El Camaleón
Representado por Luz Moreno
Todo comenzó en la infancia, como una especie de juego empedernido en el que a Julio le daba por imitar a un familiar como si fuese una sombra duplicada, replicando los gestos, posturas, caras, dejes, voces y distintas peculiaridades.1
Había en ello algo de querer llegar a los demás. No por la simpatía, la generosidad o la colaboración, sino robándoles por momentos la personalidad y conseguir que hubiera un instante en el que yo era tú y tú eras yo.
Primero seguía a su madre por toda la casa haciendo todo lo que ella hacía. Su madre proseguía sus tareas con santa paciencia a pesar de estar constantemente observada e imitada, cosa que le impedía estar a gusto, como cuando canturreaba trabajando. No le regañaba, ni por supuesto le felicitaba por la imitación con la esperanza de que se agotara. Pero como Julio veía que su madre aguantaba el tirón, se envalentonaba en busca de alcanzar los límites, a fin de que le reconociera el triunfo y sonriera a modo de premio por el éxito. Lejos de conseguir su beneplácito Julio sólo conseguía la desesperación de su madre, que acababa harta de la pesadez de su hijo.
-Vete a jugar al patio- le ordenaba.
-Pero hace mucho frío- objetaba Julio.
-Es igual, así aclararás las ideas…
Las ideas no se refrescaban sino que se enrabietaban. Julio seguía a un paseante dos pasos atrás y le imitaba con disimulo o bien se juntaba con un grupo de mujeres que hablaban intentando parecer el hijo de alguna de ellas, hasta que le pillaban y le decían:
-Este niño tan guapo ¿de quién es hijo?
-De la señora Felisa- contestaba. A veces tenía la suerte de que el grupo suponía que la Felisa debía de ser una de ellas y le dejaban estar todo el rato que quisiera.
Cierto día vio que un grupo de niños se dirigía a celebrar un cumpleaños y se juntó con ellos simulando ser uno más, adoptando la alegría anticipada de fiesta, los andares alegres como volando y las risas inmotivadas.
Las cosas fueron bien, lo que se demostró ser un desastre. Es cómo ganar a las máquinas tragaperras: un día puede que creas que la suerte te es propicia y te vuelvas un jugador por culpa de haber ganado. A causa de haber disfrutado de una merendola en condiciones con su chocolate con churros, sus pastelitos, sus lenguas de gato, sus golosinas, sus naranjadas y frutas escarchadas2 sin que nadie le preguntara de quién era amigo como para estar en la celebración, su vida corrió un rumbo imparable de camaleón.
Se juntó con grupos de ancianas que iban después de misa a tomar un aperitivo. Se sumó a las celebraciones de los equipos deportivos de fútbol y baloncesto. Se apostaba a las puertas de McDonald’s y se colaba en pandillas grandes. También se apuntaba a la fiesta cuando se juntaban las mesas de los bares en las que se celebraba algo con muchos familiares. Lograba estar sin estar, ni llamar la atención y aprendiendo a sortear preguntas comprometidas. Sabía poner sonrisas adecuadas y tener actitudes oportunistas.
Supo ser uno más en los grupos populares del colegio sin merecerlo realmente, uno entre otros de los heroicos gamberros de barrio, uno más en las rondallas, en las excursiones, las celebraciones, conmemoraciones y asociaciones.
Su vida prestada no era una vida auténtica en el sentido de una vida profunda. Era una vidilla muy extensa llena de migajas.
Conforme Julio se hizo mayor adquirió una sólida formación camaleónica y prácticamente comía una vez a la semana en grandes bodas. Se atrevía a pasar ratos en oficinas y fábricas, sólo para pasar el rato, hacer algunas diabluras y pequeñas rapiñas. Hasta logró un breve romance con una violinista ucraniana que solía tocar adagios en los funerales.
Se volvió tan osado que cuando un grupo de trabajadores o amigos discutía sobre un tema de negocios, fútbol o coches le gustaba intervenir como uno más, ora apoyando, ora aportando con cierta vaguedad para no ponerse en evidencia.3
-Sí, sí, tienes razón, eso puede pasar y hay que tener cuidado, opinó…, aunque hay que reconocer que hoy en día se ve de todo .. y hay que tener prudencia por si uno está equivocado…
Le gustaba entrar en un local, organismo o empresa y cronometrar cuánto tiempo podía pasar desapercibido o resultar invisible, usando una forma de vestir para camuflarse con la decoración. Miraba hacia un rincón y hacía ver que realizaba tareas muy concentrado, como escribir en un ordenador asaltado a las bravas, ordenar unos papeles, pensar de forma muy sesuda, hacer ver que hablaba con alguien por teléfono, apoyando, riñendo o escandalizándose, según la ocasión.
