Afanes esdrújulos
Era uno de esos días soleados en los que Remi se encontraba seguro porque al menos no iba a caer ningún rayo, sin nubarrones ni preocupaciones a la vista. Pero pronto comenzaron a presentarse acontecimientos inesperados y la cosa cambió de tercio.
Primero se tropezó en San Clemente con su amigo Roberto al que hacía tiempo que le debía interés recíproco, después de que él se hubiera interesado tantas veces llamándole, preguntando por la salud de sus padres, los problemas con la novia, cómo le iba el trabajo. Le había rogado quedar más a menudo. Le había ofrecido invitarle a bocadillos en el Calamar Bravo y Remi, por un lío o un agobio de los que continuamente tenía, le había ido dando largas.
-¿Hoy sí que podrás venir a mi casa en Delicias, a comer a los dos, ¿no? ¿recordarás dónde vivo por lo menos? -le rogó, prácticamente le impuso.
-No te preocupes Roberto. Hoy si que puedo y sin falta vendré a verte. ¿Quieres que traiga algo? –sugirió educadamente-.
-Trae si quieres algo de postre.
Se abrazaron para despedirse.1
Luego sucedió el segundo incidente que torcería su fantástico día y los que le siguieron, aunque al principio le pareció providencial y maravilloso. Le llamó por teléfono Laura, su esperanza de volver a ser digno de amor:
-Hola ¿qué tal estas? Te llamaba por si te quisieras pasar un momento por mi casa para traerme aquel diccionario de inglés que me dijiste el otro día que me ibas a prestar.
-Ah sí, sí. Sin falta te lo traigo. Es que he estado muy liado y no he podido llevártelo hasta ahora.
-Si te viene mal me lo dices, porque entonces preferiría comprarme uno ya que lo necesito sin falta para mañana,
-No te preocupes, confía en mí, que no te fallaré y te traeré de aquí media hora el diccionario que te prometí.
-En ese caso te invitaré a un café
-Nos vemos en un rato.
Remi volvió a casa sobre sus pasos que estaba a unos diez minutos del lugar y buscó frenéticamente el diccionario en la estantería, en un cajón del escritorio, en la mesilla de noche, entre los recibos y las cartas que guardaba en una caja, y nada, no lo encontró en ningún sitio.
Agobiado por su propia promesa de no fallar a Laura decidió ir a una librería a comprar uno. Aunque tuviese que gastarse un dinero prefería salvar su honor que asumir la vergüenza de llamarla para desdecirse, desilusionarla y renunciar al café con el que le debía estar esperando ella, confiada.
La librería estaba bastante lejos y no sabía si ir andando o coger un trasporte para ganar tiempo. No había combinación directa y tenía que hacer un trasbordo. La cosa era complicada y ajustada de tiempo para llegar antes de que cerraran a mediodía. No le importaba tanto llegar algo más tarde que lo prometido si llegaba con un diccionario flamante de inglés.
La combinación teórica sufría de notable error de cálculo en cuanto a las frecuencias de horarios, que eran mucho mayores de lo que creía.
-¿Hace mucho que espera el autobús, señora? -le dijo, contra su costumbre de no abordar nunca a desconocidos. Tal era la preocupación que de pronto comenzó a experimentar-.
-El que me pregunta acaba de pasar, el mío falta muy poco -le contestó amablemente la mujer.
Miró el panel de información y se dio cuenta con horror de que la frecuencia era cada 15 minutos y que la cosa empezaba a complicarse. “¿Y si me fuera corriendo?”, se le pasó por la cabeza, rechazando la idea por absurda dada sus pocas cualidades con el running).
Tardó casi 20 minutos en llegar, que se consumieron en paseíllos cortos arriba y debajo de la parada y oteo de horizonte. El enlace también era tan espaciado como el anterior, así que llegaba pasada la una y media a la librería, que estaba cerrando en ese momento.2
– ¿No me podría vender en un momento un diccionario de inglés, que me corre mucha prisa. He tenido que coger dos autobuses pensando que llegaría a tiempo, pero han tardado más de lo que me esperaba? – le pidió Remi, con voz compungida para apiadarla-
-Caballero, lo siento mucho por sus prisas, pero nosotras también tenemos que comer muy rápido para estar de vuelta por la tarde, así que sintiéndolo mucho tendrá que volver, aunque ya procuraré llegar por usted un poco más temprano de lo habitual.
