licuefacción de la realidad

licuefacción de la realidad

Con Miram habíamos alquilado una vivienda cerca de Sarvisé para pasar algunos días lejos del mundanal ruido, con la finalidad de descansar, pasear y rellenar el hueco o vacío que se había abierto entre los dos por los desencuentros, malentendidos, roces y escasez de tiempo pasado en común. Era una casa rural sin wifi ni cobertura telefónica.

Los dos primeros días nos notábamos raros, porque al no estar acostumbrados a la vida de campo, los pajaritos, las cigarras y los agrestes paisajes1 nos parecían en verdad más estresantes que en los folletos turísticos y en los vídeos de presentación.

Pero al tercer día –tal vez porque hicimos el amor, después de unos cuantos meses de desafecto, estrés y despiste- el ambiente comenzó a tranquilizar nuestros espíritus, relajar la musculatura de la cara, ablandar el agarrotamiento de la espalda y aflojar un nudo en el estómago que nos obligaba a comer siempre de régimen para evitar malestares de estómago, diarreas, gases y retorcijones –cualquiera diría que nuestra alma apesadumbrada residiera en el estómago.

Al quinto día apareció un coche negro con tres individuos circunspectos. Uno que podría ser el jefe, llevaba un maletín atado con esposas a la mano y los otros dos parecían ser secuaces o matones.

Les vimos a través de la ventana de la habitación que estaba frente a la cama en la que intentábamos leer sentados con los almohadones detrás de la espalda, aunque utilizábamos más tiempo en mirar las maravillas del paisaje que las letras que retrotraían a mundillos irreales. En la ciudad era más fácil que lo irreal se impusiera frente a un real carente de ningún interés paisajístico ni de otra naturaleza.

-Mira esos hombres –dijo asustada Míriam-.

No puedo decir por qué llegamos los dos a la conclusión de que iban a por nosotros o que nos iban a entregar un objeto magno.

-Podríamos salir por la puerta de atrás y escondernos en el bosque –le propuse.

-Mejor hablo con ellos, porque seguramente no me conocerán e intentaré despistarlos. Les diré que te has ido de excursión y yo me he quedado porque estaba indispuesta –sugirió Míriam.

-O sea que das por hecho que me buscan a mí.

-Sí sí.. Llámalo intuición. Llámalo certeza. Llámalo deducción, pero estoy segura de que te buscan a ti.

Nunca se me ocurría poner en cuestión sus opiniones cuando las afirmaba con tal contundencia, por lo que opté por aceptar el plan, más que nada por falta de alternativa de plan.

Estuvo hablando un rato con el hombre del maletín. Caminaban, retrocedían y daban una media vuelta. Miriam se llevaba las manos a la cabeza, incluso en algún momento, se agachó para evitar algún tipo de desfallecimiento o desmayo, pero luego parecían hablar amablemente. Cuando creíamos que el peligro y la hostilidad se relajaban, el hombre del maletín se abrió las esposas y lo entregó a los secuaces, que esperaban fuera sudorosos.2

Míriam se fue paseando con el jefe mafioso en dirección al bosquecillo del río. Este acto de confianza amistosa lo interpreté como que no había peligro o que el mismo hecho de irse a pasear con el enemigo era un mensaje de que el enemigo era en realidad amigo y los secuaces que me dejaban en la puerta, si no los había alejado con alguna estratagema significaba que eran de fiar y podía yo tomar la iniciativa que quisiera sin ningún problema.

Hubiera preferido una conversación a las suposiciones, pero la forma de actuar de Míriam debía ser –ya que siempre era muy considerada- una especie de prueba para que tuviera fe en ella.

Después de un buen rato en el que me cansé de esperar, incluso comenzaba a aburrirme, de pronto me arrastró un movimiento interno misterioso de cordialidad y me acerqué a la puerta de la casa.

Parecía que me estaban esperando a que por fin me dignase a aparecer y me entregaron un paquetito blanco.

