El adusto y el turrón

El adusto y el turrón

Cuando tenía 9 años fue seleccionado Remi para un beca por buen estudiante y bonificado para estudiar en un internado de Navarra regentado por padres Jesuitas.

El desgarro sentimental fue notable porque era el pequeño de la familia y sus padres habían volcado tanto cariño, mimos y atenciones que a veces resultaba un tanto asfixiante y Remi tenía que ponerse algo huraño, serio y antipático para evitar la sobredosis de cariño, la esclavitud de ser objeto privilegiado de amor. Aunque el amor era enrarecido era amor a fin de cuentas, algo incluso como para llorar su ausencia alejado de los suyos en un colegio severo entre desconocidos y reglas amenazantes que pretendían su bien mediante el mal.

El sentirse protegido, cuidado y que estuvieran pendientes de él se acabó. Tuvo que madurar de golpe y aprender a no necesitar, a vivir en la tundra inhóspita.

En estas circunstancias el alma efusiva se muere y se recubre de una capa opaca de dureza que libera las energías para volcarlas en la misión militar de aprender a ser adulto, un adulto adusto.

Parece que esta dureza de carácter también la adoptan los niños huérfanos, o los niños que nacen en familias de padres alcohólicos, violentos, egoístas o déspotas. Incluso los hijos mayores destinados prematuramente a tareas que suprimen su infancia, o hijos medianos abandonados en medio del camino a ninguna parte, o incluso las niñas que tienen hermanos que son el ojito derecho de su mamá y con ellas sólo tienen encargos de limpiar y humillarse.

Con los años Remi logró tener algún amigo en el internado. Le resultaba difícil adaptarse al lugar porque tenía algún tipo de deficiencia emocional o carencia que le impedía ser popular entre los suyos. No le gustaban los mismos juegos, no hacer las mismas bromas crueles, ni había logrado medrar en el arte de la hipocresía, el disimulo y la manipulación como los otros, ni era Navarro como la mayoría, ni se iba a casa una vez al mes, ni destacaba en nada, ni recibía paquetes con vituallas para repartir y ni siquiera sabía callarse cuando tocaba.

Quizá por estar en posición minoritaria cuando encontraba algún desamparado o tímido o diferente en el curso hacía rápidamente migas con el y se resarcía hablando, bromeando y lanzando ocurrencias sin parar, fruto del entusiasmo concentrado que se desbordaba.

Como resultado del internado Remi se hizo persona adusta.

Cuando terminó los estudios y volvió a su casa actuaba como si estuviera entre desconocidos y si sus padres le hacían arrumacos como antaño el se dejaba apretujar como si fuera un tronco seco y los miraba con extrañeza esquiva.

Pronto se dio cuenta que las cosas que les preocupaban a los demás a su alrededor, si les hacían caso, que querían o no querían quedar, que vestido les quedaba mejor, presumir de sitios a los que habían ido o los programas de televisión que habían visto, la marca de los coches o los chismes de barrio, todo ello le resbalaba, le resultaba indiferente, y aunque disimulaba sonreír y tener aquiescencia, en realidad se sentía fuera de lugar constantemente.

Como buena persona adusta, si le hacían una jugarreta o un desprecio o un ligue le fallaba creaba rápidamente un abismo por el que el dolor no saltaba ni le hería, no porque resbalara en el escudo de alguna especie de positividad, sino porque no había nada que ofender.

No es que no quisiera tener amigos, o amores o no aspirara a tener compañía estable, eso si que lo quería, pero lo quería forzado por el instinto más que con el convencimiento o sea, por fuerza, arrastrado y empujado.

Cuando el primer intento de pareja falló se refugió rápidamente en la música, la lectura, el billar y el deporte de forma que apenas notó el cataclismo de la derrota, aunque notaba una secreta angustia, que no tenía ni siquiera ese nombre (molestia, mala gana, malestar difuso, incomodidad) que le llevaba a llevar vida social como forma de olvidarse de ese vacío que en realidad era un pasadizo a otra cámara así mismo hueca cuyo suelo fuera la nada.

Así conoció a Elena.

Por lo visto tuvo ella a bien enamorarse de Remi, váyase a saber porqué (siendo el inmerecedor seguramente, o teniendo méritos que en realidad eran imposturas disimuladas) y el intentó poner pasión (más sexual que otra cosa) para intentar estar a la altura y merecer por fin ese amor que dicen circula en abundancia por todas partes, en las iglesias, en los matrimonios y parejas, entre los Hare Krisma y los amigos sentimentales y, sobre todo, en las películas y las canciones.

Por aquel entonces trabajaba en una corchería y tenía un modesto sueldo con el que se había alquilado un pequeño apartamento que había pintado de negro para sentirse más recogido actuar como una obra de teatro su vida solitaria. El suelo lo había forrado con rectángulos de corcho que se llevaba de la tienda cuando los paquetes se rompían o presentaban deficiencias y los había barnizado. En ese suelo sus pasos no sonaban y parecía flotar en un espacio irreal.

A Elena le encantaba todo, que trabajara en una corchería, que tuviera un loft, que las pareces estuvieran pintadas de oscuro, el suelo que parecía parquet, la pianista del piso de arriba que ensañaba todas las tardes, la vidriera de colores de la ventana que daba al patio interior tamizando la luz con reflejos irisados que dibujan aguas y formas caprichosas en la pared, como una especie de sombras chinescas de colores y decía:

-¿Mira aquí, no ves un gnomo, cariño, con una boca inclinada, como haciendo burla?

