La flor de panical

La flor de panical

Roberto estaba en tránsito de contrato laboral con 15 días de vacaciones forzadas para evitar enlazar el período trabajado e impedir que se trasformara en fijo. Dada la temporada irregular de ocupaciones que le habían tocado en suerte, no estaba el horno para bollos y no podía permitirse unas vacaciones de verdad con hotel y viajes en avión, por lo que se resignó a aprovechar los días de asueto para hacer algo de deporte e ir a correr a los Galachos de Juslibol.

La verdad era que estaba bastante fondón y su correr parecía más un trote leve, aunque confiaba tener al final de la temporada un poco más de resuello y quien sabe si reanudado el trabajo continuaría con la sana costumbre de practicar deporte.

Pensó en ir a correr a las siete de la mañana con la ventaja de que el ambiente sería más fresco y solitario. O eso creía Roberto, porque al llegar al aparcamiento del parque lo vio abarrotado de coches y furgonetas de corredores. Había algunos atletas de triatlón que practicaban por los senderos de la montaña y otros grupos que iniciaban temporada con una marcha intensa y le acomplejaban como primerizo. Vinieron también batallones de soldados cuidados por su sargento que preferían el oxígeno de los Galachos a sus propias pistas en las instalaciones militares. Mientras corrían, hablaban de juego de tronos, de hazañas varias y saludaban alegremente y con educación a los que se cruzaban con ellos. Ese día Roberto optó por ir andando a pesar de estar equipado con una camiseta transpirable y unas zapatillas de running nuevas.

Roberto tenía en la imagen del recuerdo un camino al parque solitario, cruzado de tanto en tanto por alguna pareja de jubilados ayudados con bastones de marcha o algún ciclista aislado. Pero las imágenes que representan la realidad, basadas en una experiencia previa, pueden carecer de exactitud si se tiene el cuenta que según el momento del día en que contemplamos un panorama puede ser totalmente distinto.

Por ejemplo, cuando Roberto intentó ir a correr a las diez, se cruzó con el tren carrizal lleno de niños alegres que saludaban o insultaban según la edad. Cada hora aparecía el nuevo cargamento de un colegio que había concertado una visita guiada. Ponían letreros en el camino avisando del peligro de paso de niños. Alertaban a la circulación ciclista. Un grupo de animación señalaba las ristras de hormigas que no había que pisar, las tortugas que no debían abandonar o el religioso silencio que había que respetar para tener oídos y vista atentos a lo que podía pasar en el sendero del bosque.

-Qué veis aquí? Preguntaba el monitor.

-Ramas

-Troncos

-Mosquitos,

-¿Qué veis aquí insistía eliminando esas respuestas dadas aunque fueran verdaderas.

-Choperas

-Álamos

-Un cocodrilo

-NO NO, NO -gritaba el guía, resignado del fracaso de las inteligencias observadoras- Agua, ¿No veis el lago?

A las 13 proliferaban parejas y familias que venían a comer de picnic. No fallaban algunos fijos de Juslibol, dos mujeres con ropa ligera que charlaban sobre los planes de menú y el marido de una de ellas diez metros atrás, paseando un mastín ya envejecido que le permitía andar retirado en sus cábalas y aislado de las chácharas femeninas.

Las cuatro, si el calor lo permitía, era la mejor hora para Roberto. Apenas venía nadie salvo algunos grupos amantes de los pájaros que les fotografiaban y filmaban en sus nidos en los escarpes. A veces un profesor daba clases a neófitos con un libro en la mano para contrastar en el manual la clasificación del mosquitero, del cuco o del pinzón, según formas y colores a medida que los oteaban con el catalejo.

A partir de las cinco los Galachos eran tomados por ciclistas en parejas de compañeros de trabajo que ataban cabos de los sucedido en la jornada, de grupos de amigos guiados por el mandón de turno que les adoctrinaba sobre la naturaleza del camino o la esencia de destino final, aficionados al ciclismo que apabullaban con su velocidad y los intrépidos de rueda de tracking que pisaban firmes por los peores lados del camino, por los barros si había llovido o por las cuestas que subían a la montaña.

Roberto después de unos días ya se creía conocedor de la realidad galachil, pero qué equivocado estaba. Un jueves decidió adelantar a las tres su visita diaria al parque y vio sentada en el estanque del mirador del castillo de Miranda a una atractiva corredora que descansaba en el banco con un flor de panical que había recogido de algún entresijo del lugar.

La imagen era tan hermosa que en vez de pasar por el camino ancho atajó por el senderito que había delante de los bancos, atraído magnéticamente por la curiosidad de verla de cerca.1

-Buenos días -le dijo al pasar- con la voz más amable que pudo, a pesar de que sin duda alguna, por un prurito de orgullo deportivo, corría más rápido de lo que su fondo permitía.

