Un muro en el hogar

Un muro en el hogar

Qué tiempos aquellos en los que se podía ser adulto y joven al mismo tiempo!

Enrique y Laura tenían 20 años y ya tenían sus modestos trabajos, sus ambiciosos sueños y su vitalidad ciega. Tenían muchas ganas de vivir juntos y fueron recorriendo agencias y callejeando en busca de carteles de ‘se alquila’, hasta encontrar algo acorde con sus modestos ingresos.

-Qué bonito! -aseguró Laura al ver las vistas del ático que había pertenecido al antiguo portero de la finca- en esta terraza podemos plantar flores, tapar la barandilla con esa caña que se pone en las verjas y con la pared encalada, estaremos muy a gusto leyendo. Conversaremos al atardecer y desayunaremos los domingos..

-Sí sí-afirmó automáticamente Enrique, llevado del resorte del amor que conduce a cometer locuras a dúo-. En el suelo podríamos poner parquet. El armario del dormitorio creo que nos cabría en el pasillo, así nos aislaría del ruido del ascensor..

Mientras recorrían la casa, tuvieron que ir arriba y abajo varias veces para compensar la pequeñez del espacio con el entusiasmo de su imaginación, encontraron ideas mágicas que arreglaban desconchados, uralitas mal encajadas, vidrios rotos, cuartos de baño descoyuntado, cocina desvencijada y techos con telarañas aguantando trozos de pintura para que no se cayeran. !Qué grande es la fuerza del amor a los veinte años que todo lo limpia, arregla y embellece. Hace posible lo imposible!

-Nos lo quedamos, cuchiflor de fuá -le dijo Enrique, usando el seudónimo que usaban para darse permiso mutuo para una locura-. Los siguientes meses requirieron un frenético trajín y un batallón de amigos para adecentar el mini piso, pintarlo de colores, cambiarle suelos, pintar de amarillo la nevera desconchada, arreglar el calentador de butano, la instalación eléctrica, cambiar la canalización de agua de plomos maltrechos, poner vidrios gruesos elegantes en las ventanas de 15mm, poner forro de madera machihembrada a la terraza de uralita, tapar las goteras con tintura impermeable la terraza superior hasta que la comunidad hiciese un arreglo en condiciones y poner lámparas románticas de aplique con vidrios antiguos conseguidos a buen precio en el mercadillo de viejo.

Por suerte Enrique era un manitas que había adquirido de su padre la habilidad de hacerse todo por si mismo. Le faltaba el don de la exactitud y las virtudes de la pericia fruto de la dilatada experiencia de su padre pero Laura suplía cualquier “defectillo” con halagos superlativos, qué maravilla, qué bien está quedando, fantástico, cómo me gusta cómo queda esta esquina y este bulto del cemento le da un aire gaudiniano y esa posición de la lámpara es muy original.

Cuando alguien te quiere, cualquier cosa que haces tiene un ribete precioso, un arpegio armónico o una clave profundamente espiritual y original.

Su padre le había dejado en el trastero cajas enteras de herramientas, materiales de electrónica, de albañilería, de jardinería, de manipulación de plomo que ahora se mostraban dignos de reencarnación, merecedores de alma por haberlos usado, delante de sus ojos maravillados de niño, un padre proteico hacedor de perfecciones. El cuarto de baño resultó algo más problemático.

Por lo visto los porteros antiguos debían carecer de pudor porque habían puesto el wáter y la ducha en los dos lados del pasillo, sin puertas ni intimidad que protegiera de los ruidos biológicos cuya naturalidad se nos ha vuelto antinatural con el progreso de la historia. Hay parejas que al vivir juntos se dan permiso mutuo para verse en el váter meando o encuentran erótico exhibir desnudeces escatológicas o al bañarse.1

Tanto Laura como Enrique estuvieron de acuerdo en que había que poner una pared con su puerta.

-Así mejor, por si vienen visitas.. -se excusaron, para no reconocer que no se amaban en todas las circunstancias posibles, tales como al escupir, soltar un pedo, enjuagarse los dientes, limpiar el trasero, el ruido al caer a la caca en la taza del váter, las maniobras para enjabonar partes pudendas, todos momentos íntimos que no tenían que poner en entredicho su amor, ni tampoco el trato corpóreo que el sexo desatado conlleva.

Enrique colocó listones verticales y horizontales sujetados mediante cola blanca y ángulos sólidamente atornillados. Tapó la parte interna con un contrachapado clavado a las guías y luego forró la pared, el suelo y el techo con corcho. Lo barnizó varias veces para que quedara todo impermeable y haciendo que el baño, con su bañera nueva y lavabo antiguo restaurado con porcelana líquida pareciera un joyero o una casita de muñecas y la intimidad fuera rodeada de belleza como el mal se pudiera revestir del bien hasta tapar completamente su malignidad.

El relleno para que la pared fuera sólida e insonorizada fue un poco engorroso, porque Enrique se dio cuenta de que el volumen de yeso requerido para rellenar era mucho mayor de lo que la superficie aparentaba.

Se le ocurrió la feliz idea de poner pegotes y meter en ellos rellenos de objetos para no gastar tanto yeso.