Si lograba que nadie se hubiera dado cuenta de la visita, se llenaba de orgullo y satisfacción, pero si era interpelado o descubierto, aunque sabía perfectamente salir del paso pretextando tener que hacer un asunto que corría mucha prisa, en ese caso, se consolaba a sí mismo con la idea de que había hecho todo lo humanamente posible para ser un intruso invisible.
Se supo que una vez hizo un examen de grado con nombre falso, otra, consiguió un pasaporte que no era suyo. Hacía de vendedor en comercios y se quedaba el dinero. Se ponía de juez en concursos o participaban en ellos, a lo tonto. Se hacía el enfermo o el médico poniéndose una bata según el color del guardapolvo que encontraba colgado en el perchero. Ponía multas colocándose una gorra y recibiendo sobornos para retirarla… había cundido la alarma social y apareció en los informativos el caso del Camaleón Misterioso.
No había día en el que no saliera en el periódico una supuesta acción del Camaleón. Que había puesto vallas para cortar el tráfico, que había simulado ser jardinero y cortado los setos, que había engañado a un empresario con una supuesta compra millonaria, que se había casado con 14 mujeres en un año… en fin tantas cosas extrañas que quizá todas, por su enormidad deforme, no podrían ser posibles, pero con seguridad sí muchas de ellas.
Desde la aparición pública de Julio en los medios de comunicación, los debates en la tele o los de mofa, el temor se difundió entre la población y se creó una desconfianza generalizada. ¿Los invitados eran reales, los amigos eran los que se suponía que eran, los médicos eran auténticos, había alguien disimulado en el rincón, con un traje del mismo color que la pared, los familiares que acudían a consolar a los enfermos eran tales…?
A partir de entonces se pidió el carné para todo o si no se pedía, se preguntaba de una forma más o menos disimulada. Por ejemplo, una esposa podía preguntarle a su marido:
-¿Te acuerdas qué celebramos hoy?
Si el marido se acordaba de que era la fecha de una onomástica familiar era el verdadero marido pero a veces ocurría que el marido no se acordaba de qué se celebraba y no se sabía si era un mal marido o si era el Camaleón Misterioso.4
COMENTARIOS
#Crecimiento #imitación #suplantación #sospecha
Julio comienza jugando a imitar a los demás, pero ese juego, por un impulso que no puede contener se convierte en una costumbre repetitiva.
Abusa tanto de este recurso para conseguir de forma inadecuada una personalidad robada, que comienza a ‘infestar’ la vida social con su presencia, apareciendo en toda clase de lugares, oficinas, talleres, iglesias, celebraciones.., al punto de que acaba siendo descubierto y comienza a producirse una inquietud pública.
Las sospechas van aumentando en extensión y ocasión. Las veces en que se ha descubierto la presencia del Camaleón, hacen temer la repetición en situaciones similares primero y en todas las ocasiones de vida social, al final del proceso. Llegados a este punto el comportamiento de las gentes comienza a ser más desconfiado (se pide DNI para todo, se hacen preguntas para asegurar que la persona conocida a la que tratamos es realmente quien creemos que es).
A partir de la difusión en los medios de comunicación, la ciudadanía comienza a volverse paranoide y ya no se fía de los demás. La paranoia entonces se llama alarma social.
En cierto modo el cuento nos recuerda que todos somos ‘imitadores’, permeables a las influencias culturales, modas y ejemplos, y que la imitación tiene esa doble cara de ser por un lado una solución fácil para tener un lugar en el mundo aceptable a los demás, pero también nos puede despersonalizar o vaciar al no acceder a impulsos auténticos particulares, creativos o que impliquen osadía.
NOTAS TÉCNICAS
1 Le pedimos a un voluntario que siga al narrador y le imite todos los gestos que hace o palabras que dice. El narrador realiza algunas acciones para que el seguidor se luzca (camina, se para, se agacha a abrocharse los cordones de los zapatos, dice “que cansado estoy” pasando una mano por su frente, etc.)
2¿Qué le añadiríais a una merendola extraordinaria? -provoca el narrador a los oyentes, por si alguien añade manjares.
3El narrador para ejemplificar este tipo de acciones del camaleón hace ver que entra por la puerta de la sala de narratoterapia. Hace que mira a derecha e izquierda para ver si pasa desapercibido. Con discreción y disimulo se va acercando a una silla y se sienta. Desde ese lugar le hace una pregunta a un supuesto narrador ¿Entonces decía que el camaleón era un impresentable que se hacía pasar por cualquiera para sacar una pasta o reírse de la gente?. Se levanta el narrador y le contesta al supuesto ‘visitante’ “sí, hacía ver que era alguien que tenía derecho o deber de estar y los demás no se atrevían a cuestionarle por vergüenza o temor”
4Finalizamos el cuento con un juego en el que cada oyente pregunta al compañero de al lado una serie de informaciones. Unas basadas en el conocimiento previo y otras falsas para ver si así se delata el supuesto camaleón. La misión es averiguar si el compañero es o no el camaleón disfrazado.