El topo se descubre
José Ramón fue de visita al pueblo para pasar unas vacaciones invitado por su hermana. Al cabo de unos días de estar viviendo en plan zángano, le dio por sentirse útil e insistió unas cuantas veces a su cuñado, que se hacía el despistado, para que le llevara de ayudante en alguna labor agrícola.
Su cuñado era reacio y escéptico sobre la capacidad de “ayudar”1 de su huésped previendo que en vez de ir a buen ritmo tendría que hacer de cicerone étnico-rural. Pero, aunque poco proclive, el afecto que le profesaba, especialmente desde que nació el primer hijo que tuvieron, vino al hospital para felicitarlos y ayudar en lo posible, le inclinaba a soportar estoicamente al afanoso voluntario a pesar que, como es bien sabido, tener buena voluntad no significa resultar eficaz.
Le indicaba cómo poner la semillas de calabaza en las bancadas, corrigiendo las posiciones y distancias con paciencia exquisita sin parecer que le azuzaba o que estaba contrariado a pesar de la patente demora que la experiencia pedagógica del urbanita le estaba costando.
Cuando se logró que el alumno agrario improvisado fuera de fiar, gracias al amoroso mimo con el que la desesperación por la tardanza se trasformaba en explicaciones redundantes, le dejó solo acabando los caballones de sembrado mientras se le veía corriendo de aquí para allá solucionando todo lo que había quedado pendiente.
José Ramón se apercibió de las prisas de su cuñado que contrastaban con la parsimonia de las lecciones de sembrado y se contagió de la necesidad de velocidad, en parte para demostrar que el urbanita no era un parásito como la abeja en la melaza de la orquídea y que podía llevar el polen fecundante de veinte en veinte centímetros, demostrando con ello mérito agrario. Era consciente de que la labor hecha por un ayudante poco avezado, en vez de mejorar la había estropeado o empeorado.
José Ramón, como los que no han vivido largo tiempo en el campo, no sabía interpretar bien los ruidos del ambiente. Un sonido sordo, un inquieto resurgir amortiguado, un runrún renqueante, un trémulo estacato que provenía del grupo de abedules decorativos que se utilizaban para merendar a la sombra, podrían ser a sus oídos inexpertos, una rata gigante, un cerdo que se había escapado de la granja al dejar la reja abierta por culpa de las prisas, algún gato asilvestrado que vivía en la parte salvaje del campo, una acequia o corriente subterránea o tal vez un aparato de agricultura de esos que pululaban por doquier en la granja semi-mecanizada.
Al acercarse a mirar, venciendo como quien dice la curiosidad al temor a lo desconocido y contraviniendo su propio propósito de lucirse como trabajador a destajo, demostrando que le podía mas la pillería que el afán de colaborar, se zafó detrás de unas matas para avizorar animal o cosa causante de veleidad sonora.
Así fue como José Ramón, el forastero, el zanganillo, el ciudadano de postín, el ignorante de terruños, el que no sabía distinguir una acelga de una cebolla, el que en dos días pretendía saber más que el que había estado toda la vida, mira por donde descubrió al topo del pueblo.
-Qué hace bajo tierra –le dijo en vez de preguntar el nombre, como hacen los sobre-terrados.
-Hago una vida secreta, hago cosas que no puedo decir porque pertenecen al mundo subterráneo –le contestó el topo, obligado, una vez descubierto, a dar alguna explicación al enemigo, a fin de neutralizarlo.
-Y el túnel hasta donde llega? –preguntó circunspecto, acostumbrado a hacer preguntas técnicas a su cuñado durante tantos días.
-Hay uno que lleva a la casa de Dolores, otro a la de Carderola, otro a la de Sofía, a la de Don Evaristo, a la de los de gemelos de las 4 esquinas, a la casa del médico, a la del puente viejo, a la rebotica, a la de la rubia, a la de Sifredo, a la del Pepón y al Salado, principalmente.
-Pero eso es una red de galerías en toda regla, un submundo enterrado y paralelo dentro del mundo -se admiró José Ramón, para complacencia del topo solitario que nunca había tenido un admirador- ¿puedo echar un vistazo?
-Ahora estaba construyendo, pero por la noche, si me juras discreción y silencio incluso ante los más íntimos a los que les contarías los secretos pensando que son de fiar, te dejaré participar de mis actividades, pero ojo, comprende que mi mundo secreto será mío aunque no sea secreto para ti..