-Si me quiere hacer un favor, mejor vuelva a abrir la verja y véndame el diccionario en un minuto, incluso quédese con los cambios para no perder ni un segundo de su tiempo -le rogó Remi.
-Lo siento, pero al bajar la persiana se ha abierto la alarma y si la levantara vendrían los de seguridad pensando que hay un asalto o un problema y no querría sufrir luego represalias.
Remi, dejó de insistir, derrotado por los argumentos que la dependienta parecía haber esgrimido con una soltura y desparpajo practicados más de una vez situaciones similares.
Lanzó en su mente la caña de pescar poniendo como cebo la pregunta ¿A quién le podría pedir prestado un diccionario de inglés?
La lista de peces respuesta fueron Paco y Elisa, que habían ido a Inglaterra de vacaciones, quince días en el verano y podrían tener un diccionario para usarlo en el viaje. Un quiosco del paseo de Independencia que tenía un poco de todo, una pequeña librería que estaba en la Calle San Miguel.
Conforme aparecían distintas soluciones, se iba tranquilizando creyendo que saldría airoso del entuerto, le llevaría a Laura el flamante diccionario apalabrado y bebería el prometedor café de la recompensa o tal vez algo de aperitivo para matar el hambre que notaba que iba apareciendo de pronto, sincronizada con la hora.
Los quioscos le parecieron descartables, porque al ser pequeños no tendrían ese tipo de material. La librería de San Miguel cerrada. Al FNAC no podía ir por una algarada que había tenido con el vigilante. Un centro comercial, aunque implicaba otro viaje adicional, le parecía lo más seguro.
Menos mal que había trasporte directo. Aunque se equivocó de parada y perdió algún tiempo hasta conseguir llegar a la entrada que quedaba cerca de la librería Bertrán de Gran Casa. Pero la mala suerte fue que estaba cerrada con un folio pegado con celofán que decía “volvemos enseguida”.
No sabía qué era mejor, si esperar, aunque cuando esperas nunca se asegura que la espera no acabe en desesperación o si acercarse a la planta del Corte Inglés, en la punta norte de centro, en la que sabía que vendían libros.
En la sección de librería del Corte Inglés encontró un flamante diccionario de tapa dura que tenía un precio en consonancia al tamaño. La lujosa cubierta le hizo dudar de si el afán, no sabía cómo, había ido subiendo escalones y se encontraba en un piso demasiado alto encima de la azotea del edificio. Absurdo.
¿No sería mejor quedar mal y llamar a Laura diciéndole que no encontraba el diccionario, que alguien se lo había llevado o que se lo había dejado a alguien y no lo había recordado o que se había manchado de aceite en un accidente casero, antes de pagar una suma elevada que ponía en peligro el presupuesto de fin de semana? Cualquiera de estas soluciones le atraían, también porque los minutos prometidos a Laura se habían convertido en horas, y aunque intentara complacerla no podría evitar disgustarla por llegar tan tarde.
De pronto se acordó del mal genio que solía gastar Laura cuando las cosas imperfectas le atacaban a ella, que se esforzaba en ser tan puntillosa y considerada. Se le ocurrió que descubriría rápidamente que el diccionario sería demasiado bonito y nuevo. De un vistazo descubriría que no era el viejo diccionario que le había prometido y ella aceptado precisamente, por ser viejo y un trasto que no usaba ya. Igual pensaba que estaba intentando algo amoroso, cosa que siempre había intentado disimular muy bien Remi para no resultar ofensivo.
Fin de semana de pipas y televisión.3 Decidió comprarlo.
Pesó más la necesidad de no defraudar que otra cosa. Y además se le había ocurrido la idea de estropear el diccionario en el camino para que pareciera usado. Lo hacía rozándolo, unas veces cerrado y otras abierto contra cualquier cosa rasposa que se cruzaba por el camino. Lo tiraba al suelo simulando caídas naturales sobre distintas superficies, algunas húmedas. Lo manoseaba con las manos, pasadas primero por todos los sitios sucios que podía.
