La novia roquera

La novia roquera

Conoció a Paradise por primera vez comprando partituras en la casa Bethoven. No se dirigieron la palabra pero surgió entre ellos una silenciosa pero intensa simpatía y complicidad tribal de rebeldes coloridos en una época gris.

Se vieron luego en el London, en el café de la Opera, en la plaza Real, en la calle Tallers, en el Zurich y en el Zeleste..

Canta mal pero es un gran poeta -se atrevió a comentarle en un concierto de Sisa-.
-Yo soy más de sus Satánicas Majestades, pero reconozco que tiene un buen
feeling-, contestó ella-.
El chico con el que salía Paradise parecía estar ausente del mundo y cuando se reunía un grupo de amigos en el enorme salón de paredes negras atravesadas de rayos y caras maquilladas, sólo movía la cabeza de lado a lado si sonaba Alice Cooper. Aún así vivían juntos, atrapados por alguna especie de amor en versión oscura y secreta.

Daniel no tenía que haberse puesto en medio de ese misterioso amor que les unía, o si no unía, les soldaba, les ataba o no se sabia qué misteriosa manera inversa u opaca de sentir.
Tampoco se supo nunca por qué extraña libertad, medio vacío o silencio imposible Paradise comenzó a salir todos los días con Daniel para hablar de los secretos insondables de la vida, escuchar a Aerosmith, Santana, Eric Clapton y The Doors.

-Alucinante este sólo de Jemy Hendrix -decía Paradise, retorciéndose en el sofá imitando formas espasmódicas de tocar la guitarra-

-Fantástico! -confirmaba Daniel, refiriéndose quizá más en la estética de la bella contorsionista que a la música-.

Musicalmente hablando Daniel prefería la música clásica. Desde pequeño su padre le ponía sinfonías de Tchaikovsky, Satie, Beethoven y Oliver Messien a los canarios para mejorar sus habilidades cantoras y se le había contagiado la afición. Pero no obstante estaba decidido a compartir los gustos de Paradise por un principio categórico de seducción.

Regalarle LP’s de discos Castelló, acompañarla al Zeleste, al Palau y los macroconciertos de las bandas de rock, hablar sin parar, ver ponerse y elevarse el sol y hasta beber pipermint frappé.
Ella, de vez en cuando, magnánima, le permitía poner en el tocadiscos algún fragmento de Bartók,
Shubert o Stravinsky:

-Saca ese bodrio, que me desquicia -le rogaba, tapándose los oídos-.Daniel cedía conforme ella le compensaba con risas, abrazos, besos y a partir de un día sonando Sargent Peapper’s Lonely Hearts Club Band y con la ayuda de un tripi a medias, hicieron por primera vez el amor.

Fueron duras las escenas de violencia con la pareja de Paradise insultando y amenazando en cuando se enteró de lo sucedido y más dura todavía la vacilación de Paradise que les quería a los dos y no quería decidirse mientras no la obligaran.

Daniel, que estaba muy necesitado y sus armas de la insistencia rodeada de generosidad y amabilidad risueña, logró vencer la resistencia de Paradise, que un día de lluvia se vino con una macuto de ropa y una bolsa de croissants en la mano a vivir a su apartamento.

Arrancarla del amor y darle uno nuevo fue una transición que requirió una exacerbación de sentimientos y un acopio de placeres de primera magnitud para dar sentido al cambio y combatir la memoria con la ceguera de la pasión.

Durante dos años se subieron a la cresta del acorde, en el redoble ininterrumpido de la batería y en el alarido de la vida.

Dejar de ser dos para ser uno, uno dividido en dos que se empujan a la unidad y a la disolución de las diferencias, dando la espalda a la troupe de amigos rockeros y al mundo en general, inventando un lenguaje propio incomprensible y antisocial.

Daniel tuvo que hacer el servicio militar y no hubo más remedio que separarse, rompiendo y desgarrando el alma multiplicada. Paradise no pudo aguantar la espera y se fue a Melilla a buscar trabajo y poder reunificar the wall.

También lloviznaba ese día en el que Daniel, con uniforme militar, bajó la calle y se encontró con Paradise que subía a reunirse con él. Se pararon y se miraron sin reconocerse, aunque sabían que eran ellos, digamos que perdidos por la maldición de las cosas.

Paradise se puso a trabajar en una agencia de importación y exportación gracias a sus conocimientos de idiomas y contabilidad. Con el primer sueldo amueblaron un cuchitril en el que verse cuando se podía. Con el segundo se compró un tocadiscos cuadrafónico a precio de coste y se pudo hacer alguna fiesta con Paco, Ignacio y El sevillano. Volvieron a sonar Santana, The Boss, los Rollings y David Bowie.

El tipo de vida era un hilillo de lo que fue, pero les consolaba la esperanza de fin de las limitaciones y la promesa de las compensaciones, la fe en sí mismos siendo los otros que fueron o que debían ser.
Los últimos tiempos del servicio militar fueron algo convulsos. Tuvieron que casarse precipitadamente a fin de conseguir un pase pernocta. Daniel cogió una pulmonía por su costumbre de ir desnudo por la casa, la novia de Paco, que durmió en la cama con ellos les contagió la sarna y tuvieron que tirar los sofás y hervir las ropas y un día le confesó Paradise que un compañero de trabajo le había pedido ir a bailar. Había notado que se le ponía dura y le había dejado que se corriera frotándose con ella, cosa a la que no había que dar mayor importancia y aceptar con elegancia.

Paradise se fue un mes antes para buscar trabajo para la vuelta a la normalidad. Intentaron con mucho ahínco volver a lo que eran, utilizar el lenguaje amoroso hasta la saciedad, apoyarse totalmente uno en el otro, entrelazarse continuamente para ser Uno siendo dos. Todo ello forzado o por encima de una corriente subterránea que intentaba buscar un curso prohibido a los acontecimientos.
Pero lo que tiene el enamoramiento. Igual que Paradise se desenamoró para enamorarse de Daniel, se volvió el amor contra sí mismo y
ella se dejo llevar de una nueva pasión por un guitarrista encantador.
No importó que esa relación que causó la ruptura tampoco durara, sino que Daniel quedó
desde entonces colgado, perdido. Parece que es absurdo que alguien que te ha amado tanto deje de quererte y luego, si por desesperación mutua hay algunos reencuentros, resulta imposible reconstruir lo que esta roto.
Bajaban de la buhardilla los cuartetos de Bèla Bartok y los de Schenitche sin consuelo ni descanso vecinal en unos super bafles de 100 watios que habían
añadido al cuadrafónico, Intentando reconstruir con dolor los fragmentos de Osiris desmembrados o la identidad perdida antes de la pérdida.


COMENTARIOS

#drogas #separación

El cuento evoca los tiempos de sexo, droga y rock and roll de Daniel. En ellos los sentimientos intensos introducen un grado de turbulencia considerable en el que las relaciones empiezan y acaban y en las que Daniel acaba a la deriva.

La narración evoca los ambientes musicales juveniles que los oyentes comparten y a partir de los cuales se inician los primeros contactos con las drogas. Se discute si eran tiempos de gloria o de perdición. ¿Hay alguna alternativa de vida intensa que no incluya la autodestrucción?

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