Al anochecer, pertrechado con una linterna y tras vagas explicaciones a los anfitriones con deseos de conocer la noche, recibir la influencia lunar y buscar caracoles, lo que provocó varios mohines de condescendiente desprecio por parte de su cuñado, fue a reunirse con el topo en la madriguera de los abedules.
Ese día cogieron el ramal que daba a la casa de los Carderola y desembocaba detrás del lavadero. La salida estaba disimulada entre las raíces frondosas de la higuera del patio.
-¿Qué hacemos ahora? –preguntó José Ramón ansioso de conocer la vida secreta del topo.
-No sé si deberías subir tú. En todo caso quítate los zapatos y no hagas ruido, no digas ni mu, ni respires ni me hagas ninguna pregunta, tú solo sígueme a un paso. Sobre todo no toques nada sin saber lo que tocas y por qué lo tocas y si las cosas quieren que las toques.
El topo fue hasta la habitación de Carderola hijo. Retiró las botellas de whisky y ron Bacardí que había en determinados lugares que conocía perfectamente aunque a José Ramón le resultaba imposible vislumbrarlas en la penumbra.
-Esta familia esta maldita, -le explicó cuando salieron en dirección al ramal de Sofía. El padre estaba casado con una maestra, pero la despreciaba continuamente por la “tontería” de su educación refinada, hasta que un día mi amigo la encontró ahorcada por culpa de la desesperación. Ese mismo día se fue en coche a La Blanquilla con tan mala suerte que no se dio cuenta que pasaba el tren y él que era un bestia no respetó la barrera y tuvo una accidente gravísimo, desde entonces va en silla de ruedas y se da a la bebida. Yo le quito las botellas. El cree que es su padre que está arrepentido y que le quiere, aunque obviamente su padre solo se quiere a sí mismo.
-Entones tu haces ver que su padre le quiere, aunque quien le quiere de verdad eres tú y eso claro está él no lo sabe
-Así es -aceptó del topo.
-Claro, pero entonces el amor es como robado o no visto o equivocado o engañado incluso, -pontificó José Ramón, que no pudo evitar poner puntilla a las cosas, aunque no le hubieran pedido la opinión.
-Es la clase de amor que se puede esperar de un topo. Un topo que se precie ha de ser invisible y oscuro, para eso es un topo.
A la casa de Sofía se entró por una portezuela que ya no se usaba en la carbonera, que tampoco era carbonera porque utilizaban cáscara de almendra para la calefacción. El topo fue directamente al dormitorio y con cuidado de equilibrista abrió un cajón de la cómoda del que sacó un álbum rojo con ribetes dorados de debajo de la ropa intima que iba apartando como cirujano separando los injertos de piel. Sacó una foto, la colocó con cuidado debajo de una mano extendida y encima puso la otra como si estuviera atada con una cuerda invisible. La chica dormida con tirabuzones alborotados que apenas dejaban ver la cara ni se inmutó.
-Qué raro, eso que has hecho –le espetó José Ramón. a modo de acusación, como pidiendo explicaciones sobre lo que podría ser algo incompresible, pero también algo inaceptable.
-Soy un topo que hace trabajo de zapa, -dijo-. Esta chica me gusta mucho, pero está más ciega que el túnel de la costanilla. Está por el camarero del Ateneo, que es un bandarra y un crápula. Más de una vez le he oído alardear de que la trata como un despojo y a su antojo. A cualquiera con faldas que pasa le echa el ojo. Yo le pongo todas la noches mi foto, que tiene guardada en el álbum de foticos. Tengo la esperanza de que por la mañana se despierte y piense que sonámbula ha cogido la foto por alguna razón irracional y llegue a dudar de si misma al punto de que el amor falso se convierta en verdadero y el verdadero en falso.
-Pero puede ser que el engaño no se convierta en duda sobre la naturaleza auténtica del amor como hacen las mujeres desengañadas, sino que refuerce más la idea de que el sonambulismo es engañoso y poco de fiar, además de ridículo y por eso mismo cosa baladí –le apostilló sin poderlo evitar José Ramón, provocando un suspiro tan hondo que causó un pequeño desprendimiento de arena del túnel por el que caminaban hacia la casa de Dolores.
Salieron por la antigua conejera que Dolores tenía para ganarse unas perras y poderse comprar las que nunca le regalaba su marido. Era de la virgen del puño para cosas que no fueran tractores, coches, aperos, nuevas tajaderas o arreglos del patio. Con la venta de conejos, gallinas y huevos se sacaba para alguna blusa de domingo y alguna esmeralda o pendientes de perlas. Luego la Remigia puso un taller de confección de ropa interior y daba trabajo a las mujeres que tenían buena mano para coser. Con los camisones ganaba más dinero y se quitó los conejos. Durante un tiempo fue la caseta del Puma, pero cuando murió el perro se llevó tal disgusto que nunca más quiso otro animal, si descartamos como tal entidad a su marido, que era de armas tomar.
