trancazo… -se oyó una voz rasgada-.
-¿Están de juerga o qué? Cuiden que estas bromas les podrían salir caras, que con la guardia civil no se juega, así como así…
-No no, no piense mal señor agente, se trata de un accidente muy grave.
-¿Y esos chiquillos de juerga?
-Son los cerditos..
-Ya, deme al menos su documento de identidad.4
-No me acuerdo ahora mismo -contestó R., azorado por el tinte de sospecha infundada que no podía aclarar de momento, consciente de que las pruebas parecían estar en su contra.
-Si no sabe quién es, ni donde está, ni qué sucede, haga el favor de llamarme mañana cuando lo tenga claro -contestó enfadado el policía, colgando la línea-.
#sagaRemi #impulsividad #precipitación #suposición #malentendido
Remi coge un tren regional para ahorrar, pero al encontrarse incómodo en los vagones repletos de gente grosera y escandalosa toma la decisión precipitada de bajar del tren para coger otro mejor, aceptando el precio de perder el billete y tener que comprar uno nuevo.
De esta forma veremos el efecto de la huida irracional -estoy incomodo, me voy- que la narración introduce mediante una serie de errores en cascada.
El personaje principal, debido a su inquietud interior, ha tenido un percepción precipitada de la situación, no ha recogido suficientes datos del exterior y por ello ‘deduce a la ligera’ que se trata de una estación importante cuando en realidad, si se hubiera fijado con más detalle, habría constatado que se trataba de una en desuso, utilizada ahora para plantar un mercado ambulante. Al bajar y preguntar a distintas personas choca entre suposiciones y realidades -dar por hecho que las gentes están al tanto de algo de lo que no tienen ni idea-.
Retratamos, intentando generar un aprendizaje emocional vicario, las reacciones de hostilidad social ante nuestra inadecuación o desadaptación.
Introducimos una situación en la cual la que los problemas a los que nos enfrentamos por nuestros propios errores, abordados con desesperación desquiciada nos hará tomar decisiones peores (irse andando por caminos desconocidos, aceptar subir a un camión con el conductor borracho).
Cuando se produce un accidente y Remi llama a la Guardia Civil, elaboramos la situación, mediante el recurso cómico, del malentendido y la respuesta bajo presión.
NOTAS TÉCNICAS
1 Los diálogos son representados entre el narrador y un ‘yo auxiliar’, compañero de actividad u participante voluntario con el que previamente se prepara el sencillo guión.
2 El mismo narrador, poniendo voz de beodo, dice la frase.
3Escena entre el Narrador simulando hablar por teléfono, alterado, y otro actor haciendo de guarda civil brusco y cabreado.
4Tu teléfono, tu edad, en qué numero vives… preguntas que sabes contestar siempre pero que de golpe pueden fallar. Hacemos también un ejercicio de respuesta bajo presión -mediante una pregunta brusca, dándose la vuelta el narrador hacia un oyente sorprendido por la interpelación- sobre cual es su fecha de nacimiento, DNI, etc. vemos así el efecto de la forma de preguntar en el rendimiento de la respuesta