Estaba tan absorto en el arte de envejecer lo nuevo, como está de moda hacer con tejanos, letreros, estilos de bar… noticias decoradas con escenarios falsos como la gaviota impregnada de petróleo o los juegos sucios de los anuncios4 que ese mismo estar fuera del mundo convocó precisamente al demonio del mundo en forma de aviso de peligro
-“¡hay va, pero si había quedado a comer con Roberto”! – exclamó para sus adentros en forma de puñetazo que le encogió el estómago. Se iluminó el neón de la tienda de los horrores5.
Eran las cuatro. La comida habría acabado. Estaría disgustado, pero tal vez esperaría o podría subsanarse el desaguisado trayendo un postre, aunque fuera para adornar un café de sobremesa.
El NO6 era el problema: NO podía dejar de ir a llevarle el diccionario a Laura, que debía estar esperando muy nerviosa porque lo necesitaba con urgencia, NO tenia postre, NO podía fallar a nadie, NO tenía apenas dinero, NO había comido, NO sabía qué decisión tomar, porque hiciera lo que hiciera NO habría final feliz.
Echó la moneda de la suerte con el criterio de “quien viviera más cerca” y salió Roberto, así que fue a paso ligero a su casa. Compró en el supermercado unas galletas aparentes de crema de nata a módico precio y llamó por el telefonillo a su piso.
-A buenas horas vienes. No hace falta que subas ya, que me cabreas y me vas a estropear la siesta además de la comida. Hasta las tres te he estado esperando…
-Perdona. Lo siento. Déjame subir, te explico y tomamos al menos un café con galletas de nata que te he traído.
-Métete la nata donde te quepa. Vaya amigo que eres que ni sabes que me da alergia la nata. Pasas de horarios e incumples las promesas. Vete y déjame dormir, anda.
-Perdona, es que yo, perdona… le decía a nadie, porque el pinganillo estaba cerrado antes de que sus ruegos pudieran conmover.
No sabía si había perdido a un amigo o NO. Pensó que debía al menos llevarle el diccionario ennegrecido a Laura. NO con la esperanza de quitarse una espina de encima sino con el temor resignado de recibir otra.
Laura lo miró extrañada y estupefacta de verlo llegar a esas horas.
-Me has puesto de los nervios. Venga esperar, venga a esperar y los diez minutos se trasformaban en horas, así que al final me ido a comprar uno, qué remedio, porque ya te dije que me urgía muchísimo. Me has hecho perder un tiempo precioso con tu “no te preocupes”, “no te fallaré” “cuenta conmigo” -Todo esto le sonaba a Remi no como espinas sino como cuchillos que se le clavaban en el alma- ¿Tan difícil era llamar por teléfono para avisarme?
Remi no tenía argumentos.
-¿Tomamos un café por lo menos, ya que he venido? -se le ocurrió decir para evitar la retahíla de reproches-.
-Para cafés estoy yo, atacada de los nervios, por favor vete que tengo mucho para hacer y no puedo perder tiempo en charlatanerías.
Esta fue la última gota que rebosó el vaso ya de por si lleno en los últimos tiempos. Decepcionó a su hermano por haberse llevado a sus padres de viaje sin consultarle, cuando él ya había pedido vacaciones para esas fechas, a su novia, que la había acabado de perder por su afán de ser siempre tan complaciente que se veía obligada a ser como una muñequita caprichosa, a su jefe por haber tomado una iniciativa de ventas para sorprenderle gratamente que acabó en negocio ruinoso,
Incluso a aquel viejecito al que rompió el brazo por insistir en ayudarle a cruzar la calle cuando él NO quería, NO quería…
Decidió irse a otra ciudad donde nadie le conociera y pudiera vivir una nueva vida como descarado, bandarra y egoísta. Al menos intentarlo,
Cuando se reunieron los amigos comentaban:
-¿Alguien ha visto a Remi? Parece que se lo haya tragado la tierra..
-Últimamente hacía cosas muy raras -añadió Laura-. A mi me dijo que me traía un diccionario de ingles en 10 minutos y apareció 5 horas después como si no pasara nada, que menudo cabreo que me llevé
-¿No lo habrás humillado. Con lo dura que eres tu a veces, y por eso no aparece?