-Este el objeto magno –aseguraron con tono ceremonioso- Sólo lo puede abrir usted como depositario fidedigno de los guardianes, como el elegido.

-¡Qué honor! –les dije, siguiéndoles la corriente.

-¿No le importaría que pasáramos para ir al lavabo? –preguntaron con una confianza que no se les había dado todavía-.

-¿No será una triquiñuela para refrescarse un poco dentro, para aliviar el calor que hace fuera?.

Les estaba hablando con repentino humor y condescendencia y los acababa de conocer. Ni siquiera sabía por qué habían venido. Opté por dejarles pasar.

-Queréis tomar algo –les ofrecí. Notaba que además de calor tenían algo de apetito-.

-Con cualquier cosa nos apañaremos –aceptaron, con agrado.

-Iré a la cocina a preparar zumo fresco de naranja y unas tostadas con jamón y queso.

Los manjares fueron apreciados y llevados rápidamente al gaznate. Revelaban con discretos sonidos guturales la evidente satisfacción.

En el clima distendido que se había creado les propuse abrir y compartir el secreto de la cajita del magno objeto.

La abrí con miedo –reverencial- , con curiosidad y a la vez con una extraña tranquilidad que apareció de golpe.

El objeto magno tenía el aspecto de una mortadela ahumada que olía a rosa mosqueta. Por lo visto el objeto magno se había troceado y comido de generación en generación. Si se dejaba un trocito volvía a regenerarse en unos años.

-¿Queréis probarla? –sugerí a los secuaces, menos por amabilidad que para averiguar si resultaba realmente comestible-

-Eso usted verá, ya que es ahora el depositario.

-Tal vez podríamos comenzar testando un fragmento tan pequeño que si fuera venenoso o causara enfermedad, al haber ingerido tan pequeña cantidad no tendría efecto mortal sobre nosotros… -les propuse, dando por supuesto valor y osadía irracional a unos secuaces carentes momentáneamente de líder.

-Eso sería perfectamente sensato. Estamos dispuestos a ayudarle, ya que hemos llegado hasta aquí después de tantos años de esfuerzo. Tomaremos todos un pedacito y esperaremos una hora y media a ver qué pasa.3

Tal vez tuviera algún tipo de droga o sustancia misteriosa. La sensación fue inmediata e indescriptible. Nos quedamos alelados, pasmados, estupefactos…4

De pronto los anhelos, las esperas, el antes, el después, desaparecieron como una tela que se retirase y dejara ver lo que estaba delante de los ojos y no podemos ver. El instante antes de pasar y el instante antes de dejar de ser.

Sentíamos de otra forma. Como si lo que llamamos la realidad fuera algo anodino, de relleno o de decorado, comparado con la ETERNIDAD DEL INSTANTE PROFUNDO, que por lo visto no necesitaba de relojes ni de metros.

De pronto apareció ante mí la sensación del primer beso. Se llama primero porque lo das sin darlo del todo, lo dar por ganas de amor, por atracción porque te conceden un placer, pero en la acogida se convierte en otra cosa, en símbolo del amor, en el amor mismo.5

El tiempo se detiene. Un segundo es una hora. No pasa nada y pasa todo.

-Míriam no te quiere –me dijeron los iluminados, contagiados por la magia de la mortadela ahumada- déjala irse o vete a buscar tu camino.

Por lo visto veían cosas que nadie les había explicado y ni siguiera me había confesado a mí mismo.

Recuerdo un día que estaba mirando una mata de boj. Me encontraba tan relajado que me olvidé de todo, de qué hacía, de qué haría, de quien sería. Nada de eso, sólo mirar el boj, como si por un segundo pudiera ser sin ser para algo.

Nos abrazamos los tres, llorando de la emoción.