-Descansando a la sombra, ¿no? -le dijo el segundo día.

Al tercer día las tornas cambiaron. Roberto estaba en el banco y Silvia, que era mucho más ágil, paso volando a su lado, dedicándole una sonrisa.

-Buenos días!! -y desapareció como una gacela.

Qué buen tiempo hace hoy” decía una, “Hoy se suda la camiseta” replicaba el otro el siguiente día. Y así estuvieron cruzándose varios días hasta que Roberto se acercó al banco con el pretexto de atarse las bambas y le pidió permiso para sentarse un ratito.

En esa ocasión solo comentó cosas sobre la flores que había, la sequedad del cañizal y los kilómetros que hacían. Aunque Silvia le sugirió seguir juntos, Roberto declinó alegando que su ritmo era mucho más lento y no le quería fastidiar la carrera.

Luego las conversaciones fueron más largas y con naturalidad hablaron de anhelos, fracasos y sensaciones como si se conocieran de toda la vida.

-Mira esos novios -dijeron un par de ciclistas al pasar. Ellos lo escucharon pero no lo quisieron oír porque todavía no sabían lo que sentían el uno por el otro.

En una ocasión, al despedirse, Silvia para acabar su carrera fue a darle un beso de despedida en la cara, porque ya se consideraban amigos inaugurados, pero Roberto confundió la derecha con la izquierda como era su costumbre cuando se ponía nervioso y le puso la boca en los labios en vez de la mejilla y fue su primer beso furtivo.

Los otros días comenzaron el te quito esta mariquita del pelo, te retiro este insecto del hombro, te puedo besar, te cojo la mano.

Silvia le había puesto de manifiesto que le gustaban los gestos especiales, y por ejemplo, si un chico se le quería declarar le gustaría que le trajera una flor de panical como símbolo de amor, nada de doblar la rodilla o utilizar frases poéticas blandengues y esas cosas. Así que Roberto quiso proceder de la mejor manera posible y le rogó:

-Por favor, mañana te quiero contar una cosa muy importante que nos atañe a los dos. Podríamos quedar a las seis, porque a las tres no se si podré venir ya que no se si me será fácil escapar de una reunión que tengo en el trabajo.

-A las seis no me gusta porque se me hace tarde para volver, móntatelo bien y mejor quedamos a las tres.

-A las seis

-A las tres

Se atascaron los dos pidiendo su hora preferida, con ese tipo de atrevimiento, orgullo o osadía que tienen los que comienzan a amar suponiendo que quienes supuestamente dicen quererlos si les quisieran de verdad harían lo que ellos quieren para hacerlos felices.

Ya se iba corriendo Silvia cuando Roberto, antes de perderla en el recodo insistió:

-A las seis!

No se sabe si a lo lejos Silvia contestó a las ssses o a treis tres ses is o qué decía realmente, pero Roberto supuso que a las seis vendría.

Al día siguiente Roberto apareció con una flor de panical dispuesto a confesarle los sentimientos que habían nacido en él, la chispa de algo que nunca más se podría olvidar, la trascendencia de un momento en el que lo que somos deja de ser para siempre. Pero Silvia no acudió.

Desde ese desencuentro apareció en Roberto una esperanza sufriente que le dominó completamente. Todos los días se escapaba al medio día del trabajo con un bocadillo para acudir a las tres, la hora en la que podría aparecer de nuevo Silvia, con un panical azul secado boca abajo, mirando a los pocos corredores que asomaban a esa hora por el camino.

Pasaron años y aunque Roberto se había casado y ya tenía un hijo, seguía teniendo esa loca ilusión secreta que se convirtió en un ritual con el que el tiempo que todo lo mata se reencarnaba por unos minutos en un retorno o una segunda oportunidad o una vuelta a un origen abandonado o a un manantial en el que brotase el elixir de la vida. 2

Esa realidad paralela solo se rompió cuando Remi tuvo unos días de vacaciones y la rueda del azar le hizo pasar por los pelotones de soldados matutinos, los ciclistas empedernidos, los paseadores de perros y los investigadores de pájaros hasta ir a parar al portal del universo de las tres.

Remi pasó por el banco con intenciones de descansar un rato cuando vio en el primero a un señor con una flor azul que parecía mirar sin ver el hermoso espectáculo que tenía delante. Le llamó la atención y cruzó por delante en vez de por detrás como acostumbraba.

Al día siguiente, también a las tres para comprobar si aquella imagen fue azar de un visitante ocasional o uno fijo, volvió a verlo en la misma pose contemplativa en el banco, suspirando y mirando a la lejanía, en la cercanía miope de la mirada que traiciona su finalidad de mirar.