-No creo, aunque ahora que lo dices, me mandó un día después un diccionario asqueroso, arrugado, sucio, igual estaba enfadado, aunque la maltratada fui yo, tenía dentro una nota que decía “por si lo necesitas si pierdes el nuevo, un abrazo”, ¿cómo lo interpretáis?
-Estaba raro, raro, raro. Conmigo había quedado a comer y habíamos quedado a las dos y que el traería el postre, y va y aparece a las cuatro con unas galletas asquerosas de nata, a la que todo el mundo sabe que soy alérgico, cuando estaba ya haciendo la siesta.
-¿Y le dijiste algo?
-Nada que se comiera las galletas y que me dejara descansar, nada más
-Sí que estaba extraño. Si lo ve alguien decírnoslo, no fuera que le esté pasando algo.
COMENTARIOS
#sagaRemi #desorganización
Comienza el cuento narrando la llegada de un buen día después de una temporada revuelta. La promesa de bienestar pronto será puesta a prueba por unos acontecimientos en los que la decisión correcta lo mantendrá y aumentará, mejora en la amistad, promesa de amor, pero si es incorrecta lo estropeará todo. Organizar la conducta, el tiempo y las prioridades es lo que hará fracasar a Remi. En realidad se trata de comportamientos sencillos, nada de dramas complicados.
En primer lugar, la llamada de Laura y la promesa de llevarle un diccionario. No puede aceptar el no encontrarlo y la solución alternativa a aceptar la derrota le arrastra a una carrera absurda de remedios imperfectos a problemas encadenados, viajes complicados, compras innecesarias y sobre todo, fruto de la obcecación, el olvido del tiempo, la cita con su amigo Alberto, las horas que están trascurriendo.
Aunque la obsesión de conseguir ‘el diccionario’ símbolo de compendio de afanes, tiene una parte positiva, habla con la mujer de la parada, negocia con la dependienta de la librería, sin embargo llega al punto de ponerse en la boca del lobo, acudir fuera de hora a casa de Alberto y de Laura y recibir rechazos desagradables.
La acumulación de este tipo de disgustos está demasiado extendido en su vida, también su hermano se ha visto defraudado, su novia por verlo demasiado complaciente y su jefe por sus afanes de caer bien, lo que le lleva a no tolerar más estar en esa ciudad escenario de sus fracasos, a cortar lazos significativos con los amigos.
La última escena nos revela la visión que tienen los demás de la conducta de Remi, que viven a causa de la ausencia, incomunicación, como incompresible y errática. Observan los desastres de Remi, pero no lo que ha causado su rechazo por equivocarse. No significa que sean responsables de la fragilidad de Remi, sino que se explica la sucesión de errores que le conducen al abismo sin que puedan salvarle sus amigos disgustados.
Pequeños fallos entrañan desastres monumentales. Muy injusto si lo comparamos con manipulares, estafadores, crueles psicópatas, egoístas rematados, que puede que hasta sean más aceptados y aplaudidos socialmente como ‘pillos simpáticos’. Pero el gran consuelo para Remi es que sus errores son sólo pequeños atolondramientos, lástima que no sepamos donde está para decírselo.
NOTAS TÉCNICAS
1¿Otras alternativas para despedirse?
2Los recorridos Librería independencia, Bertrán, San Miguel y Corte inglés son conocidos perfectamente por los presentes, pero deberán ser adaptados a otros lugares cuando cambie la residencia del grupo de oyentes para hacer verosímil la pérdida de horas.
3 Se puede hacer un breve ‘descarrilamiento del relato’ preguntando dos cosas a las que uno se dedica cuando tiene poco dinero un fin de semana.
4Digresión isomórfica: conceptos que tienen parecida estructura los mencionamos como en este caso la imitación del tejano gastado o la preparación de imágenes trucadas.
5El actor se queda con los ojos y la boca abierta como asimilando, mirando ‘fuera de sí’ algo horroroso. Un buen rato, para simular el efecto neón en la tienda de los horrores.
6El narrador busca un énfasis característico para pronunciar NO de forma que se convierte en un leit motiv y crea un efecto paralelo de que el ‘No’ tiene vida propia y es como un chapapote que contamina todo.