Bloques erráticos

Bloques erráticos

Narrado por Fernanda Gardeñes

En algunos lugares se encuentran en medio de praderas onduladas o dentro de bosquecillos, enormes rocas de procedencia enigmática y que algunos llaman bloques erráticos por no corresponder al paisaje que les rodea. Su procedencia seguramente tenga una explicación, pero está demasiado lejana en el tiempo y requiere la comprensión de unas circunstancias que nos son inaccesibles.

Carlos y Flix eran en cierto modo como bloques erráticos porque en la escuela padecían el mismo problema de confundir la ‘b’ y la ‘d’, la ‘p’ y la ‘d’, además de alterar incorrectamente las palabras largas, por ejemplo champiñón por sarampión, espioso por espialidoso, comatoso por calamitoso, centrijugada por centrifugada1.

Su dificultad con el lenguaje se había trasformado en problema con los profesores que se desesperaban corrigiéndoles y mal pensando con frecuencia, ofendidos, que lo hacían por no prestar atención o por ganas de provocar.

La cadena de consecuencias se extendía. Los problemas con el maestro se trasladaban a los padres, que defraudados les trataban como a zoquetes o balas perdidas y los desprecios de las autoridades oficiales hacían que los compañeros les marginaran por temor a verse implicados en el desprestigio al condescender con calamitosos.

¿Y los calamitosos?. Se portaban mal como sistema de defensa o venganza, con lo que adquirían peor fama si cabe.

Cuando comenzaron a fugarse para hacer travesuras de rencor, nadie se preocupó mucho por sus ausencias. Parece que los días que faltaban eran una bendición para el resto del mundo, que se veía aliviado por no tener que padecer su molestia.

Flix y Carlos iban a menudo a vender cartones al chatarrero para financiarse la bebida de sus huidas. Un día que les habían estafado algunas monedas en el peso, para compensar, se metieron en los bolsillos unas cuantas bobinas de cobre que estaban en una caja metálica de galletas en una estantería cerca de la entrada.

Así comenzó el experimento social de los desahuciados de la escuela. Sacaron el hilo de una bobina y lo ataron en el paseo del parque de lado a lado del camino a modo de trampa de alambre.

Un viandante la rompió sin darse cuenta. Otro hizo un movimiento muy parecido a espantar una mosca, pero de un modo automático, sin pararse a mirar o a comprobar.

Al ser tan finos la gente no sólo no los veía, que a fin de cuentas era uno de los objetivos, sino que tampoco en le molestaban, por lo que desaparecía el sentido de la broma.

Fueron probando tamaños de bobinas, intentando llegar a un compromiso entre visibilidad y efecto. Cuando se veía claramente el hilo, a no ser que la persona caminara absorta o distraída, el viandante se paraba, rodeaba el obstáculo o lo rompía sin mayor problema. El punto óptimo que buscaban era cuando el paseante, sin ver la trampa, notaba algo, que se produjera un ah, una sensación de rareza, una extrañeza, un desorden antinatural de las cosas, pero sin provocar daño.

Era un gran placer para ellos ver que alguien se paraba después de haber roto la trampa sin saber qué había pasado, mirando alrededor buscando alguna pista causal o explicativa, pero sin encontrar nada y quedando desconcertado. No tenían entonces más remedio que caminar con la cabeza gacha o moviéndola en vaivén lateral.

Los días que habían recibido más humillaciones ponían el hilo más grueso que tenían y cuando chocaba con la molestia algún despistado que no lo había visto, se enfadaba y gritaba al aire a los autores invisibles:

-¡Cabrones, ya veréis como os coja, salid si sois valientes a dar la cara!.

Luego tenían que recomponer la trampa unas cuantas veces.

El parque estaba muy cuidado en general, más que cuidado tallado racionalmente impidiendo que la vegetación se saliera de los cánones preestablecidos por algún burócrata de jardines afrancesado. Pero una esquina solitaria estaba sin construir todavía, abandonada al curso natural de las cosas, y por ello poco transitada.