Al cabo de unos días -como si la historia se repitiese, en cierto modo similar si bien no idéntica le fue saludando, parando para hacer ver que se tomaba un descanso casual, comentando sobre el calor, la sequedad, los frutos que despuntaban de los arbustos, una fotografía que quería hacer, hasta que un día pidió permiso para sentarse en el mismo banco.

-Esta flor tan bonita cómo se llama?

-Es la flor azul panical.

-¿La ha encontrado por aquí?

-Sí, un día la vi por los caminos interiores de una charca, en medio de la nieve de los chopos.

-¿Viene a menudo por aquí, no? Le he visto varios días.

-Sí, es verdad, yo también le he visto a usted..

Más adelante, cuando las conversaciones se fueron alargando y Remi pasó la prueba de parecer ser de confianza, Roberto le confesó:

-Cada día a las tres procuro venir. Espero en este banco por si acude una chica de la que me enamoré pero que por un motivo de orgullo no supe retener. A pesar de que soy feliz, tengo mujer e hijo y un buen trabajo, tengo esta espina romántica clavada en el corazón. Me relaja cultivar su dolor y el ensueño que produce aunque fuera un ratito, sabiendo que se trata de una fantasía imposible.

Remi intentaba convencerle de que era una licencia peligrosa:

-Porque un momento de evocación y recuerdo de un amor que pudo ser, lo tenemos todos, pero el cultivo diario de la fantasía puede producir que cuando vuelva a casa los sentimientos hacia los suyos queden diluidos, disminuidos y rebajados a resignación por culpa de haber estado esperando un ocasión, por más mágica que fuera, para dejarlo todo por un ensueño. Además si apareciera Silvia puede que fuera ya otra Silvia. Sintiera cosas que se han contaminado por los acontecimientos de estos años volviendo imposible regresar a ese momento en que el tiempo se truncó y entró en bifurcación paralela..

Remi pensó que ya había hecho su labor de tratar de introducir cordura en su “amigo” Roberto y optó a partir de entonces por salir a los galachos a otras horas, no fuera que le contagiara el virus de la ensoñación..

Un día fue a las seis y vio en el banco una mujer con una flor de panical

En esta ocasión no se atrevió a intervenir donde no le llamaban para intentar corregir el curso ineludible de los acontecimientos. Le venían a la mente razones que le desanimaban para entrometerse:

-“para qué, si igual es para peor, si igual ni viene Roberto a las tres, si igual no es la misma persona, igual están mejor en la melancolía que en la debacle..”.

-“Es mucho mejor venir a Juslibol a las cinco como el resto de ciclistas, a fin de cuentas es lo que soy”.


COMENTARIOS

#enamoramiento #romanticismo #ocio #oportunidades

El cuento nos introduce en las actividades variopintas de ocio de un parque. Ahí confluyen aficionados varios a la naturaleza, al senderismo, al ciclismo y al running. Nos enseña un panel naïf de posibilidades y recursos.

Fruto de las aficiones surge un posible amor, de dos personas ‘solitarias’ que interactúan en un banco a la orilla de un lago generando poco a poco un entusiasmo amoroso. El amor es como una rara flor de panical que nace en los sitios más inverosímiles si la persona está dispuesta a abrirse a la posibilidad.

El ensueño enamoradizo puede ser frágil como las flores de primavera y basta el equívoco de un horario en el que concertar una cita para que tropiece y descarrile.

A pesar del desencuentro el protagonista guarda la semilla de lo que pudo ser durante mucho tiempo, incluso una vez que ya ha formado una nueva familia, como si las posibilidades fueran tan importante como las realidades.

Sabemos, por tercera persona, que el lugar mágico de los galachos persiste en la sombra callada del tiempo, los horarios no concordantes, como escenario ritual de la flor del panical.

El oyente del cuento se ve arrastrado a revivir la ceremonia de implante del ensueño en su propia vida, tanto la esperanza primaveral nunca derrotada, como las oportunidades que puede favorecer y a las que se puede abrir.


NOTAS TÉCNICAS

La escena de los niños con un monitor que les enseña el parque puede representarse con todo el grupo, recorriendo la sala (saltando un charco, una hilera de hormigas, cogiendo moras..) Unos voluntarios soportan el diálogo.

NOTAS

1 La siguiente escena puede representarse con dos personas, una que corre y otra que está en el banco, donde están por turnos. Cada ocasión de encuentro ocurre en un día distinto, por lo que después de la corta interacción los dos actores se ‘retiran’ a un rincón para similar que se van y es ya el día siguiente. Cada ‘día’ se dicen una frase distinta. Al cabo de unas cuantas veces tienen un poco más de conversación anodina ,sobre el tiempo, la belleza del paisaje, el cansancio, etc.

2 El paso del tiempo lo reforzamos alargando las vocales de “paaasoooo deeel tiemmmmpooooo”. Marca el reencuentro del pasado con el presente, en el que de cierto manera se retoma en una segunda parte.

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