Grupo de friquis

Grupo de friquis

Algo que iba a ser una agradable despedida de solteros para Jesús y Marta, en un pueblo costero junto a sus amigos, se convirtió en una aventura de resultados imprevisibles cuando a la descarada Ana se le ocurrió la peregrina idea que sería divertido explorar la casa del mirador de los acantilados cuyas llaves tenían en el hotel.

La proposición tuvo quórum en el grupo de amigos. Ante esta fuerza democrática Felipe, responsable y sensato1 donde los hubiera que había sido hasta entonces guía turístico del viaje del grupo no tuvo más remedio, bajo pena de aparecer como tirano2 que aceptar la ilusión mayoritaria, aunque sabía que el autobús de la excursión que ya habían contratado partiría sin ellos, que el lugar al que iban no aparecía recomendado en la guía de tripadvisor, que no ofrecía especiales comodidades y que en el caso de tener necesidad de pedir comida por teléfono, el servicio no incluiría de forma estándar la zona.

La primera noche fue efectivamente caótica. Pudieron consumir pequeñas vituallas que entre todos fueron descubriendo en distintos lugares de la mansión mientras exploraban con algarabía los rincones de la casa buscando habitaciones adecuadas para pernoctar y mantas para abrigarse del frío.

Felipe pensó primero en dormir con Antonio por afinidad de edad, pero al entrar en la habitación para proponerse como compañero vio cambiándose de ropa a Agustín, que se había adelantado a elegir la compañía del mismo candidato.

-Perdona, no sabía que estabas ya en esta habitación -le dijo viéndose amenazado por la mirada torva de Agustín-.

Marta y Berta estaban juntas. Sofía y Carmina que siempre se apuntaban las primeras a las novedades habían ido corriendo a coger la espléndida habitación que sobresalía intrépida encima del acantilado. Jesús y Marta como no podía ser menos, ocupaban la suite matrimonial de la casa. Ivana y Gabriela que no se entendían demasiado bien, en cambio en caso de necesidad eran capaces de enterrar el hacha de guerra y actuar en buena entente si ello les convenía a las dos. Camaradas de conveniencia, quizás se podría decir.

Ana, aunque inductora de la aventura, no se había involucrado en la caza de habitación por sentirse a otro nivel de preocupaciones, más cercano al divino arte de separar en las mieses lo bueno de lo venenoso de las malas hierbas, a fin de cortar con la hoz los comentarios moralmente incorrectos y recriminar con firmeza el mal que la palabra dicha con buena intención, pero a fin de cuentas errónea, pueda llegar a anidar en los corazones inocentes hasta pervertirlos.

Ocupada en sus guerras existenciales se sentaba en el alféizar agarrándose los pies con las manos mirando sin mirar la nada borrosa del supuesto exterior sublime, deliberadamente inmóvil y extraña.

Felipe, algo desquiciado por el caos de la improvisación, intentaba acomodarse en alguna habitación, aunque no tuviera cama, pero a ser posible con alguna raya de cobertura móvil para poder llamar. Descubrió un sofá extensible en la biblioteca, que tenía por cierto alguna novela que ya había leído como “El desierto de los tártaros” de Dino Buzzati o “El Maestro y Margarita” de Nabokov, procurando el alivio de algo conocido en medio de lo desconocido.

Ana, con modos de sargento chusquero requisó los alimentos encontrados tanto en la casa como en los bolsos o mochilas y dispuso un reparto equitativo de los mismos.

-Tu, Sofía, saca lo que tengas en el bolso, rácana! -le dijo con modos de excesiva confianza y supuesta autoridad de mando que nadie le había otorgado- salvo por votar su propuesta de aventura-.

-Oye Felipe, imagino que con esa cara de te han picado tres mosquitos, no habrás encontrado ni una chocolatina. Si tienes algo dámelo para hacer el reparto.

Desde luego a Felipe le repugnó el tonillo faltón que se gastaba Ana, sus aires de superioridad y la capacidad de arrastrar a la gente con su descaro, alguna vez a buenos sitios, sí, es verdad, pero también al desastre. Hasta su forma grunge de vestir le molestaba.