Era un lugar perfecto para realizar experiencias de la segunda fase. Podían operar en momentos en los que nadie paseara e ir probando hileras dobles de árboles consecutivos, triples, cuádruples2 hasta que un día lograron interponer barreras por todo el recorrido entre las entradas a ambos extremos de la zona. La gente que se aventuraba por ahí, por lo general para alcorzar y evitarse el circuito más largo oficial, descubrían el enredo a la segunda o tercera vez que notaban una misteriosa oposición a la marcha. El cerebro aprende antes lo que obstaculiza el paso que el sentido de los pasos que da.

Pronto se quedaron sin hilos de bobinas hurtadas al chatarrero y no hubo otro remedio que pensar en comprarlas nuevas en la tienda de material radioeléctrico.

Se hicieron muy famosas las obritas de guiñol que representaban en la explanada de las pajaritas improvisando un escenario con cajas de cartón y retales. Cobraban a dos reales la entrada o cuatro reales con paquetito de sidral o papeleta de pipas. Las obras solían versar sobre problemas de gatos.

Unas veces eran de gatos negros que traían toda clase de desgracias. La peor era la de una tía que se dedicaba a estirarte los mofletes y se quedaba a vivir en tu casa. Otras eran sobre los gatos que obligaban a comer a la gente en tiempos de escasez a falta de mejores viandas y se les revolvía el estómago. En alguna el protagonista era un gato que se había quedado atrapado en un armario y se te abalanzaba fffun! al abrir la puerta. En otras ocasiones una manada salvaje se vengaba de las ignominias padecidas a manos de niños torturadores. Las víctimas gatunas, en realidad se vengaban de los torturadores resentidos debido a la violencia que sufrían con sus padres.3

Si los niños eran renuentes a pagar les contaban historias de gatos desollados vivos, que se escapaban y se vengaban de los miserables.

Con las bobinas nuevas las ataduras se refinaron y aumentaron en la arboleda. Eran tan frecuentes las escaramuzas que los paseantes ocasionales, anticipando las patrañas que intentaban perpetrarles habitualmente, cambiaban de trazado para evitarlas. Pero Flix y Carlos, aunque a menudo se equivocaban al decir izquierda o derecha, en cambio sabían anticipar lo que anticipaban los anticipadores y les sorprendían siempre con una treta nueva.

Unas veces eran hilos verticales que caían de las ramas y sujetaban con palos en el suelo, otras falsas salidas que conducían a tropezones cuando pensaban los paseadores haberse zafado.

Los pocos que se atrevían a soportar las villanías de los gamberros comprobaron que era inútil pasear a gusto por el lugar y comenzaron a regañadientes, refunfuñando a la entrada de la zona , a coger el camino principal, llano, despejado y limpio.

Carlos le dijo a Flix:

-Para que sirve una trampa si nadie cae en ella.

-Pero lo pasamos bien completando una red gigantesca gracias a que nadie ha roto los caminos en los últimos días –objetó Flix.

-La gracia que tenían los chasquidos, bufidos, ayes, gestos airados y diversos tacos yo ya no la disfruto como antes, porque son tan previsibles que ya no me siento fabricador de extrañezas sino tocapelotas empecinado..

-¿Qué podríamos hacer entonces con las bobinas que tenemos? –preguntó compungido Flix al ver que en un segundo se rompía una complicidad de meses y se dilapidaban tantos cuentos de gatos.

-Podemos actuar de forma aérea en los arboles, dejar a la gente en paz, pero cambiarles sin que se den cuenta esta parte abandonada del parque y volverla una espesura o un rincón misterioso, un lugar de aventura o de magia..

Finalmente hubo acuerdo y se pusieron manos a la obra. Con una escalera  muy larga de obra iban poniendo hilos entre las ramas, entre las copas de los arboles, en forma de telarañas, de guías de enredaderas, de camino de laurisilva, matriz de líquenes, recolectores de humus para hongos.

Con el paso del tiempo y dado que los jardineros del parque ignoraban totalmente el lugar y solo abrían tajaderas una vez al mes, fueron trepando enredaderas y líquenes de formas fantásticas y las zonas de matorral se ordenaron de forma aparentemente salvaje formando caprichosas formas diseñadas con sumo cuidado por Flix y Carlos. Trajeron algunos gatos de camadas salvadas in extremis para que la zona tuviera cierto toque selvático.

Del resto de los seres vivos quienes más apreciaron los cambios fueron los pájaros.

Los paseantes habituales ya se habían acostumbrado a utilizar en exclusiva las partes del parque civilizadas, decoradas según el gusto del racionalismo ilustrado.