Elena provenía de una familia acomodada, profesionales liberales, gente exquisita, culta y conocedora de restaurantes de lujo, ciudades del mundo, ropas elegantes, delicadeza de maneras y sin dificultades de desplazamiento. Pero cuando comenzó a salir con Remi renegaba de lujo y de la luz y prefería la oscuridad del apartamiento de Remi, ah, y le encantaba que fuera adusto, porque era un enigma, un reto y algo totalmente opuesto a todo lo conocido.

Los espaguetis huérfanos al ajillo, el puré de patatas, la lechuga romana con tomate, las sardinas y los calamares congelados, las salchichas de francfurt y los potes de garbanzos, las tardes escuchando música, los amigos y las olivas verdes o las patatas fritas, los preservativos y la espera ansiosa y las margaritas blancas de vez en cuando llenaron sus días hasta que llegó Diciembre. Para entonces ya vivían juntos, sin armario para ropa ni televisión ni calefacción, pero juntos y contentos.

Cuando llegó la navidad Remi sorprendió a Elena llorando.

-¿Qué te ocurre cucurru palomita de alelí?

-Es una tontería, ya se me pasará, me sabe mal preocuparte alita de ángel, safardí de teatrillo mío.

La tontería resultó ser que Elena echaba de menos la navidad en familia, las lucecitas, el árbol decorado, los turrones, los villancicos, los regalos, la alegría bulliciosa.

-Pero tenemos sopa de sobre de bogavante para hacer una cena especial calimera de margaritas si y no, no y si, mía para siempre –le dijo para consolarla de la perdida de la navcartaamoridad.

-Y no podríamos comprar algo especial para hoy, almita de ángel? –imploró, conteniendo los lloros.

-No me queda ya nada de dinero después de la compra de la semana y el jabón de Marsella que querías , que me partes el alma corazoncito de fresa –objetó Remi-.

-No me hagas caso –parecía decir Elena entre sollozos desconsolados, entrecortados y imposibles de reprimir-.

-No te preocupes, voy abajo e intentaré conseguir algo –le prometió Remi.

Resulta que detrás de joven amoroso estaba el adusto que vivía soterrado bajo alguna camiseta o bolsillo en el cual había algún dinero guardado en secreto, un secreto que no podía decirse porque representaba la muerte dentro de la vida. Fue a comprar un turrón de alicante y volvió con el botín en la mano.

-Mira que he conseguido para ti alelí limonero entero me gusta más.

-¡Lo has robado para mí! ¡No sabes lo que te quiero! Es que para mí la navidad es todavía algo importante, lo siento, ya lo superaré. Vamos a comerlo con un poquito de moscatel que hay todavía y luego, lo te lo sabré agradecer de una forma que no te arrepentirás en la vida –le dijo Elena, con una cara radiante en la que la humedad de las lagrimas reflejaba diminutos arco-iris-,

Remi no quiso perderse la recompensa prometida deshaciendo el malentendido confesando que racaneaba con los dineros, y que mentía mas veces de las que ella creía.

Ese turrón de Alicante tuvo propiedades corrosivas.

El amor de un hombre adusto se envenena tanto por la amargor como por lo dulce porque el sabor de las cosas no lo puede sentir del todo.

Resulta que Elena explicaba con orgullo la anécdota del robo como una prueba de lo que era capaz de hacer por ella Remi, y ante los amigos ganaba prestigio, incluso venían más a menudo a comprar posavasos de corcho, o títeres de corcho a la tienda como muestra de deferencia y respeto al héroe. Las bolas y los arbolitos navideños de alcornoque tenían mucha salida.

Quedó establecido que Remi estaba muy enamorado, aunque parecía tan distante, serio y adusto.

¡Que dulce es ser algo y que los demás lo crean!

Un día que Elana estaba con fiebres. Le llamó a la tienda y le pidió que pidiera permiso al jefe para venir a cuidarla y prepararle esas sopitas de arroz que tan bien le salían con fines curativos.

Elena esperaba que el héroe del turrón viniera con un ramito de margaritas en la mano y en ese momento de debilidad y sensaciones nebulosas renovara otra vez con el símbolo de su presencia la promesa de amor eterno, una amor que suprime todos los males.

Pero Remi no apareció. Parece que no le parecía bien incomodar al jefe que le había comunicado que le hacía mucha ilusión jugar una partidita de ajedrez con las mismas fichas de corcho cristalizado que les había comprado don Honorio.

Un día una acto aparentemente inocente se trasforma en una ventana que se abre y los vientos de la sospecha o la decepción congelan el interior de la casa.

Una decepción se trasformo en silencio que a distancia todo lo juzgaba: diminutivos infantiles, egoísmos y sexo forzado, todo le hacía sentirse a Elena fuera de lugar.

-Pero si parecían tan buena pareja! –decían los amigos cuando se enteraron de la separación de los enamorados, el otro día que pasamos por su casa parecían tan unidos y se trataban con tanda dulzura, que incluso parecía empalagosa, que de pronto esto no se entiende…

Como van a comprender los espectadores si los propios actores desconocen que personaje y qué obra llevan entre manos.

Desarrollo de la dinámica:

Se reparte a cada persona un instrumento diferente, dando indicaciones de que lo hagan sonar al oir cierta parte de la narración, buscando con ello tanto un mayor grado de implicación/atención como la creación de un ambiente entre todos los integrantes.

A lo largo de toda la narración son ellos quienes ejemplifican, gesticulan, se les anima a piropearse… con el fin de fomentar una vinculación positiva y una actitud activa.

El humor es una de las herramientas fundamentales a la hora de llevar a cabo la dinámica, hace captar la atención y al estar basado en el conocimiento que el profesional tiene de los participantes hace que se cree un ambiente mucho mas particular.

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