La mañana del día siguiente fue alegre porque el grupo se encontraba bien descansado, a gusto por haberse reencontrado a si mismo tras la dispersión del azar, orgulloso de haberse conformado con cuatro cosas para comer superando la glotonería acomodaticia de un hotel, disfrutando de las vistas privilegiadas e intrépidas del bungalow.

Ana era la única que parecía no estar de buen humor, incluso de mala uva3, lanzando comentarios hirientes y borderías basadas en conocer secretos censurables.

-Qué. Hurgando en la nariz tesoros… habrás encontrado algún diamante por lo menos, ¿no?- le dijo Ana a Jesús, humillándole en presencia de Marta, que había hecho delicados esfuerzos de disimulo.

Tal vez estaba de mala leche4 porque en el reparto se había olvidado de contar su parte y estaba en ayunas o había pasado frío en la intemperie, váyase a saber qué cosa trascendente o sencillamente porque no tenía mantas ni cama y se había acurrucado en un sillón incómodo con chaquetas por encima.

Felipe se encontraba pletórico. ¿Por qué, os preguntaréis? Una parte era la mala suerte de Ana, merecido castigo por haber impuesto la aventura insensata y le parecía justo observar el disgusto e impopularidad de sus gracias no tan graciosas. Otra parte, ésta más oscura, era constatar el sagrado respeto que causaba quien mandaba porque les parecía bien que mandase y por ello mandaba despóticamente. Felipe estaba en efervescencia, sintiéndose útil planificando cuantas pizzas habría que pedir para comer al mediodía, cuánto podían costar y calculando cómo saldría el pedido por barba descontando a la pareja homenajeada. Por fin iba a introducir realidad y sensatez a la aventura -aceptando que no había podido convencer a nadie de volver al hotel-, inaugurando un período de vuelta al redil del grupo de entusiastas.

Incluso Ana encontraba extraño o paradójico que Felipe, el aguafiestas, el serio y antipático del grupo estuviera tan eufórico mientras ella estaba con un humor de perros.

A lo largo de la mañana Felipe tejió sus hilos con insinuaciones intermitentes:

-Tendremos que ir todos pensando algo para comer al mediodía…

-Qué bien estaría conseguir unas bebidas…

-Empiezo a tener un poco de apetito, ¿vosotros no?.

-Tengo dudas sobre que el agua de la casa sea potable, ¿no habéis notado que tiene un sabor raro?

-Me parece que todos nos hemos acabado ya lo que repartió Ana, ¿le queda a alguien alguna chocolatina?.

Curiosamente Ana no añadió a los sutiles comentarios de Felipe ninguno de sus aguijones venenosos con los que acostumbraba a machacar cualquier atisbo por minúsculo que fuera el desafuero. Al estilo de “con todos querrás decir con algunos gorrones” o “querrás decir que tu exquisito paladar no está hecho para agua corriente” o “claro, gastas tanta energía en ser precavido que ahora te entra hambre” o “cada día tiene su mediodía como todo el mundo sabe está en medio y no al principio?”. Ana no tiraba ninguno de estos dardos, estaba mustia y apagada.

Llegó la hora, para alegría de Felipe que la estaba esperando, en la que los estómagos comenzaron a imponerse a los paisajes espectaculares y surgieron las preguntas que Felipe deseaba oír:

“¿Qué podríamos comer hoy?”, “¿alguien sabe cómo podríamos conseguir comida?” “¿Habéis visto alguna tienda de comestibles por la carretera?”

Ana permanecía callada. Ni se sumaba al coro de preguntas ni lanzaba propuestas arrolladoras como los tenía acostumbrados.

-Tal vez podríamos llamar a una pizzería del pueblo para que nos trajeran pizzas hasta aquí. Busquemos una con el google, propuso sensatamente Felipe, siendo escuchado con reverente silencio por primera vez en toda la excursión encantada-.

-Yo no tengo cobertura -dijo Sofía.

-He comprobado que el único sitio en que tiene cobertura el teléfono es la biblioteca que da al Sur, en dirección a la colina cerca del pueblo en la que se repite la señal -aseveró Felipe, ganando de nuevo el prestigio acumulado.