Tenía abundancia de cajas de materiales diversos así que se puso manos a la obra. Utilizó primero los naufragios de la infancia insertando figuritas de plomo en espera de arreglo, pedazos de un fortín y tiendas de indios rasgadas, muñecos lisiados varios, sin cabeza, cojos y mancos, un altar con candelabros misales miniatura, cálices, casullas de una época de religiosidad decorativa, canicas planetarias de todos los tamaños y chapas rellenas de arcillas de colores. Luego mezcló aquí y acullá, con su pegote pegadizo de yeso, válvulas de radio gramolas, ovillos de cobre, transistores, imanes, resistencias, trozos de feldespato para arreglar planchas eléctricas antiguas, enchufes, interruptores, diodos, estaño, haciendo que el panorama de la pared fuera el taller de Frankestein a punto de ser resucitado.

Toda la tornillería de años de sacar y poner, que ocupaban cajas pequeñas, grandes y medianas y la cajita de botones por si se perdía uno fueron a mezclarse dando un armazón sólido e irrompible a la pared. Para que el muro diera buena suerte a Enrique hizo bolitas de yeso con papel proveniente de la colección de billetes capicúa y la de vitolas.

En las partes bajas, a modo de pies de acero, fueron a parar las piezas de fijado del tambor de la lavadora, los herrajes del horno para hacer pollo asado, alcayatas para lámparas, escuadras de apoyo para estanterías, patas y ruedas en desuso. Una vez que la pared estuvo rellena y seca, la tapó con su correspondiente contrachapado y corcho barnizado.

Un día que estaba bañándose, el chapoteo del agua pareció tener un eco muy marcado. Enrique se detuvo a escuchar el fenómeno que en principio parecía una virtud de la insonorización, pero la alegría se le heló, porque el eco, o más bien el rumor acuático, provenía de la pared.

Como no tenía mucha costumbre de preocuparse porque todavía la vida no le había castigado con desilusiones, lo dejó pasar pensando que el fenómeno extraño sería efímero.

Otro día la pared pareció carraspear como radio en busca de voz, otro creyó oír “salió” de forma mal pronunciada, en otra ocasión “lo fue” algo más claramente y luego ya en cada ducha, como si el agua fuera una especie de interruptor que activaba la galena que era la pared. Enrique pensaba al principio, que la pared habla con retazos de frases sin sentido, sin intención como un ruido que formara parte del silencioso cubículo.

Pero como Laura, incapaz de contradecirle, decepcionarle o cuestionarle, certificaba también que las frases podrían ser inocuas y de sentido incomprensible, se vio impelido a estudiar hipótesis de posible significado y la cosa comenzó a cobrar tintes inquietantes, porque podría ser que “lo probó” fuera una oscura referencia -¿quién podría saber una cosa así deliberadamente olvidada?- a una experiencia de carácter homosexual que tuvo de niño, o “lo hizo” ser una alusión a un pequeño hurto del que no estaba precisamente orgulloso, o “es así” podría conocer no se sabe por qué vericuetos extraños, una traición que hizo a su mejor amigo y de la que ni siquiera Laura tenía noticia.

Cada vez más espantado convenció a Laura de que la casa ideal, maravillosa y mágica, era pequeña, incómoda y cutre. Costó mucho. Hubo que invertir la escala de valores y pervertir las sensaciones y su memoria reciente, pero finalmente se la vendieron a una pareja joven de maestros.

Pasado el tiempo, un día que estaba mirando un mineral de lapislázuli en la plaza san Francisco, oyó regatear el precio al maestro que le compró el ático romántico.

-Hola, qué casualidad. Qué tal van las cosas en el piso?

-Perfecto, -dijo el enseñante- finalmente la comunidad ha arreglado la azotea. Lo que más nos gusta, a parte de las vistas, es la tranquilidad del cuarto de baño,

-¿Tranquilidad? -preguntó Enrique, asombrado, dispuesto a confesar y pedir perdón por haberles engañado con la pared parlante.

-Sí, silencio absoluto. Cuando se baña uno parece estar en el centro del mundo.

-¿Seguro que la periferia del muro no te habla, -preguntó, sin poder contener Enrique la malsana curiosidad.

-Nada, la nada más absoluta.


COMENTARIOS

#sagaEnrique #voces #referencia #pareja

El muro representa el conjunto de desechos del pasado reunidos, reutilizados, pero la acumulación o maraña de sucesos se cruzan aleatoriamente produciendo un efecto de galena electrónica (metáfora de conflicto productivo en medio de un cambio)

El personaje padece un proceso gradual en la alteración de la percepción, desde el murmullo, a fragmentos inconexos y la búsqueda de sentido de los supuestos sonidos percibidos. Se descubre que las voces ‘saben’ interioridades muy problemáticas mantenidas en secreto, el personaje se hace trasparente, se puede leer en su interior fácilmente.

Cambia radicalmente al escuchar voces y decide vender el piso como solución radical para huir de la tortura.

Contrasta la certeza de los delirios con el silencio que disfrutan los nuevos compradores. (los demás no oyen lo que yo oigo).


NOTAS TÉCNICAS

Este cuento se narró tal cual, haciendo énfasis melodramático en las voces y haciendo disgresiones sobre la primera pareja (primer amor) y la psicología de “contigo pan y cebolla”.

1Tendríamos que hacer una encuesta entre los presentes para ver quienes han sido más pudorosos o menos.

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