Ahí la cábala fue porqué el topo manipulaba un zapato, un pote de harina rancia y una caja de coser.
Luego José Ramón se enteró de que la idea era trasladar las alhajas que Dolores guardaba en su joyero de caoba al zapato y el anillo con rubí a la harina. En la caja de coser dejaba monedas de chocolate.
-Pretendes volverla loca o que piense que tiene una grave enfermedad degenerativa de la memoria! –opinó José Ramón, sin poder evitar apostillar.
-No no. Tu no entiendes nada de aquí. Dolores vuelve tarumba a sus amigas y a medio pueblo acusándoles de lanzar falsos rumores de que está arruinada, que no tiene dinero ni para ropa ni para una tele nueva y que la hacienda esta carcomida de deudas que no puede pagar. Les riñe como una energúmena y le huyen todos para no ser reprendidos. Yo lo que hago es intentar que ella piense que está enferma y vaya al médico, en vez de creer que todos rumorean chismes sobre ella.
José Ramón quiso acotar que confundirla en nombre del amor no era equiparable al daño que se hacía Dolores a sí misma pensando que nadie la quería, pero se mordió la lengua. E hizo bien, porque como calló, el topo aprovechó la pausa para explicarle que cuando era pequeño y todavía no había visitado al Maestro Caver, el que le hizo topo, Dolores le solía dar un chocolate o una magdalena porque le hacían gracia los niños. Después los odiaba.
-Qué distintos somos, le dijo José Ramón-. Yo me paso la vida intentando merecer amor sin conseguirlo, tu intentas robarlo y provocarlo pero no lo puedes disfrutar. En cambio los que no hacen nada son los que lo consiguen sin merecerlo.
José Ramón no le quiso acompañar más veces de correría nocturna por las madrigueras subterráneas por considerar la actividad demasiado descarriada pero, eso sí, fue como una tumba y enterró el secreto en la muerte del olvido, porque los de arriba también atravesamos el túnel del tiempo sin saber por qué cavamos.
COMENTARIOS
#sagaTopo #oficios #rural #engaños #intercambio #manipulación
A José Ramón, como urbanita, le llama la atención la vida de campo y le pide en unas vacaciones a su cuñado que le permita trabajar en labores agrarias. El cuñado acepta por educación, pero la verdad es que hacer de maestro le roba tiempo de trabajo. Igual que podría ayudar a un vecino, el cuñado ayuda a José Ramón a ser agricultor por un día con paciente condescendencia para que el urbanita no se sienta despreciado como ignorante.
Paradójicamente José Ramón, el agricultor de pacotilla, es el único del pueblo que destapa los trabajos secretos del topo, que al ser descubierto le hace un tour nocturno para que contemple sus actividades subterráneas en la red de galerías que recorren las casas del pueblo.
En el mundo de la división del trabajo unos permanecemos ocultos a los otros, separados por un muro de desinformación.
El topo es el único que intenta unir las casas, bajo tierra, para curar los entuertos de sus habitantes mediante métodos poco ortodoxos que sulfuran a José Ramón, que no entiende que haya que engañar, mentir o dañar para conseguir un bien mayor.
Al hijo de Carderola le quita las botellas con las que se emborracha para hacerle creer que su padre vela por su salud porque le quiere. A Dolores le esconde las joyas en sitios inverosímiles para hacerle pensar que está enferma y no recuerda las cosas que hace. De esta manera irá al médico para que le cure tanto lo que no tiene (problemas de memoria) como lo que tiene (ideas persecutorias).
El topo representa una fuerza civilizadora que mediante cierta violencia, pero sobre todo con engaño y astucia, intenta mejorar a la población a la fuerza. La vida en la superficie es la elegida, la equivocada o la desgraciada. Por los túneles inferiores el topo quiere deshacer las elecciones, corregir las equivocaciones y enmendar la desgracia, sin pedir permiso a nadie, desde una supuesta clarividencia científica o misión sagrada, váyase a saber, dicta lo que le conviene a los demás. No lo hace para sacar un beneficio propio, como el manipulador, sino que busca nuestro bien como el moralista bien intencionado.
NOTAS
1 Marcamos con un tono diferencial “ayudar” para que los oyentes capten la ironía del asunto eufemístico.