-¿Cuánto dinero tenemos entre todos? -advirtió Marta adivinando el peligro de poner fin al momento romántico graciosamente concedido-. Yo no he cogido dinero.

-Yo tampoco, añadió casi en dueto concertante Sofía.

Las carteras se habían quedado en la caja de seguridad en el hotel y con la cantidad que contó Ana -líder resucitada- recogiendo calderilla de todos los presentes no alcanzaba para hacer un pedido.

-No hay problema -dijo Felipe, elevando la voz en un repentino silencio compungido que se creó- Yo tengo tarjeta y puedo pagar en la web de la pizzería.

Hay suerte. El botín de pizzas romanas, cuatro estaciones, napolitanas y de cuatro quesos5 devolvió la ilusión al grupo.

Por la noche se repartieron amigablemente cacahuetes que habían comprado con el suelto, junto a un vaso para cada uno de frutos rojos.

Cuando fueron a dormir asomó la cabeza de Ana en la biblioteca y le dijo a Felipe:

-¿Te importaría que durmiera contigo?

-Solo hay un sofá extensible, o sea, poco espacio para que estemos dos que no nos llevamos muy bien -objetó sensatamente Felipe-.

-No importa Felipe hay que ser un poquitín flexibles en esta vida. No soy tan horrible como imaginas -le objetó Ana con su proverbial agilidad para la respuesta, pero en esta ocasión le salió casi casi dulce.

Se dispusieron dándose la espalda con una prudente distancia, pero a lo largo de la noche, en la oscuridad inconsciente del sueño, se abrió otra clase de realidades ocultas a la luz de la razón y de la prudencia. Felipe se encajó con el culito de Ana entre sus piernas. De pronto Felipe se desveló y notó con espanto que su pene se había endurecido misteriosamente en contacto con la protuberancia de Ana que si se despertara ¡horror! se podría dar cuenta, mal pensar de él y echar pestes.

-¡Serás estúpido y mojigato! ¿No te das cuenta de que lo natural es natural? -dijo de pronto Ana.

Felipe se quedó sorprendido, sin saber si sus pensamientos, los podría leer Ana de forma tan aguda y extraordinaria como solía hacer de día o si hacía rato que la había despertado con ese pequeño asunto de partes bajas, pero en este último caso, pensó Felipe, ¿por qué no se había movido?.


COMENTARIOS

#sagaFelipe #sinergia #grupo #decisión #personalidad

En el marco de una despedida de soltero, un grupo de amigos decide anular una excursión prevista para pasar el día en un apartamento al borde del acantilado que dispone el hotel donde se alojan. Es una decisión caprichosa carpinteada por Ana, que tiene una personalidad arrolladora y se ha impuesto a los ‘peros’ razonables de Felipe, que es demasiado sensato para el jolgorio del evento festivo.

Se han ido con prisas, dejándose la cartera y sin poder comprar alimentos. Por la noche se reparten cuatro chucherías y al día siguiente compran unas pizzas. La pugna entre Felipe y Ana ha dado un vuelco, porque Felipe tiene ideas prácticas y resuelve problemas, mientras que Ana está de mal humor porque no ha dormido bien en el sofá.

A la hora de dormir, Ana y Felipe se ven obligados a compartir el sofá cama, a pesar de tener caracteres irreconciliables, pero resultan compatibles a un nivel más primario, el de la química de los cuerpos.

El cuento presenta un contraste entre flexibilidad y rigidez, improvisación y organización, amabilidad y brusquedad, cada cosa con sus pros y sus contras, por lo que la reconciliación de los caracteres beneficia al grupo como tal (representada por la atracción instintiva).


NOTAS TÉCNICAS

1El narrador solicita colaboración semántica persona ‘responsable’ (“prudente”,”sensato”,..)

2Ahora solicita ayuda para conceptos similares a ‘tirano’ (“déspota”, “mandón”, “manipulador”..)

3 El narrador insinúa que no encuentra la palabra exacta parecida a ‘mala uva’ y solicita ayuda (“de morros”, “malhumorada”..)

4 Pedimos si se les ocurre a los oyentes formas de describir el estado de enfadada (“irritable”, “de mal humor”..)

5 A fin de ‘compartir’ el ágape preguntamos que clases de pizzas conocen.

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