-Éramos unos zombieS hasta hoy –dijeron- Por fin podemos sentir la unidad del universo, el sentido del Ser.6

Acordamos que Fidel sería el nuevo Guardián, se buscaría nuevos secuaces y se comprometerían a viajar por el mundo hasta que un día, de golpe, sentirían un pálpito sobre un nuevo destinatario al que elegir para continuar el Camino del Magno Objeto.

Carlos y yo no fuimos en el coche de los hombres de negro y abandonamos a los demás en la casa rural de Sarvisé.

No he vuelto a ver a Fidel ni a Carlos, pero tampoco hace falta verlos porque los siento constantemente cada vez que me desconecto del mundo para recuperar la sensación de instante eterno. El resto del tiempo hago lo que tengo que hacer como un autómata, con una sonrisa educada, como si las cosas me importaran incluso con displicencia y frío desprendimiento si es que me afectaban.7

Durante este tiempo la galleta de mortadela debe estar creciendo otra vez, como las colas de ciertos saurios o algunas plantas, que se autoregeneran cuando se rompen como si hubieran descubierto, aunque fuera de modo imperfecto, el arte de revivir más allá de la muerte.

Me enteré por el periódico de que unos científicos investigaban las proteínas beta-cateninas y la multiproteína Nanong, despejando nuevas incógnitas sobre el potencial regenerativo. La galleta desde luego mortadela no era. Tampoco sé si tenía alguna substancia alucinógena o era algún tipo de organismo vivo mutante que apacentaba elegidos para perpetuarse.


COMENTARIOS

#sagaEnrique #ausencias #bloqueos #delirios

El personaje, que se encuentra en un momento ‘bajo’ de su relación de pareja recibe la visita de unos extraños personajes a los que ve negociar con Miriam, sin sospechar al principio nada malo, pero sintiendo que hay demasiada complicidad entre ellos.

Se siente de pronto ‘eufórico’ sin demasiado motivo para ello y llama a los hombres tratándoles como invitados de confianza. Toman la mortadela de la obra magna, que misteriosamente tiene el efecto de una droga y se desata una reacción de comunión espiritual extraña con los hombres de maletín y la sensación de lentitud tal del tiempo que parece que sólo existe el instante.

Después de la experiencia se encuentra desconectado de la realidad, actuando en cierto modo mecánicamente y de tanto en tanto se abstrae o retrotrae al ‘instante absoluto’ que es una imagen de vacío, de ausencia o de estar absorto en algo que no se recuerda.

Queda sin explicarse la naturaleza del fenómeno que experimenta el personaje. No sabe si le han drogado, si forma parte de un fenómeno regenerativo universal o es un ser que apacenta a personas a las que abduce como animales de granja.


NOTAS TÉCNICAS

1 Es un momento adecuado para que los oyentes contribuyan con elementos campestres de su cosecha para involucrarse en la historia como si fueran ellos los que se van de vacaciones al campo.

2 Esta secuencia de hechos vistos a través de la ventana, sin sonido, se presta a que se represente con mímica. El personaje de Mírian y los hombres parece que hablen entre sí moviendo los labios, e intentando describir mediante gestos los que el protagonista ‘deduce’ de ellos.

3 Los diálogos previos fueron representados en forma de escena teatral contando con la ayuda de algunos estudiantes de prácticas. Incorporamos un trozo de mortadela para dar más realismo a la escena de la ‘comunión’ mágica.

4 Los auxiliares representan la ‘trasformación’ de quedar pasmados, con los ojos fijos mirando a un punto del más allá.

5 Introducimos un circunloquio sobre el primer beso (cómo se da, cuándo, porqué, qué se siente, torpezas, significado, etc.).

6 Sensación de tiempo detenido o ‘infinito’ y sensibilidad contagiosa similar a la toma de LSD

7 El narrador hace una pequeña demostración de ‘quedarse absorto’ dejando de hablar y hacer algo de lo que hace ver que se está ocupando y mirando a la nada con una sonrisa beatífica. Luego prosigue con lo que llevaba entre manos ‘mecánicamente’ con la mirada puesta al frente de algún vacío.

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