La zona comenzó a tener mala fama por razones espúreas a consideraciones arbóreas y vegetales.

La Nuria quedó embarazada después de ciertos actos acaecidos en la espesura. El novio de la Felisa fue visto adentrándose con otra chica de viva la pepa, una señorita que hacía muñecas de fieltro fue asaltada y llevada dentro, donde le hicieron algo muy malo que no se puede decir, incluso alguien encontró un agujero de guá con canicas en forma de ojo de tigre y un muñequito fruto de extraños rituales.

Los padres de Flix le prohibieron totalmente ir a esa zona y no seguir andando con Carlos bajo amenaza de enviarle ipso facto a Castellote con la tía Marilú.

A Carlos le prohibieron ir al sitio con similar contundencia, así que a modo de despedida, fue una última vez antes de cumplir con los mandatos paternos.

La extrañeza que tanto había buscado que sintieran los demás parece que la sintió él en abundancia ese día tan especial. Estaba en el centro de lo que llamaban ‘la selva’. Puede ser que ahí fuera máxima la electricidad galvánica, el campo magnético que creaban la multitud de hilos, los potenciales iónicos, todo ello hacía emerger una iluminación o revelación que le cayó como un nido de lechuzas en la cabeza:

YO SOLO SOY YO,

MORIRÉ Y YA NO SERÉ.

Se puede decir que estas sensaciones las vamos adquiriendo a lo largo de la vida, pero Carlos las recibió como una especie de batacazo de rama arrancada por el viento.

Desde entonces ya nunca volvió Carlos, ni volvió Flix, ni volvieron a tratarse como padeciendo juntos un trastorno –dislexia lo llaman algunos- que quedó totalmente disimulado en la vida adulta,

El lugar umbrío solo duró unos breves años. Luego sucedió que apareció una grave invasión de estorninos, a los que parecía encantar la zona especialmente. Probaron con espantapájaros, disparos, rapaces antagónicas, cohetes de traca lanzados con un aparato que los expulsaba rítmicamente para que no tuvieran sosiego y huyeran. Finalmente vinieron las excavadoras que limpiaron el lugar, lo adecentaron -utilizaban esta expresión– y se convirtió en un trozo más del parque rectilíneo ilustrado, del que rápidamente se apropiaron los paseantes de pro.


COMENTARIOS

#sagaFlix #dislexia #violencia

Flix y Carlos son dos niños que por padecer dislexia, en una época en la que se conocía mal este trastorno, irritaban a los profesores cometiendo tremendas faltas de escritura y con propensión a reproducir incorrectamente las palabras largas. Se creaba una cadena de efectos de esta ‘descalificación’ a menudo achacada a defectos de carácter de los niños, en los padres, que los trataban como ‘vagos’ o ‘malos estudiantes’ y el efecto en los demás niños contribuía en buena medida a marginarlos.

Ellos, como reacción, se escapan a menudo del colegio, lo cual provoca más rechazo todavía entre los adultos. Acumulan cierto rencor- se dice que los heridos por el maltrato torturan a los gatos- que se traduce en poner hilos entre los árboles para molestar a los viandantes.

Toman al asalto una zona de parque poco cuidada y la llenan de hilos y facilitan que las enredaderas y los musgos proliferen impidiendo el paso de los que atraviesan la zona para acortar. Al final se convierte en una zona umbría muy tupida.

En la zona ‘oscura’ del parque comienzan a pasar cosas, prostitución, violaciones, rituales, y los padres les impiden a rajatabla acudir a la zona peligrosa.

Carlos acude sólo por ultima vez y vislumbra la muerte y la soledad humana en medio de la ‘selva’.

Una plaga de estorninos plantea al ayuntamiento limpiar y modernizar la zona, que se vuelve jardín ilustrado, como si la limpieza y el arreglo de la naturaleza representara la muerte de la infancia creativa y fantasiosa.


NOTAS TÉCNICAS

1Interrumpimos la narració para añadir juegos de palabras que los presentes creen que se pueden confundir o les resulta difícil pronunciar.

2Aprovechamos para crear un momento de relax y pedir al grupo de participantes que continuen (“quíntuples”,”séxtuples”..)

3Preguntamos al público si conoce alguna historia de gatos..

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